Por Daniel García López*
Muchas veces, en el mayor de los casos así es, el desconocimiento de nuestra misma historia hace que caigamos en sutiles, pero garrafales errores que desvirtúan muchas veces la esencia de lo que debe ser nuestro y por lo tanto que lo conozcamos así como es.
En nuestra región, que en tiempos de la conquista española estuvo habitada por las tribus de origen mayo, persiste durante los días de la cuaresma las “corridas” de los judíos, esos personajes tan peculiares a los que la mayoría de nosotros cuando fuimos niños temimos hasta el extremo.
Llegado el miércoles de ceniza, se escuchaba por las calles de los pueblos y ciudades de nuestra región el constante sonar de los tamborileros al ritmo de los cuales danzaban las cuadrillas de judíos bajo la mirada inquisitiva del “chicotero”, que es el encargado de salvaguardar el orden dentro de la cuadrilla.
Propiamente los judíos no es una danza en si, es como ya lo mencione antes, cuadrillas que recorren las calles con una graciosa algarabía donde improvisan chuscos pasos que consisten en fuertes pisadas para golpear la tierra.
Su indumentaria, clara reminiscencia de los trajes de los centuriones romanos, que según la tradición fueron los que dieron muerte a Cristo, ellos son entonces, según el arte y espiritualidad jesuita, los que representan al mal, que en una lucha constante, durante cuarenta días encarnan bajo la apariencia de máscaras zoomorfas, en una lucha constante que los lleva a vencerlo el sábado de gloria simbolizado en la quema de estas máscaras y la purificación de sus cuerpos a través del agua del bautismo que reciben de mano de los maestros de ceremonial.
Todo este ajuar es confeccionado por ellos mismos bajo estrictas normas tradicionales, en un ritual donde el hombre se integra a la naturaleza y consigue de ella los elementos necesarios para vestir el cuerpo débil, “humano” con sus debilidades y tentaciones, de una fortaleza que le proporcionan esas energías que habitan nuestros montes que se hacen presentes en la indumentaria como una segunda piel que representa ese mal tan ajeno a la naturaleza “divina” con la que el hombre fue “creado”.
De ahí tenemos que esos personajes a últimas fechas la ignorancia popular a dado en llamar “matachines” tal vez por lo romántico del término, es más pegajoso el nombre de matachín que el de judío, pero debemos saber que estamos incurriendo en un error grave.
Los matachines es una danza también muy popularizada entre el pueblo mayo que ceremonialmente se baila el 24 de diciembre principalmente, aunque se ejecuta con toda pompa y ceremonia el día de los santos patrones de los pueblos; esta danza tiene su origen tal vez en la tradición mozarabe, que influenció notablemente la cultura hispana a raíz de la conquista musulmana a tierras españolas; esa influencia la podemos ver reflejada desde el mismo nombre, y ni hablar de su vestimenta: usan en la cintura una faja de tela llamada cotencia, sobre la cabeza usan un pañolón cubriendo hasta los hombros, y sobre la cabeza una corona de alambre cubierta de listones y espejos, clara reminiscencia de los turbantes musulmanes.
Así que no hay pretexto para confundir una cosa con la otra, por que muy a nuestro pesar la costumbre se vuelve ley y esta en nosotros no dejar que esto suceda, como habitantes de una región donde esas manifestaciones florecen, somos por tanto los encargados de mantener vivas nuestras tradiciones y costumbres, los herederos de 400 años de cultura mayo y no podemos permitir que de la noche a la mañana se esfumen así como si de repente no existieran, como si nunca nadie las hubiera conocido.
*Presidente del Ateneo del Petatlán/Guasave.