Por Jaime Cháidez Bonilla*
La frontera mexicana es una especie de tapete donde se esconden muchos de nuestros defectos, el filtro donde se atoran los desahuciados, la desesperanza, el último recurso.
El discurso estereotipado de los desarraigados se contrapone con la postal de colores de una Tijuana idílica que se alimenta con campañas publicitarias, líderes ciudadanos y empresariales que tienen cuotas de optimismo desbordado, y falsos discursos políticos (Kurt Honold y Jorge Ramos, los últimos dos alcaldes de Tijuana, radican en San Diego, California).
TIJUANA CHOVI (nista).- Hay algo que acompaña a Tijuana como una etiqueta pegada en la vestimenta: su leyenda negra. Desde su nacimiento, ha sido ciudad de paso y eso tiene sus consecuencias. No hay arraigo, falta memoria, sobran sus detractores. Con frecuencia se le descalifica a distancia y se repite el lugar común que encapsula a la ciudad en 3 temas: la violencia, la prostitución y los migrantes.
Por otra parte, se desarrolla otro de sus extremos, un sentido chauvinista que arropa a la ciudad como una víctima de las circunstancias. Surgen ciudadanos que anteponen su acta de nacimiento ( “yo sí nací en Tijuana”), y culpan de todos los males citadinos a “los que llegaron después”. Hay una ciudad idílica en ese pasado de puertas abiertas por la noche, dinero en las banquetas y tránsito fluido en la garita.
El discurso estereotipado de los desarraigados se contrapone con la postal de colores de una Tijuana idílica que se alimenta con campañas publicitarias, líderes ciudadanos y empresariales que tienen cuotas de optimismo desbordado, y falsos discursos políticos (Kurt Honold y Jorge Ramos, los últimos dos alcaldes de Tijuana, radican en San Diego, California).
Ambas posiciones son desmesuras que se corresponden. La descalificación y el chovinismo frente a frente. Hace tiempo alguien lo dijo ácidamente: pareciera que algunos tijuanenses se comportaran como la vaca que tiene en la cabeza una Torre del Casino de Agua Caliente (obra de Antonio Escalante). El extremo se toca y se convierte peligrosamente en un despropósito. Tijuana no es horrible ni se parece al paraíso, es una radiografía actualizada del país, un termómetro transparente que refleja fríamente la crisis que no se va.
CIUDADES HERMANAS. Tijuana y Alcantarilla, municipio de Murcia en España, podrían ser ciudades siamesas. La frontera mexicana es una especie de tapete donde se esconden muchos de nuestros defectos, el filtro donde se atoran los desahuciados, la desesperanza, el último recurso.
“A Tijuana me voy”, decía en los años 60 un estribillo musical de un hombre despechado que ya no quería saber nada más de su amor. Tijuana, en imagen del enigmático fotógrafo Alfonso Lorenzana, es una alcantarilla municipal que identifica a muchos de los que vivimos en el filo de una patria con olor a sangre.
Ofrezco disculpas a los amantes de la imagen amable de la ciudad, a los que quieren “rescatar” el lado fresa de Tj, lo bonito de “mi ciudad”… Tijuana es lo que es, muchas definiciones, y ésta, el filtro de lo que se arrastra en el suelo, es una más.
*Coordinador del suplemento cultural “Identidad” de “El Mexicano”