Reza un antiguo adagio periodístico que “una buena noticia es una mala noticia”. Es decir: que las historias felices no le interesan a nadie, que los periodistas tenemos la obligación de buscar y denunciar todo lo malo que ocurre en el mundo. Y nos lo tomamos en serio y allá vamos, buscando tragedias, rastreando maldades, venteando catástrofes, sin cuestionar la validez del adagio maldito. Ilusos, creemos que, como un vampiro, el mal se desintegrará cuando lo expongamos a la luz y el mundo será un mejor lugar para vivir. Pero un buen día volteamos y caemos en la cuenta de que todo sigue igual, de que nuestra tarea de denuncia y pretendida salvación ha sido vana, de que hay tanta o más miseria que antes, de que la sangre se sigue derramando, de que unos pierden para que otros ganen, de que –recordando al filósofo Thomas Hobbes– el hombre seguirá siendo lobo del hombre, hasta el fin de los tiempos.
Aceptamos entonces que una buena noticia también puede ser una Buena Noticia. Es decir, que hay hechos que merecen ser contados y celebrados porque nos recuerdan el lado fecundo, venturoso, disfrutable, de la vida; porque nos devuelven a lo mejor de nuestra convulsa y contradictoria condición de humanos. El primer aniversario de la nueva época de La Voz del Norte es una de esas buenas noticias. Y me complace mucho celebrarla, en primer lugar, por lo que significa, y en segundo por el invaluable privilegio de formar parte de ella, junto con sus directivos y los colaboradores que han transitado por sus páginas.
La Voz del Norte en su nueva época nació honrando y retomando la tradición de periodismo cultural iniciada en Mocorito por el poeta jalisciense Enrique González Martínez hace más de cien años. Hacerlo sostenidamente durante un año en la actual circunstancia del país, es altamente meritorio. Primero que nada porque representa una apuesta por la cultura, por la palabra escrita, por las ideas, por la historia, por la reflexión.
En un ambiente de barbarie y confusión como el que nos envuelve, una publicación cultural como La Voz del Norte es un acto profundamente civilizador, es de facto un rechazo a la violencia porque incita al diálogo; es un espacio de encuentro y convivencia entre concepciones múltiples y diversas del mundo. Tarde o temprano eso deriva en un mayor conocimiento y mejor comprensión del otro, del distinto.
Todos ganamos: perdemos el miedo y nos enriquecemos.
Por eso el primer aniversario de La Voz del Norte es una de esas buenas noticias que se vuelve obligado y necesario divulgar y celebrar. Vaya una felicitación a todos los que la hacen posible y un agradecimiento por la hospitalidad que he encontrado en sus páginas. Tremendo privilegio.
*Periodista de La Jornada