Por Ulises Cisneros*
La reciente declaratoria del Ulama como patrimonio cultural intangible del estado de Sinaloa es una de las más importantes decisiones tomadas para la preservación y práctica actual del que es, sin lugar a dudas, también el más ancestral de los juegos prehispánicos que han pervivido en el Noroeste de México. El decreto correspondiente, aparecido en la edición 122 del periódico oficial el 11 de octubre, establece un régimen especial de protección del ulama y compromete a los institutos sinaloenses de Cultura y Deporte a elaborar los programas conjuntos de fomento, desarrollo y expansión del juego en coordinación con las organizaciones de jugadores.
Trascendente por sus alcances a futuro, la declaratoria estima que ante la disminución de su práctica en el presente es necesario afianzar su difusión y enseñanza entre las nuevas generaciones. Por ello resalta la premisa de operar programas y acciones tendientes a su conservación y cultivo y destinar, sobre todo, recursos para el caso.
No sólo se trata de hacer prevalecer por decreto que el ulama es un símbolo cultural de Sinaloa. Lo sustancial radica en que sea aceptado y practicado como un deporte por los niños y los jóvenes. De ahí que se vuelva indispensable diseñar un claro sentido pedagógico en los planes y programas acordes con la pertinencia y comprensión que exigirían ellos para asumirlo como propio y necesario para su formación física y humana.
El mejor paso ya fue dado: Emitir el Ejecutivo del Estado el reconocimiento jurídico del ulama como un legado cultural e histórico insoslayable de Sinaloa, un patrimonio vivo.
Pasaron muchos antes de llegar a este punto de acuerdo institucional en el que porfiaron los jugadores mismos y algunos promotores culturales y estudiosos sinaloenses como Rina Cuéllar y Roberto Rochín, a quienes se debe la mayor recopilación documental y gráfica hecha del juego hasta la fecha.
Otro tanto han efectuado investigadores como la antropóloga Martha Turok, quien hizo aquí -casi 20 años atrás- algunos estudios de campo que incorporó a sus publicaciones sobre el juego de pelota mesoamericano, del que es una de las expertas a nivel internacional. Frente a la indiferencia o el franco desdén exhibidos por quienes desestimaron antes su valor, hay empero ahora una muestra patente de responsabilidad y sensibilidad encomiables. Esto fue una iniciativa del Consejo Estatal de Cultura, propuesta en 2009 al Ejecutivo. La fundamentación de la declaratoria ponderó el valor del ulama como una sólida representación de la identidad cultural sinaloense.
Pues aunque mucha gente lo desconozca en Sinaloa, el ulama sigue congregando a los equipos de jugadores que se han preocupado por sostener viva la tradición que heredaron de sus padres y abuelos.
Los hay en los municipios de Culiacán, Navolato, Angostura, Mocorito, Guasave, Salvador Alvarado y Sinaloa, donde han hecho prevalecer el ejercicio de las modalidades de mazo y antebrazo, así como en Mazatlán y Escuinapa la de cadera.
Las tres modalidades son atribuibles en su uso a Sinaloa en el contexto nacional de la práctica del juego de pelota prehispánico. En los diversos encuentros que se organizan en diferentes puntos de la república, el ulama sinaloense destaca por sus características propias. No hay otro igual, aun cuando comparta elementos comunes como el taste, el analco, la pelota de hule y los sistemas de puntuación por rayas.
La cosmovisión intrínseca al juego como un duelo entre la luz y la oscuridad, el bien y el mal, devenida desde hace siglos, prevalece como una peculiaridad compartida por los grupos étnicos que lo practican en el país. Hay la conciencia histórica al respecto. Cierto, los mismos jugadores la reiteran. Pero como en todo juego recreativo, ésta también se empata con el sentido lúdico y pragmático de una apuesta, la medición de fuerzas entre dos equipos y el carácter de competencia que aplican en pugna.
Esto es parte del atractivo que el ulama despierta entre sus “taures” y “veedores”. Además de la formidable condición física que exige, el azar de los impactos de la pelota obliga a ejercer una destreza y capacidad de respuesta inmediatas.
Ganar o perder rayas, según corresponde a la puntuación por acumulación o resta, es determinante para el triunfo o la derrota. Los enfrentamientos son extenuantes. Pero los equipos no quieren dar su brazo a torcer y hasta pueden prolongarlos por horas y días si antes no fijan un plazo límite. Como suele acontecer al final del juego, los comentarios posteriores son motivo de divertidas convivencias.
Este rasgo de socialización hace subsistir el juego. Aun cuando es una de sus principales fortalezas, hay el registro de una tendencia a disminuir su práctica en Sinaloa, debido a que no se ha inculcado su hábito entre las nuevas generaciones y a los obvios riesgos que tiene frente a la práctica y la difusión de otros deportes masivos.
La resolución jurídica de considerarlo como un patrimonio cultural va de la mano con la determinación de divulgarlo y fomentarlo. Ahí está la clave del éxito de una acción legislativa de este pelo. La procuración y desarrollo de instrumentos como una declaratoria de esta naturaleza conmina a precisar acciones y obtener resultados por parte de las instituciones responsabilizadas para el caso.
Es así como un patrimonio cultural se salvaguarda, no se queda en el ornamento de papel. Qué bien que el ulama por fin sea reconocido en su exacta categoría de valor cultural. Es un gran adelanto en Sinaloa. No se había hecho nunca. Evitar que la declaración se convierta en letra muerta es ahora un compromiso ineludible.
*Periodista, escritor y conductor de radio UAS