Por Faustino López Osuna*
Ahora que están de moda las alianzas políticas entre partidos, cuya búsqueda del poder los hace pasar por encima de incómodas y, se supone, contrapuestas ideologías, trataremos de una alianza olvidada, pero no la bíblica del Arca, explotada comercialmente por la industria del cine de aventuras norteamericano, sino de una alianza de la que no queda memoria, cuya aparición en todo el continente latinoamericano se remonta a principios de la década de los años 60 del siglo pasado.
Su origen se relaciona con la paranoia anticomunista de la época y surgió a partir de que Fidel Castro Ruz, con su ejército guerrillero, hizo su entrada triunfal a La Habana el primero de enero de 1959, derrocando al dictador Fulgencio Batista. Para muchos estudiosos, la revolución cubana no hubiera pasado de una revolución democrática burguesa como la mexicana. Pero al colisionar los intereses nacionales cubanos con los de Estados Unidos, la incomprensión de éstos orilló a Castro a apoyarse en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, URSS, alineándose a ésta y declarando socialista a la Revolución, en la llamada Segunda Declaración de La Habana, lo que tomó por sorpresa no sólo a Washington, sino hasta a los mismos isleños que jamás se plantearon tal cosa en el asalto al Cuartel Moncada.
La ola de solidaridad latinoamericana a la gesta cubana, provocó que la Casa Blanca entrara en pánico, lo que hizo a los norteamericanos seguir cometiendo errores en su trato a la patria de José Martí. Los descendientes de Abraham Lincoln, en el panorama mundial, no la tenían, como vulgarmente se dice, segura. Al llegar, en 1961, a la presidencia, el demócrata John Fitzgerald Kennedy encontró, entre otras cosas, que en la carrera espacial, la URSS aventajaba a EUA al ser los primeros en colocar un satélite artificial y al primer cosmonauta, circunvalando la tierra.
Al sur del río Bravo, las noticias de los triunfos cubanos penetraron todos los estratos sociales de las naciones no anglosajonas del continente, principalmente entre los universitarios e intelectuales. El legendario Ernesto “Che” Guevara, utópicamente, convocaba a África, Asia y América Latina a luchar unidos por su emancipación, contra el colonialismo moderno: “¡Crear uno, dos… mil Vietnam!”, era su consigna. La efervescencia ideológica alcanzó a creadores comprometidos socialmente, de la talla de Pablo Neruda, años más tarde Premio Nobel de Literatura, arengando a los desposeídos, como en el último verso de su libro Canción de Gesta: “Abrid los ojos, pueblos explotados:/ en todas partes hay Sierra Maestra”.
No se necesitaba ir a estudiar a la Universidad de Harvard, para deducir que la rebeldía de las masas latinoamericanas empobrecidas, era el resultado de décadas y décadas de la más injusta distribución de la riqueza en la región. Y que ello constituía un explosivo caldo de cultivo para los subversivos y comunistas. Entonces se sacaron de la manga del Tío Sam la “Alianza para el Progreso”, con el visto bueno, of course, de la Organización de Estados Americanos, OEA, que ya había expulsado de su seno a Cuba, con el único voto en contra de México.
La tal “Alianza” era el reparto gratuito de cientos de toneladas de alimentos en todos los países del continente, como medida tendiente a paliar el hambre que inexorablemente produce masivamente el sistema económico y, así, persuadir a los depauperados a no voltear a ver a los cubanos ni mucho menos intentar cambiar, por medio de las armas, el terrible estado de cosas, prevaleciente desde México hasta la Patagonia.
Propaganda al fin, los granos, la harina, la leche y la manteca que contenían los bultos del programa, además del águila imperial del escudo norteamericano con el letrero United State of America, traían impreso “Alianza para el Progreso” en inglés, francés, portugués y español.
En 1962 cuando, para pagarme los estudios, me encontraba trabajando como archivista especializado en el Centro de Salud Manuel González, de la Dirección de Salubridad del Departamento del Distrito Federal, me tocó, junto con los compañeros de trabajo, distribuir la ayuda a cientos de vecinos de las colonias circunvecinas, como la Popotla y Tacuba, que desde el amanecer hacían larga cola para recibir la ración. Era gente en la más extrema orfandad social, que vivía en ciudades perdidas o en casas de cartón a la orilla de la vía del tren, llevando alguna jarrilla despostillada para recoger lo que alcanzaban del reparto. Sus rostros eran como los que pintaba en sus murales David Alfaro Siqueiros.
Rescato de la memoria que un día de los que duró la ayuda, al abrir un costal de harina descubrimos que tenía gusanos y decidimos revisar los demás costales para separarlos y no darle de esa harina a la gente. Lo peor fue que lo mismo pasó con la manteca, que venía en botes. En esta los bichos se veían más repugnantes y casi toda estaba contaminada. Entonces paramos su distribución, informándoselo a los que aguardaban turno, lo que provocó el tumulto de los que exigían la manteca sin importar en qué condiciones estuviera. Entonces, contra mis sentimientos solidarios, hice lo que ya hacía en los mítines en la escuela. Me subí a una silla para que me vieran y casi a gritos logré hacerlos recapacitar, diciéndoles, entre otras cosas, que se podían enfermar fatalmente ellos y sus hijos o nietos. Que comprendieran nuestra responsabilidad. Y, mal que bien, pese a su necesidad, con mucha nobleza, lo aceptaron.
Un año después, en 1963, en Texas, asesinaron a John F. Kennedy, el primer presidente católico de los Estados Unidos. Y se acabó la “Alianza para el Progreso”. Sólo quedaron las alianzas de las dictaduras y gobiernos autoritarios del continente, reprimiendo a sus propios pueblos para tranquilizar a Wall Street. En la actualidad, se están estableciendo alianzas de países de centroamérica, para combatir conjuntamente, dicen, a la “delincuencia organizada”, lo que confirma aquello de que hay de alianzas a alianzas.
*Economista y compositor