Por Mario Arturo Ramos*
La creatividad en el arte mexicano es rica en colores, formas, sonidos, palabras, ritmos, azar; tratados históricos, farsas mágicas que crecen en territorios de la imaginación y del ingenio; es una disciplina dura, como las piedras que se logran labrar con buen gusto y tenacidad. Es resultado de un ancestral cultivo cultural que sobrevive a la adulación, el autoelogio y el abandono que atentan contra uno de sus elementos principales: la espontaneidad. Los creadores y recreadores del arte habitan de la frontera norte a la frontera sur de la patria (algunos más allá), en cada estado o región del país se manifiestan de manera natural por estar convencidos que de no hacerlo, perderían la mitad de su vida. En Tijuana -donde comienza América Latina- el arte “selecto” o el popular, nace, crece y se difunde en medio de condiciones difíciles que le impone “la línea” como signo de identidad por ser emigrante.
La música, la poesía, la pintura, las artesanías, la novela, el cine, el teatro, la danza, la escultura son actividades que tienen esta marca y que se encuentran en todos los rumbos y rincones de la ciudad fronteriza como testigo de la existencia, sobrevivencia y en algunos casos del éxito monetario para oriundos o llegados de todas partes. Por lo tanto es un universo que permea a individuos y colectivos de todas las clases sociales y soledades que transitan en sus calles con instrumentos musicales al hombro buscando ganarse el pan dignamente, en galerías donde lienzos, imágenes, formas y colores esperan por el mejor cliente para continuar la compra de minutos, en los escenarios teatrales formales o adaptados donde las agrupaciones representan obras de autores clásicos o noveles o en recitales de los aedas residente o de paso que leen sus versos en medio de la luz californiana.
LA SOBREVIVENCIA:
Los diarios tsunamis financieros que golpean a los creadores, los obliga a combinar su labor natural con otras actividades económicas que permiten su sobrevivencia en la sociedad de consumo, por medio de empleos burocráticos, comercio ambulante, subempleos, pequeñas empresas, ayudantes de todo lo que se pueda, etc., sin embargo jamás pierden su esencia: el arte. En los últimos años del segundo milenio, un acordeonero virtuoso me presentó en un sitio de la calle Revolución “Tijuanera”, a Roberto López Herrera, actor, compositor, intérprete, herrero, originario de Villa Madero, Michoacán, localidad donde nació el 12 de abril de 1949 y avecindado desde hace buenos lustros en la ciudad donde se convierten a los burros en cebras y a la emigración en “pollos”. Al recién llegado a La Mesa lo conocen en la colonia donde habita y en el medio artístico como “El padrino” por su bonhomía y su costumbre de llevar a bautizar o a hacer sus primeras comuniones a los chiquillos del vecindario; en su negocio de herrería y estructuras es ¡claro!: “don Roberto”.
El michoacano es férreo admirador de “Cuco” Sánchez, compone boleros, corridos, baladas que le han sido cantadas por bandas y grupos -con renombre- del estilo norteño/ bailable; él canta y ha grabado dos discos compactos con obras de su autoría junto a corridos clásicos, su música ha participado en filmes y videos homes. Su necesidad de expresión lo ha llevado a los escenarios teatrales donde con disciplina y tenacidad ha trabajado en la escenificación de: “El avaro”, (Moliere), Guerrero Negro (V. Hugo Rascón Banda), “Pinocho”, “Servidor de 2 patrones”, “Arlequín”, “Don Juan Tenorio”, pastorelas, tal y tal, presentándose en múltiples espacios culturales del estado de Baja California y San Diego USA. Su tarea cinematográfica tiene como base su título de actor dramático otorgado por la Academia Andrés Soler, de la Asociación Nacional de Actores, delegación Tijuana, institución donde acudió a las clases impartidas -entre otros mentores- por el maestro Jorge Andrés Fernández. El bagaje de conocimientos y experiencia adquiridos le permite contabilizar actuaciones en casi más de 70 películas, programas musicales de televisión, series nacionales e internacionales. En sus tiempos rentables, López se dedica a un taller de su propiedad de herrería de buen prestigio donde realiza estructuras para naves empresariales, puertas y ventanas que ayudan a cuidar la seguridad de los domicilios de este girón de México.
Roberto López Herrera es un claro ejemplo de la creatividad del mexicano que tiene el arte como esencia y otros empleos como sobrevivencia; los ingresos por sus actividades teatrales y por la explotación de sus canciones es magro, por lo tanto ha invertido recursos generados por su actividad de herrero creando una editora de música para editar sus obras y la de otros compositores que necesitan trabajo editorial, desde luego también ha incursionado como productor teatral para representar junto a sus compañeros de la Academia Soler, piezas teatrales de calidad para atender la demanda de un público que necesita el arte como opción cultural ante la violencia. El es un nítido ejemplo de la voluntad creadora que se alberga en nuestro pueblo, que hoy como ayer encuentra en el arte y la cultura un camino indestructible que nos permite atisbar un futuro mejor.
*Autor e investigador