Fundada en 1594 (el festejo es el 29 de septiembre por el santo patrono), la misión de San Miguel de Mocorito ocupa un lugar excepcional en el noroeste novohispano en lo que a la historia misional jesuita se refiere.
Cabe decir en primer término que Mocorito y su jurisdicción fueron el lugar del recibimiento de los primeros jesuitas que llegaron al noroeste de la Nueva España, los padres Martín Pérez y Gonzalo de Tapia a principios de julio de 1591. Se trata sin lugar a dudas de un momento clave, de tal forma que los testimonios que nos han llegado de aquellos sucesos tienen una gran significación al haber participado los antiguos pobladores originarios de estas tierras, particularmente el hijo del “cacique” indígena de Mocorito quedando mención de lugares como Capirato, El Palmar, Orabato y, por supuesto, Mocorito, así como del río Évora.
Sin embargo, los jesuitas sólo pasaron por el territorio en 1591, ya que se dirigían a la cabecera administrativa que era la Villa de San Felipe y Santiago de Sinaloa, donde desarrollaron su primera labor de evangelización a partir de la Residencia de Sinaloa y propiamente del Colegio de Sinaloa desde 1614 o 1615 en que fue erigido como tal. La experiencia de aquellos primeros años fue aplicada en los múltiples pueblos del río Évora a partir de 1594. Un primer resultado que destaca es la movilización de las sociedades indígenas que fueron obligadas a dejar sus antiguos asentamientos para establecerse en la cabecera de San Miguel de Mocorito. Ello se puede apreciar particularmente al comparar los distintos asentamientos que aparecen en el mapa de Ortelius (1579) con la única misión que se erigió en el mismo río: Mocorito.
Este pueblo de misión fue un punto de encuentro permanente entre los nativos, el misionero jesuita titular, los jesuitas que al pasar por su territorio se dirigían a la villa de Sinaloa, así como a las nuevas fundaciones y descubrimientos de Sonora y la antigua California o incluso en sentido inverso, al centro del virreinato. De ahí que no haya sido una misión en el sentido tradicional de un asentamiento aislado, ya que era un punto relevante en el camino de la costa y los indígenas interactuaban con los habitantes de los pueblos de misión de más al norte, como con los rancheros y estancieros del entorno, tanto de Sinaloa, como de Badiraguato, Santiago de los Caballeros y San Benito, así como con los del sur, que dependían de la provincia de Culiacán.
El templo de la misión también tiene una relevancia específica. Durante la época colonial, debieron haber existido al menos dos edificaciones con un carácter permanente pues también era usual que en los primeros años existieran iglesias de paja. La primera de carácter permanente correspondería a los primeros años del siglo XVII cuya permanencia por más de un siglo y su consecuente ruina daba la impresión de pobreza. En 1742 se decía que no había iglesia y que la casa utilizada por los jesuitas servía como tal.
Sin embargo, el progreso de la misión al mediar el siglo XVIII llevó a la edificación de la iglesia jesuítica que hoy conocemos y que fue, sin duda uno de los principales elementos construidos por la Compañía de Jesús en la provincia de Sinaloa. Esa fama corrió desde la época de la construcción, en que el padre Jacobo Baegert, al pasar por Mocorito camino de California, dijo que la estaban techando con vigas de cedro y que era la primera iglesia de cal y canto que había visto en el camino desde Tepic. Su conclusión se llevó a efecto unos años después y en esta fase del texto quiero cederle la palabra al secretario de don Pedro Tamarón y Romeral, obispo de Durango, quien quedó maravillado de la obra terminada, así como de las cosas que tocante al desarrollo de la iglesia Católica ocurrían en Mocorito al momento de su visita a esta misión el año de 1760:
“Reconoció la iglesia parroquial de esta dicha misión que es nueva, amplísima, con dos capillas que sirven como de crucero, toda de cal y canto blanca, clara y bellamente adornada con varios altares de relieve de la misma fábrica, como que fueran de madera dorados y pintados y con imágenes muy devotas y grandes y de muy decente escultura, con su coro en el que cantaron cuando entró su señoría ilustrísima en la iglesia voces de instrumentos bien sonoros, tiene también una torre muy alta con sus balcones de hierro y campanas suficientes; la sacristía que también reconoció su señoría ilustrísima tiene la correspondiente amplitud, desahogo y capacidad, es la fábrica con buenas cajonerías y en ella se guardan ornamentos de los colores que usa la iglesia; lo más de ellos nuevos y sus colores muy decentes, con una custodia dorada muy preciosa, cálices, copón y demás vasos sagrados necesarios y en la pila bautismal que es de piedra bien labrada allí reconoció la caja y ampolleta de plata donde se guardan los santos óleos, que en todo lo referido no se halló cosa que enmendar ni prevenir, antes bien admirado su señoría ilustrísima de haber encontrado en un pueblo de indios de los más cortos y sin vecindario –de españoles- una iglesia tan hermosa que de cuanto ha visto hasta ahora en su obispado en más de trescientas leguas que lleva andadas no ha encontrado otra que la exceda, sino su catedral….” (Archivo parroquial de San Miguel de Mocorito, Bautismos, caja 1, carpeta 3).
Si bien la presencia jesuita terminó con la expulsión de 1767, la historia misional se abre ante nosotros como un aspecto cultural que si bien ha recibido diversos acercamientos se encuentra en gran medida por desarrollar, debido a que además de elementos como la misma composición arquitectónica de la iglesia con su gran patio interior, numerosos aposentos, huerta y presencia de arte religioso, se encuentra allí el archivo parroquial que contiene las actas y registros etapa misional con información de Mocorito y sus pobladores desde el siglo XVII hasta nuestros días. Un gran campo de trabajo para los historiadores.
*Profesor e Investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia
en Sinaloa y actualmente Visiting fellow en el European
University Institute, Florencia, Italia.