Tomado del Periódico Noroeste.
Por Adrián García Cortés*
Al otro lado del horizonte, costa contra costa, la memoria a las virtudes militares. Eran los tiempos de la expansión imperial de Napoleón III. La invasión y el dominio francés sobre el “cuerno de la abundancia!” que lo era entonces la naciente República Mexicana. Fue un 30 de abril de 1863, en un pueblecillo del centro de Veracruz, denominado Camarón de Tejada; allí la tropa improvisada de republicanos juaristas, como el año anterior en Puebla, como un año después en Culiacán, derrotó a las huestes francesas.
Nos lo recuerda el general Luis Garfias Magaña, avezado historiador de causas militares, y lo publica PROCESO (# 1779 de 24.04.11), con esta connotación: fue una batalla en la que vencedores y vencidos celebraron y reconocieron sus propios méritos militares, lo que hace que 148 años después se siga celebrando con una “fiesta sin prejuicios”, en la que participan connacionales franceses y mexicanos.
UN EJÉRCITO EXTRANJERO CELEBRA SU DERROTA
Regina Martínez, comentarista del pasaje histórico de Garfias (misma edición de PROCESO), nos revela como, “desde hace 148 años Camarón se viste de gala para recordar la caída de una compañía de la Legión Extranjera del ejército francés a manos de tropas nacionalistas, consistentes en unos pocos soldados de línea y campesinos que poco sabían de armas, pero (que) se enrolaron para luchar contra la segunda intervención francesa”.
En Sinaloa celebramos el 22 de diciembre por el triunfo de Rosales en San Pedro. Pero en Camarón la fiesta es galo-mexicana; entre nosotros es sólo sinaloense, y ningún castrense francés nos visita.
El general Garfias en su escrito nos transcribe los partes de guerra dando cuenta de la victoria; pero también nos hace un relato que pinta esa relación que sería una de tantas que dieron origen a la festividad franco-mexicana.
NO ME LLORES MADRECITA QUE EN MÉXICO HAY OTRA
“Lo que pudiéramos considerar el epílogo es igualmente emocionante. El subteniente Maudet (legionario francés), gravemente herido, quedó a cargo de una digna familia mexicana. La señora de la casa, doña Juana Marrero de Gómez, atendió con todo cuidado al oficial que en poco tiempo iba a morir, pero antes (éste) envió una sentida carta a su madre en Francia, en la cual le decía:
“Si he de morir, no me llores, madrecita mía; y doy gracias a Dios de que mi cuerpo descanse en este rincón de la tierra mexicana, tierra hospitalaria y caballerosa en todos sentidos. En Francia dejé una madre, aquí en México he encontrado otra. Mándame tu bendición”.
“Bello gesto –acota Garfias— de un valiente que, ya próximo a morir, reconocía las virtudes de otro pueblo valiente y noble. Hoy el retrato de aquella señora, a la que la Legión llama la dama del gran corazón, figura al lado del retrato del subteniente Maudet en el Museo de la Legión en Aubagne, Francia”.
¿Pudo haber ocurrido algo semejante en Sinaloa? Hasta ahora solamente documentos aislados como que reproduce Eustaquio Buelna lo testimonian. En cambio, las dos incursiones francesas tan reiteradas en los textos de historia regional para exaltar el valor patriótico de los sinaloenses, están salpicadas de odio y exultación dramática.
EN CONCORDIA Y SAN PEDRO LA CONTROVERSIA PERENNE
En Concordia, en el sur sinaloense, camino de Durango a Mazatlán, los franceses masacraron a quienes se habían refugiado en la barroca iglesia del lugar. Una voz femenina alzó la voz para reclamar lo irreclamable: ¿cómo es que una nación que se ufanaba de propalar cultura, hacía tal atropello contra indefensos habitantes del lugar, entre ellos mujeres, ancianos y niños? Obviamente el recuerdo de este hecho nos invadió de odio hacia lo galo.
En San Pedro, ganada la batalla por Rosales, algunos historiadores refieren que hubo desquite por lo ocurrido en Concordia: los prisioneros franceses fueron traídos descalzos a Culiacán, con el único objeto de producir el escarnio contra ellos. Sin embargo, otros testimonios afirman, como el del comandante Gazielle de la nave invasora Lucifer quien envió a Rosales la siguiente nota: “Comienzo dando a usted las gracias por la conducta caballeresca y benévola que ha observado usted a mis oficiales y soldados prisioneros”.
Algo parecido a lo de Camarones. Pero a diferencia de uno y otros hechos, en Veracruz la fiesta es de propios y extraños; en Sinaloa parece que el odio de Concordia prevalece. Hechos, por decirlos con el eco de la historia, que ponen al tú por tú, en la más desmedida de las pasiones, a vencidos y vencedores.
HUBO UN TIEMPO: ROSALES EL HÉROE, HOY EL OLVIDO
Lo curioso de todo ello es que las fiestas de San Pedro fueron, en el último tercio del siglo 19 (tiempos de cañedismo), fiestas de Estado muy importantes y motivo de recordaciones altivas. Hoy, Culiacán, que tuvo como calle principal la Rosales, tiene de pie una estatua ecuestre en la Plazuela Obregón. Lo que más llama la atención es que la estatua ecuestre de Rosales no está donde debiera estar; ni tampoco la de Obregón que debiera estar en la Plaza de su nombre, tampoco está.
¿CÓMO SE LE PUEDE LLAMAR A ESTO?
Llámese como le llamaren, lo cierto es que la lección de Camarones de Tejada toca a nuestras puertas para recordarnos que las victorias sobre las tropas francesas hubieran de celebrarse, también, con una misa, para hacerle honor al rey protestante Enrique IV: ¡París bien vale una misa!
Lo que no se vale es el olvido. No se pide una memoria de reconciliación y reconocimiento al honor militar, como sucede en Camarones, ni tampoco que vengan representantes castrenses del ejército francés, pero sí que haya un culto al heroísmo, sobre todo de quienes murieron soñando en una patria libre y ordenada, y de un ansia colectiva de buscar y hallar la reconciliación nacional e internacional que tanto necesitan los países en desarrollo.
Empero, queda a los militares, en honor a sus propios rangos, el compromiso de que estos hechos no se olviden, y que, en efecto, hagan tangible el honor militar, que este sábado 30 podría ser un buen día.
*Cronista de Culiacán.