Por Ernesto Parra Flores*
Algo importante debió haber sucedido en mi mente infantil cuando, ayudando a mi papá y a mis tíos en las labores del campo durante la época de lluvias y que yo iba sembrando tras el arado, me sorprendía al descubrir entre la tierra removida algún tepalcate dibujado o fragmentos de alguna figurilla de barro representando a personas o animales domésticos.
Empecé mi colección de pedacería que cuidaba con celo y muy a menudo la revisaba con detenimiento para disfrutarla y soñar ¡Y hasta traté de copiar esas figuras con el barro que tanto abundaba y se ponía al punto de plastilina aprovechando el rato cuando era la hora de la comida o cuando suspendíamos las labores por la lluvia!
La emoción crecía cuando veía piezas completas de cerámica que descubrían los buscadores de “monos”, así designaban a toda figura de barro enterrada al lado de restos humanos sepultados hace más de 500 años.
Cuando conocí la región del norte de Sinaloa porque me dieron cambio de adscripción al municipio de El Fuerte, pronto me enteré del sitio arqueológico con más petrograbados de Sinaloa: El cerro de la Máscara, que se localiza como a dos kilómetros de la cabecera municipal hacia el norte. Un gran amigo me guió y mostró los enigmáticos grabados; busqué información en textos y con personas conocedoras del tema. Volví infinidad de veces y sigue siendo uno de los lugares que más visito desde aquel año de 1975.
Fui dándome cuenta de su valor para el conocimiento de la historia de Sinaloa, por eso sentía contrariedad y molestia al ver cómo algunos visitantes inconscientes rayaban las rocas causando daños irreparables. Denunciamos ante autoridades y medios masivos de comunicación estos actos vandálicos causados principalmente por jóvenes, sin obtener resultados positivos.
Seguí explorando y visitando otros sitios que quienes los conocían me recomendaban. En 2004, recibimos en El Fuerte a los arqueólogos John P. Carpenter Slaven y a Guadalupe Sánchez, su esposa.; venían a desarrollar un proyecto de investigación arqueológico que abarcaba Choix y El Fuerte, nos tocó, en suerte, servirles de guía hacia algunos sitios de petrograbados dispersos en todo el municipio, salidas que aprovechamos para preguntarles a tan amable pareja todas nuestras dudas y que las aclaraban ampliamente: así nació entre nosotros una sincera amistad.
John y Lupita se enamoraron de El Fuerte y siguieron, como investigadores del INAH, promoviendo proyectos para conocer mejor esta región del norte de Sinaloa. En base a otros trabajos realizados por otros arqueólogos, relocalizaron los sitios registrados y, en su exploración, encontraron otros nuevos.
Un proyecto sobre el cerro de la Máscara donde se les unió el arqueólogo Julio V. López, dio como resultado un registro minucioso de los 300 grabados y una más acertada interpretación así como su ubicación en el tiempo, autores e importancia cultural del lugar. Las conclusiones a que se llegó echaron por tierra la afirmación de Eustaquio Buelna quien afirmó habían sido algún grupo de los aztecas quienes grabaron el cerro de la Máscara; ahora se descubría “científicamente” que fueron los tehuecos o los sinaloas los verdadero autores.
Y la pareja de arqueólogos siguió trabajando; fueron comisionados por el INAH para que exploraran una franja de 35 km. Entre la presa Miguel Hidalgo y la mina Álamo Dorado porque se tendería un acueducto subterráneo y podrían dañarse algunos “sitios”. Al hacer la exploración se localizaron 11 sitios siendo el más espectacular el del Rincón de Buyubampo, Choix. Cuando se hizo este importantísimo descubrimiento para la historia de Sinaloa y de México, Carpenter nos invitó a visitar el sitio y compartir con nosotros su trascendental hallazgo ¡Había descubierto unidades habitacionales!; cimientos de casas o complejos habitacionales con terrazas, cuartos contiguos y graneros. ¡Qué emoción indescriptible experimenté al tener el privilegio de ver y tocar las rocas que cimentaron esas casas de entre 400 a 600 años de antigüedad y que eran parte de un pueblo importantísimo que construyó casas muy diferentes a las de otros sitios de Sinaloa! John nos dio todas las explicaciones preliminares al análisis y nos sentimos que, en verdad, estábamos presenciando un hecho que serviría para rectificar la historia escrita: ya no será Sinaloa una región de aridoamérica; tendrán qué rectificarse los límites establecidos para esta división. El Rincón de Buyubampo marca el punto crítico pues llegó a ser un pueblo clave en la ruta de intercambio cultural con las regiones de la costa y de la sierra: se encontró cerámica estilo paquimé.
Pero aún nos esperaban otras gratas sorpresas. Lupita y el Dr. Carpenter continuaron sus proyectos; ahora asesoran un equipo de jóvenes arqueólogos que elaboran sus trabajos de tesis sobre cerámica, petrograbados, las misiones jesuitas y sobre la historia de Mochicahui.
Muy cerca de El Fuerte, hacia el norte, casi al llegar a la comunidad de Ocolome; precisamente frente al cerro de la Máscara, pero de la margen izquierda del río Fuerte, hace como veinte años, un campesino mandó excavar una fosa y, a menos de un metro, encontraron una osamenta humana con unos brazaletes de concha marina; como no se tuvo el cuidado, rompieron los huesos, continuaron el trabajo, al final, arrojaron la osamenta a la fosa y allí quedaron ahora a mayor profundidad y hecha pedazos, solo los brazaletes guardaron. Con este antecedente, John instruyó a su equipo para que excavaran cerca de la fosa…Recibí una llamada de Lupita invitándome a visitar el sitio de excavación donde habían encontrado una osamenta completa y en buen estado; invité a tres muy amigos y de inmediato nos “agilamos” rumbo a Ocolome.
Los arqueólogos, felices del hallazgo, laboraban asiduamente poniendo en práctica sus conocimientos y educando su paciencia al ir limpiando cada centímetro de los huesos y aplicando un remineralizador para evitar la desintegración. Los restos de aquel individuo yacían en decúbito dorsal con su 1.65 mts. de largo, en momentos me parecía verle sonreír al sentir que era tratado con tanta delicadeza en su térreo lecho a 85 centímetros bajo la superficie. ¡Cuántas enseñanzas puede uno adquirir en pocos minutos! ¡Cuántas preguntas nos asaltaron al ser testigos de tan exitosa investigación; oportunidad de aprender más sobre historia viva de la región!
Una arqueóloga del equipo está elaborando su tesis sobre petrograbados por lo que, un buen día, la guié a un sitio ubicado en el río San Pedro como a un kilómetro aguas abajo de la comunidad del mismo nombre perteneciente al municipio de El Fuerte ¿Cuántas cosas aprendí en esa jornada! Estando en el sitio tomé mi papel de acomedido y tela de manta en mano fuimos calcando con carboncillos cada uno de los trece elementos que componen el sitio. Tomamos sus medidas y llenamos los formatos técnicos; fue una tarea titánica por lo difícil del acceso a la roca de siete metros de altura de muy poca inclinación y adornada de hierbas y arbustos espinosos aletargados pero resistentes que a cada paso rasgaban ropa y piel al compás de unos sedientos mosquitos empeñados en servirse un banquete de sangre diferente.
El sol nos apuró al enviarnos sus rayos más cálidos y directos ese viernes primero de abril de este 2011…Y sentí que debía registrar estas gratísimas experiencias que las creo dignas de difundirse y recordarse. ¿Verdad que Sinaloa tiene su historia llena de hechos interesantísimos que colaboran a afianzar nuestra identidad?
Conociendo mejor mi estado me siento más obligado a luchar por cuidarlo y difundir todo lo valioso que tenemos.
*Cronista de El Fuerte