Estatal

¿NO ME CONOCES?

Por jueves 31 de diciembre de 2020 Sin Comentarios

TEODOSO NAVIDAD SALAZAR

Hace algunos años el área de cultura del municipio de Cosalá, Sinaloa, invitó a la muy querida maestra Alicia Montaño Villalobos y a quien esto escribe, a impartir una charla sobre vida y obra del gobernador Leopoldo Sánchez Celis, originario de bello pueblo. La charla se dio en el contexto de las actividades que el Colegio de Bachilleres realiza anualmente en sus festivales por todo el estado. Terminada mi intervención me despedí de los organizadores y tomé camino a Culiacán; dejé el antiguo mineral rumbo a la carretera México-15. Llegando al crucero decidí comer en La Cruz. Llegué a una marisquería de buen ver. Había mucha gente, y me dije: “aquí debe ser un buen lugar”. Tomé mesa y solicité, primero, una cerveza. La chica que me atendió, contestó que no vendía cerveza, pero que podía comprar en el expendio cercano al establecimiento y tomarla con confianza.

Fui por la cerveza y pedí un molcajete muy bien surtido de mariscos, que por cierto estaban exquisitos. Llegó la hora de pagar y pedí la cuenta a la misma señorita, quien me extendió una charolita con la nota de venta. Al revisarla, vi la leyenda que decía PAGADO. A caray- me dije para mis adentros. ¿Quién la pagaría? Dirigí la mirada a mesas contiguas para identificar a la persona que había cubierto mi consumo. No vi a nadie conocido. Entonces pregunté ¿Quién pagó señorita? Aquel señor que está en la barra – contestó y se fue tranquilamente a otras mesas, cuyos clientes reclamaban servicio.

Observé al hombre de la barra. No lo conocía. Me pregunté ¿por qué pagaría la cuenta? ¿Quién será? Fue la gran incógnita. Tomé las llaves de mi auto y me dirigí a la barra donde aquel hombre más o menos de mi edad y estatura, cachucha deportiva y mandil, abría ostiones con un filoso cuchillo.

Saludé y agradecí el hecho de pagar mi cuenta, a la vez le pregunté ¿nos conocemos? El Hombre me miró muy serio, sin dejar aquel filoso cuchillo, abriendo un par de ostiones más, antes de atender mi saludo y contestar mi pregunta; sin dejar de verme se lavó las manos en el lavabo que estaba a su lado, se las secó en el mandil y sin decir nada, salió de la barra y me encaró. “Ya no me conoces hijo de la chingada”-me dijo.

Ante tal pregunta y en la forma en qué lo hacía, no sé qué cosas pasaron por mi mente en ese momento; la cara se me descompuso, algún sonido gutural salió de mi garganta, que quiso ser un NO. Realmente no supe lo que dije. Un poco repuesto de la sorpresa- contesté. Realmente, no lo recuerdo amigo, pero si usted me ayuda diciéndome quién es -dije ya en un tono más sereno- no exento de cierto temor. -No te acuerdas cuando nos peleamos en la escuela y me pusiste una chinga.

Uh! Aquello fue el acabose para mí. Ahora enfrentaba a un rival que jamás tuve. Nunca fui un chico peleonero. Viendo mi asombro y mi cara o tal vez mis ojos que se hicieron más grandes de lo normal, aquel hombre dejó el cuchillo sobre la barra, se talló de nuevo las manos en el mandil, que luego se quitó, diciéndome –Soy Ramón Villa. ¿Ramón Villa? Le dije a manera de pregunta. – ¡Sí! –contestó, mi interlocutor. Aquel nombre no me decía nada, salvo que era un homónimo de un amigo que vivía en el ejido, cercano a Eldorado, donde viví por un tiempo.

Viendo mi rostro tal vez pálido o de otros colores, el hombre me dio más luz, y contestó- Soy Ramón Villa, del campo Las Arenitas. Estudiamos juntos en la escuela Ángel Flores de Eldorado. Soy hermano de Laura que se sentaba junto contigo en el mesa-banco. Dicho esto, me volvió el “alma al cuerpo”. Ramón soltó una carcajada dejando ver sus blancos dientes y entonces me extendió sus brazos a la vez que yo hacía lo mismo; nos abrazamos con emoción de aquellos años de franca camaradería. Era verdad habíamos cursado el sexto grado en esa escuela primaria y fuimos grandes amigos. Pero habían transcurrido más de cuarenta y cinco años. Después del ciclo escolar, jamás nos encontramos. Creo que Laura se fue a Estados Unidos y Ramón se dedicó a la pesca; cada quien tomó distinto rumbo. Él, sabía de mí, por mi trabajo como locutor en la XEVQ, que por cierto era una radio muy escuchada en rancherías del municipio de Elota, donde Ramón radicaba hacía ya tiempo, según me informó. Platicamos de varios temas; los amigos del grupo y de la escuela. De Toñita, que nos fiaba dulces, para cuando trajéramos dinero. Del señor de los raspados, de Laco, que nos rentaba cuentos, también de los maestros. Platicamos de la ciudad de Eldorado, que estaba muy cambiado. Hablamos de cuando alguna vez lo visité en su casa en el campo pesquero. Ya no insistió en lo del pleito, menos en la chinga, que según él, yo, había propinado durante aquel ciclo escolar. Nos despedimos emocionados por el reencuentro, quedando de volver a vernos pronto.

Por cierto que ya enfilado por la autopista, durante el trayecto de La Cruz a Culiacán, por más esfuerzo que hice no recordé la dicha pelea, menos que resultara ganador de aquel desencuentro en aquellos ya muy lejanos años.

* Sugerencias y comentarios a teodosonavidad@hotmail.com.
La Promesa, Eldorado, Sinaloa diciembre de 2020

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