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¡VAYA SOBRENOMBRE!

Por lunes 30 de noviembre de 2020 Sin Comentarios

FRANCISCO RENÉ BOJÓRQUEZ CAMACHO

Desde esa noche le cambió la vida por completo. Le empezó a entrar la carcoma por la palabra que había escuchado en el oscuro callejón que daba a su casa; él venía de una jugada de la baraja con sus “taures” amigos y, al entrar en la parte más negra de la callejuela, no supo quién era el que la pronunció tan fuertemente.

La dijo en dos ocasiones, con muchas ganas y como si se hubiera colocado sus manos en la boca para hacer una especie de tubo, soltó la palabra para que el personaje sintiera que iban dirigidas exactamente a él. Eulogio la escuchó sorprendido y movió ligeramente el cuello para el sitio de donde provenía la voz; no vio a nadie; por el rabillo del ojo creyó haber captado una tenue sombra que se perdía en las tinieblas de la madrugada. Por un instante pensó que aparte de él había otro transeúnte en la soledad de aquellas horas en el pueblo de San Ignacio.

Siguió su camino como si no pasara nada, a la vez que rastreaba con su mirada brillosa todos los recovecos de la negrura de la calle. No había nadie, solo él transitaba en aquellas horas de la madrugada grande. Primero pensó en no prestarle demasiada atención a lo que escucharon sus oídos, pero poco a poco la desconfianza natural le empezó a ganar terreno y lo puso a elucubrar seriamente sobre la significancia de esa palabra.

Apresuró sus pasos para llegar lo más pronto posible a su casa mientras que la palabra le repiqueteaba incesantemente en su alcoholizada cabeza. Detuvo sus pasos en la esquina de donde ya se podía ver su hogar, se imaginó que todos dormían plácidamente, fijó bien su vista y prestó atención como si algo raro hubiera captado en la parte de atrás de la vivienda; sí, para él algo se desplazaba cautelosamente como que el bulto quería salir sin ser visto; se talló los ojos para quitarse las legañas y ver mejor, pero se dio cuenta que la imagen anterior ya le aparecía en la retina. La agitación se notó muy pronto en la respiración. Se armó de valor y se deslizó exactamente a su propiedad, a la vez de que entre sus ropas iba sacando un filoso cuchillo de esos que les nombran verduguillos, con el cual encararía un nuevo episodio en su vida que se lo imaginaba trágico.

No había nadie en la parte posterior de la casa, no oyó que ladraran los perros; ninguna gallina aleteo entre los breñales donde dormitaban; fue entonces que afinó sus oídos de cazador y no pudo percibir ninguna alteración en el ambiente. Continuaba con la relampagueante arma blanca entre sus manos; se replegó a la sombra que proyectaba un árbol y así se quedó por varios minutos; quieto, jalando aire despacito para no delatarse; daba la impresión de ser una estatua.

Ahora volvían de nuevo las palabras que escuchó en el callejón; las escuchaba con mayor nitidez y recordó el énfasis que le dio el misterioso personaje al momento de pronunciarlas. Concluyó que el tono era burlesco y que el individuo le conocía intimidades de la familia. Se imaginó que el sujeto tenía rato esperando a que pasara para gritársela a unos cuantos pasos cobijados por la intensa “escurana”. Ahora la palabra ya comenzaba a mortificarle.

Decidió entrar a su casa. Todos dormían tranquilamente. Su mujer al sentirlo, se retorció y buscó otra posición para continuar gozando la plenitud del sueño; él se dejó car en la cama, pero desde ese momento ya no le fue posible pegar los ojos ningún instante; tenía los ojos abiertos como si fuera un tecolote; aflojó el cuerpo para relajarse y así poder entrar al camino del sueño; no se pudo. La palabra oída no lo dejaba concentrarse, continuaba metida en los más oscuros escondrijos de su cerebro; se le había alojado en un lugar de donde difícilmente la sacaría.

Esa palabra estaría repiqueteándole por todos los días que le quedaban de vida. Se imaginaba que cuando pasara cerca de los “mentideros públicos”, entre ellos estaría el autor de aquel grito nocturno y que les estaría narrando “…fue así de este modo y de este otro como le grité…” Hasta allí llegaba su imaginación. Ese grito ya lo estaba metiendo a pensar en algo que no tenía en mente; verse envuelto en esta trama era impensado para él. Jamás pasó por su cabeza que ese adjetivo lo pudiera llevar a cuestas; él siempre pensó que varios calificativos le quedaban a la perfección; “desobligado”, “macho”, “riata”, “jalador”, “de muchos huevos”, “terco”, “madrugador”, “camarada”, “jodido”, “mujeriego”, etc. Pero nunca pasó por su cabeza que alguien pudiera agregarle uno más, el más degradante para un hombre como él, el adjetivo que solo basta que se exprese una sola vez para que ya ande en las bocas de las menuderas del mercado, entre los matanceros, abarroteros, echadoras de la baraja, taqueros, churreros, jugadoras de la lotería y de los que van a misa diariamente; nunca creyó que tendría que agregarlo a su lista personal. Aumentar un calificativo más a partir de que sus oídos registraron la palabra que le retumbó en sus orejas aquella apacible noche pueblerina; ¡¡¡¡¡LLAVUDO!!!!!

Escritor y profesor universitario

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