ANDRÉS GARRIDO DEL TORAL
Antes de ser hacienda, Carretas fue venta y mesón para refaccionar y alimentar a las caravanas de expedicionarios que iban al Norte para explotar las minas de Zacatecas y ya luego las de Guanajuato y San Luis Potosí. Ese sistema de recambio de bestias y de carretas con ruedas fue introducido a la región queretana por el ahora santo Sebastián de Aparicio, cuyos restos yacen en el templo franciscano de Puebla de los Ángeles. Sebastián de Aparicio fundó allí la venta y mesón precisamente porque estaba la orilla del Camino Real, y el 3 de enero de 1562 se consolidó con la autorización real para construir la Venta y Mesón que daba hacia el real camino en su frente principal, siendo la entrada de la servidumbre la que ahora observamos y que da como fachada hacia los famosos arcos queretanos. También aparte de ser hacienda agrícola y ganadera, “Nuestra Señora del Rosario de las Carretas” fue obraje, es decir, fábrica de textiles, propiedad del aristócrata Juan Antonio del Castillo y Llata, tal y como consta en los mapas y archivos conservados por el INAH.
Sebastián de Aparicio del Prado es el personaje clave para estudiar los orígenes del Mesón de Nuestra Señora de Las Carretas, mismo que desde su natal Galicia emprendió el viaje allende el Atlántico en busca de mejores condiciones de vida, que eran desde su nacimiento las de un humilde campesino. Cuentan sus biógrafos que llegó a Veracruz en 1533, a la edad de treinta y un años (nació en 1502 en La Gudiña, Orense). En el viaje de la costa hacia la hoy Ciudad de México se dio cuenta del sufrimiento de los viajeros por el fangoso y empinado camino, además de la forma en que los “tamemes” o cargadores eran explotados y azotados por los encargados de las recuas de carga. Allí, en medio de un sentimiento de piedad, fue ideando cómo mejorar el trecho de Puebla rumbo a la capital novohispana y el introducir la rueda y fabricar carretas que ayudaran a los pobres indios en la penosa tarea del trasiego de mercancías, lo que logró hacer realidad instalando su negocio y taller en Jalapa, asociándose con un carpintero poblano.
Asentado en Puebla de los Ángeles, con una considerable extensión de tierras de cultivo y de ganado, hizo uso de las exenciones fiscales que le había otorgado mediante contrato la Casa de Contratación de Sevilla, haciendo una considerable fortuna. Dicen que al enseñar a los rancheros a usar con maestría la cuerda con el ganado mular, vacuno y equino y el arado se convirtió en el primer charro mexicano.
Con afán empresarial muy pronto obtuvo concesión de la Corona española para construir, ampliar y mejorar caminos en el territorio novohispano. Ideó rutas para el comercio y el transporte y se convirtió en el primer empresario transportista de la Nueva España. En 1542 rompe su sociedad con el carpintero poblano y se traslada a la ciudad capital del virreinato donde se construía el camino real hasta las minas de Nuestra Señora de los Remedios de Zacatecas, por lo que obtuvo autorización para abrir caminos y ofrecer viáticos y refacciones a los viajeros, debiendo hacer relaciones con los indígenas de los pueblos por donde pasara la vereda.
Hoy en día admira aún la obra titánica de Sebastián por sus vastas y grandiosas proporciones: tuvo que allanar hondonadas, rodear montes, construir puentes de madera, llevar provisiones para sus trabajadores y, sobre todo, lograr la amistad con las tribus chichimecas, tristemente célebres por su ferocidad y canibalismo. Ante esta obra de gigantes y de santos, Sebastián no se arredró. Su mente y su corazón aspiraban a mayores cosas y en pocos años vio terminada la obra que lo inmortalizaría para siempre. Sus cuadrillas de carretas recorrieron aquellas larguísimas distancias sin ser molestadas por los chichimecas, quienes al ver la mansedumbre y caridad con que los trataba Sebastián le amaron, le protegieron y nunca le hicieron mal alguno. Esas mismas cuadrillas se convirtieron también en seguro refugio para los pasajeros y gracias también a los esfuerzos de Sebastián los pequeños poblados aumentaron considerablemente, como la ciudad de Santiago de Querétaro.
En 1552 vende sus mesones y carretas para dedicarse por completo a su hacienda y ranchos, quedándose a vivir en la ubicada en Azcapotzalco, donde contrajo matrimonio dos veces y dos veces quedó viudo al poco tiempo de casado, sin descendencia. Ante esta desgracia retoma su trabajo como hacendado y decide tomar la vida religiosa, misma que le es negada en forma inmediata, porque requería probar su fe y capacidad física. Es entonces que entra como criado al convento de las clarisas de la ciudad de México, mismas a las que les dona veinte mil pesos de su peculio, quedándose solamente con mil pesos para él.
Comprobada su vocación el 9 de junio de 1574 viste el hábito franciscano como novicio, destinado al convento de San Francisco en la ciudad de México. También estuvo en el convento de Santiago de Tlatelolco donde inicia una tradición de bendecir los vehículos nuevos, que se mantuvo hasta 1962 en el atrio del templo. El 13 de junio de 1575 hace sus votos y entra como fraile a la Orden Franciscana, destinado al convento de Santiago de Tecali, en las cercanías de Puebla de los Ángeles, donde le es dado el oficio de limosnero, lo que lo hace recorrer los caminos de Puebla, Tlaxcala, Veracruz y México. Muere el 25 de febrero de 1600 luego de una larga agonía. Cuatro días después, acude a su entierro una gran cantidad de personas. Su cuerpo fue depositado en el templo de San Francisco de Puebla de los Ángeles, mortaja que continúa allí sin corromperse, como si durmiera solamente.
Es hasta 1768 que se inician los trabajos para su beatificación, dirigidos por Mateo de Ximénez y se logra su beatificación por el papa Pío VI el 17 de mayo de 1789, a la cual sigue el trámite de su canonización, cosa que hasta hoy, 2020, no se ha logrado. Tanto en su pueblo natal La Gudiña, España, como en el lugar donde se conservan sus restos en Puebla, se bendicen los automotores y lo consideran el patrono de los automóviles y los transportes terrestres. Su cuerpo, con más de cuatrocientos veinte años de muerto, permanece expuesto en una urna con paredes de cristal. También se cuenta que él inició a finales del siglo XVI la festividad del Día de Muertos en lo que hoy es México como una forma de sincretismo entre lo prehispánico y lo cristiano.
Como empresario carretero y explorador de rutas llegó a San Juan del Río en 1547 y a Querétaro poco tiempo después, asentando el Mesón y la refaccionaria de carretas precisamente en el terreno que más tarde ocupará la hacienda y el obraje del mismo nombre, cuando todavía había restos de la “Laguna de los Patos”, en terrenos anexos a la hacienda de Patehé, ubicada al nororiente del pueblo de indios de Querétaro.
En el año de 1562 don Diego de Saldívar construyó una venta en el paradero con alojamientos para pasajeros, con descargaderos, con corrales, y con todo lo necesario para dar servicio a las carretas de fray Sebastián. Es decir, el servicio de refacciones de carretas fue de Sebastián de Aparicio, pero el dueño del mesón y de los servicios de alimentación fue Diego de Saldívar. Se conjugaron excelentemente ambos prestadores. Por ello, en 1561, el virrey Lorenzo Xuárez de Mendoza, otorgó el territorio a Diego Saldívar para que en él se construyera una venta con alojamientos estilo mesón y los servicios necesarios. Para el cronista Adonaí Infante el antiguo mesón de Carretas subsistió en lo que hoy serían las esquinas de Ejército Republicano y Circunvalación, que al fin de cuentas era el principal Camino Real de Tierra Adentro. A mí que me tocó ver hasta 1981 las ruinas de un edificio color blanco con torreones, fuertes y contrafuertes, que fue completamente derruido cuando se construyó la Plaza de las Américas y una escuela primaria y preescolar, me cabe el argumento de que esa edificación no era el Mesón de Carretas sino la famosa Garita de México, entrada y salida principales de Querétaro del siglo XVI y hasta el XX. Les vendo un puerco ateo e ignorante.
Cronista de Querétaro y Doctor en Derecho