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MI REGRESO

Por sábado 31 de octubre de 2020 Sin Comentarios

TEODOSO NAVIDAD SALAZAR

Cuatro décadas antes, el uno de septiembre, bajo un sol inclemente, llegué al caserío, caminando desde el antiguo pueblo de Ocoroni, en el municipio de Sinaloa. Había hecho viaje desde Culiacán y en Sinaloa de Leyva, donde estaba la supervisión escolar, recibí la orden de presentación. Una vereda serpenteante por entre cerros me llevó hasta mi destino laboral. Mi hoja de adscripción, indicaba que debía presentarme en la escuela primaria Guadalupe Victoria, en una comunidad perteneciente al ejido Tasajera y Gallo, en los límites del municipio de El Fuerte.

Justo a las siete de la mañana después de haber disfrutado de café y una pieza de pan ofrecida por don Abel, síndico de Ocoroni, junto con otro maestro, que iba a una comunidad más cercana que a la que yo estaba adscrito, emprendimos la marcha. Luego de caminar un par de horas encontramos una bifurcación en la vereda.Allí nos despedimos; él tomó a la derecha y yo seguí de frente. El calor era sofocante y el camino se hacía más pesado por la maleta y libros que cargaba. Las botas de tacón cubano, no ayudaban en esas condiciones de subir y bajar lomas.

Poco después de la una de la tarde cuando el sol caía a plomo sobre mi cabeza, escuché ladridos y el tintineo de cencerros me avisaba del ganado que pastaba por laderas cercanas al camino. Al llegar a lo alto de una loma, divisé humo. Luego casas dispersas por entre las faldas de los cerros, después el pequeño vallecito. Allí estaba mi escuela frente a un impresionante cerro: “el cerro del Pozo”. La brecha cruzaba el caserío, pasé el arroyo de escaso caudal, subí de nuevo hasta llegar a una pequeña meseta donde observé algunas casas y el edificio escolar; era bonita la escuela, pintada de azul, paredes de pino, techo impermeabilizado color rojo, ventanas de cristales corredizos. Una cerca de alambre de púas, protegía el perímetro.

Yo estaba seguro que la gente había advertido mi llegada, porque al poco rato de estar en la escuela, sentado, cansado de tanto caminar, ampollado de los pies (porque no es lo mismo caminar en lo plano que subir y bajar lomas), llegaron niños a preguntar si yo era el nuevo maestro. Uno de ellos me dijo que su mamá mandaba preguntar si quería comer, a lo que contesté que sí. (No había cenado el día anterior, y solo traía en la barriga el café y el pan que el síndico nos había ofrecido ese día por la mañana). Luego de unos minutos de espera llegó el niño (Servando, su nombre), con un plato de frijoles y un huevo frito, acompañados de tortillas recién hechas y café. Todo me supo a gloria. Mientras comía los niños entraron en confianza y yo después de algunas bromas sentí que había empatía y la relación se fortaleció desde aquel primer encuentro. Avisé que la reunión de padres de familia sería al caer la tarde. Fui bien aceptado. Después de la cena, tomé un baño con agua del arroyo y luego de una plática con algunos vecinos, vencido por el cansancio dormí como “un bendito”, en la casa de Diego Aboytes, donde me dieron asistencia.

No fue fácil adaptarme a la realidad. Nuestros maestros en la Escuela Normal nos habían dado muy buenas herramientas para llevar a cabo el proceso enseñanza aprendizaje y haciendo uso de ellas empecé mi trabajo. Fui director encargado de la escuela unitaria (multigrado). Únicamente aquel ciclo escolar permanecí en esa escuela,sin embargo la experiencia adquirida fue magnífica y marcó para siempre mi vida. Me di cuenta que sí tenía vocación y logré enseñar a leer y escribir y llevar al grado inmediato superior algrupo de niños de aquella comunidad que sobrevivía en condiciones miserables, mal vestidos y peor alimentados. El paludismo y enfermedades gastrointestinales hacían estragos en sus habitantes, dadas las condiciones de insalubridad en que “vivían”. Una comunidad donde transcurrían semanas para que pasara o llegara algún vehículo, porque el camino era pésimo. Las fuentes de empleo eran el corte de madera; vara blanca, estacón, leña y madera para casas.Sus moradores sembraban maíz, frijol, calabaza, pepino blanco para autoconsumo y aprovechaban los productos de la leche preparando queso y otros derivados; “vivía” aquella gente humilde en condiciones difíciles, con nulas esperanzas de mejorar en un futuro. Transcurrió el ciclo escolar tratando de influir en los padres de familia para que los niños prosiguieran sus estudios con algún familiar o amistades, ya fuera en Ocoroni o en San Blas, y con ello alejarlos del narcotráfico y actividades ilícitas.

40 años después

El ser humano que puede, tarde o temprano vuelve sobre sus pasos para recordar vivencias,sin importar si fueron buenas o malas. Yo no fui la excepción. Una calurosa mañana de agosto regresé sobre mis pasos al caserío donde inicié como maestro rural en el nivel de primaria. Cuarenta años después volví al encuentro con mis recuerdos: gratos unos, otros no tanto.Regresé sobre mis pasos. Lejos quedó aquel lejano día de septiembre, en que hice el trayecto a pie en poco más de cuatro horas; ahora en pocos minutos(en automóvil), estaba en el poblado. Más allá de la carretera asfaltada que atraviesa el caserío y los paneles solares, que no todas las casas tienen, observé pocos cambios en el poblado.

Hubo quien no me recordó. Tenían razón, era otra generación. Muchos de mis alumnos cuyos padres habían fallecido, eran abuelos; otros ya no vivían allí, o buscaron mejor destino para sus familias y se fueron para siempre. Otros murieron por problemas de narcotráfico y violencia que de ello deriva. Muchos moradores seguían viviendo de la madera de los escasos bosques. Nada había cambiado en sus modos de vida. Gente de ropas humildes rasgadas, huarache y sombrero.

La carretera sin duda es progreso. Pueden llegar más rápido a Ocoroni o San Blas ante alguna urgencia, pero es solo eso. No había más de tres carros en el poblado. No hay otra fuente de empleo que la siembra de autoconsumo, cría de ganado de manera doméstica y trabajo en el corte de madera, únicas opciones. Muchos otros que encausaron sus pasos en actividades ilícitas,cultivo o trasiego de enervantes, o están en la cárcel o muertos, según me informaron. No hay otras opciones. Quienes de alguna manera “progresaron”, viven en otros puntos. Se marcharon para siempre de aquella comunidad donde nacieron y vivieron sus ancestros, muchas generaciones antes.

La justicia social, no se ha hecho presente después de cuatro décadas, tiempo en que yo había estado en ese lugar compartiendo con esa gente que ofrecía su amistad y buen trato.

El progreso, la justicia social, no había llegado a aquella comunidad

Posdata: En una de las casas pedí a la casera me facilitara unos catres; en ellos vacié en forma ordenada el contenido de varios costales en lo que llevé ropa, zapatos y otros enseres, por supuesto usados, y convoqué a quienes quisieran, a tomar lo que pudiera serles de utilidad.

Comentarios y sugerencias a teodosonavidad@hotmail.com
La Promesa, Eldorado, Sinaloa, México

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