JAIME IRÍZAR LÓPEZ
Recluido en mi domicilio en virtud de un análisis serio y concienzudo sobre mis factores de riesgo ante una pandemia tan severa como la que actualmente sufrimos, dentro de los cuales les quiero destacar mi edad avanzada, la hipertensión, diabetes, problemas cardiacos y obesidad mórbida, es más, para acabar pronto, solo me resta decirles que el único factor condicionante que no tengo, es el de estar embarazado. Ante lo crítico de mi situación, me dispuse a tomar con mucha calma y suficiente sabiduría el nuevo estilo de vida que ante mis ojos se presentaba. Aunque he de reconocer que en mis inicios de encierro, llegué a pensar con esa actitud positiva que siempre me ha caracterizado, que el problema nacional no sería ni tan grave o prolongado como en otros países. Me equivoqué rotundamente. Aun así, quiero comentarles una serie de eventos que en el día a día me fueron ocurriendo, de tal suerte que era como si estuviera inscrito en la última escuela de mi historia personal para que me enseñaran a reflexionar, revisar, y hacer la síntesis final que terminaría por definir mi existencia.
Los primeros días fue cosa de ir distribuyendo el tiempo en las tareas más simples, comer, ver televisión, películas en Netflix, abordar la computadora para leer y viajar virtualmente, revisar el facebook, dormir, y muy ocasionalmente procurar un espacio íntimo con la pareja, sin olvidar los ratos de extenuante ejercicio que significaba el caminar aprisa de la recámara a la cocina. Cada hoja arrancada de mi calendario me traía experiencias diversas, influenciadas éstas por la saturación de información que los medios electrónicos nos brindaban en torno al problema mundial que nos aquejaba. En ningún momento tantas noticias me ayudaron a sosegar mi alma y mi mente. Estaban sumamente inquietantes por el panorama tan negro e incierto que alcanzaban a vislumbrar, de manera especial para mí, que estando etiquetado como viejo por mi familia y amigos, estaba destinado a estar confinado por ellos con mayor rigurosidad y vigilancia que a otros. No hubo en esos días iniciales de “prisión domiciliaria” nada de interés que rompiera nuestras rutinas, pero fue hasta que ya iniciado el segundo mes de auto encierro que empezaron a aflorar en mí los signos y síntomas propios de la depresión y neurosis que en ninguna otra etapa de mi vida se habían hecho tan evidentes.
Mi sueño, al igual que mi temperamento se alteraba con mucha frecuencia. Las tareas distractoras iniciales se fueron trastocando por actividades de ensimismamiento, reflexión, análisis, sueños vividos y en rememorar con rigurosidad y detalle todas y cada una de las etapas de mi vida. Ya estaba en tiempo de hacer ese recuento. Y mi mente con o sin mi permiso, sin sutilezas ni cortesías, me fue trayendo a mi conciencia con gran fidelidad, personas, acciones, aciertos, fracasos, épocas y lugares, en fin, todo tipo de vivencias que moldearon para bien o para mal mi existir
Empiezo por contarles las curiosas visitas a mis sueños de todas aquellas personas ligadas por la sangre y el afecto a mi vida. En un día cualquiera de mi calendario COVID, me dormí temprano y apareció en un sueño muy apacible mi señor padre, el que a decir verdad no tuve la fortuna de convivir ni compartir experiencias significativas con él, no obstante mi madre nos inculcó que pese a las ausencias prolongadas de él en la casa, deberíamos respetarlo y quererlo como si estuviera permanentemente, aunque
algunas personas amigas o familiares pensaran que lo enamorado y las hormonas no lo dejaron ser el mejor padre o esposo que pudo ser. Muchos hermanos y medios hermanos, muchas parejas de vida daban testimonio de ello. Solo Dios y mi madre tenían el derecho de juzgarlo severamente. Mi madre nunca lo hizo. A nosotros ni siquiera pensarlo. Dos detalles de su visita onírica les narro. La primera está en relación a un perro pastor alemán legítimo que me regaló en mi infancia, por el que me preguntó en cuanto apareció en mi sueño, a lo cual yo con pena y todo le dije que al día siguiente del regalo, el perro por un descuido mío se escapó corriendo a la calle y lo mato una pick up. Desde entonces por sentimientos de culpa y vergüenza, no quise aceptar ninguna otra mascota. Ya lo sabía me dijo, te pregunté solo para tener la oportunidad de aconsejarte que nada bueno es para la felicidad atarse al pasado doloroso. Sé que tú, al igual que yo, fuimos educados y formados en unas familias con marcada influencia católica y por ende, sobre todo en la infancia, vivimos hasta cierto punto atormentados por la noción del pecado, la idea del infierno y la promesa del cielo solo para aquellos que se portan bien.
Sin querer justificarme te digo con los pelos de la burra en la mano, que el Dios verdadero es muy parecido a aquel que definió Spinoza, es un ser todo amor, que no juzga ni condena a nada ni a nadie. Es respetuoso de tu individualidad y libre albedrio. Ya lo comprobaras en breve, entretanto te doy un abrazo lleno de afecto que supla todos aquellos que no te di. Esta imaginaria charla, lo confieso, me regaló una tranquilidad dentro la tormenta que estaba viviendo por la pandemia. Se despidió repitiendo la única adivinanza que de él recuerdo: cuando iba para Amberes me encontré cuatro mujeres, cada mujer con un niño, cada niño con un perro. ¿Cuantos iban para Amberes?. Hoy a toro pasado, concluyo que si él fue a Amberes, se encontró sin duda alguna a mucho más de cuatro mujeres con quienes procreó más de treinta y tantos niños.
En otro de mis enclaustrados días, me entero con tristeza del contagio severo de algunos amigos y familiares, y de la muerte de un excompañero de escuela. Ello de verdad me cimbró y me ubicó con mucha crudeza en la realidad que nunca del todo había dimensionado. Me sentí muy vulnerable, frágil, dependiente y necesitado de conciliar mis pensamientos con mis sentimientos.
Tal vez influenciado porque la propagación del virus maldito opacó importantes días festivos, también mi madre acudió puntual a visitarme en otro de mis sueños tan vívidos. Con ese típico rostro que nunca albergó maldad ni amargura. A sabiendas de que tenía que prodigar cobijo y ternura por partida múltiple y que no podía darse el lujo de dar cabida a sentimientos perversos o negativos. Diles a todos tus hermanos que vivan felices, me dijo. Que por mí no se preocupen. Tuve casi 98 años de existencia terrenal y tengo toda una eternidad para sentirme adorada y realizada. Estoy en el paraíso que mis propias creencias y acciones formaron. Espero en Dios que toda mi descendencia tenga siempre la fe en un mañana mejor. Sé que eso los ayudará a ser felices.
Inexorable el tiempo transcurría. Lo viejo se hacía más viejo. Me acercaba cada día un poco más a la orilla. Cada hoja del calendario que se caía me enseñaba algo importante revestido de humildad. Me regalaba experiencias mentales y espirituales nunca antes vividas. En cada una de mis noches de confinamiento, en pleno sueño reparador, fueron apareciendo uno a uno mis hermanos y hermanas ya idos. Acudió Saúl, el niño que murió de la enfermedad social más grave: la pobreza. No lo conocí, hasta que me visitó en el sueño. Estoy orgulloso de toda mi familia me dijo, aquí estoy con mi Amá para convivir lo que me faltó en un tiempo. Aquí Jaime, lo que más me gusta es que no hay carencias.
En otra ocasión tocó el turno a Jorjón (mi hermano Jorge), preguntándome por todos y haciendo las agudas críticas y bromas de toda la vida. Quiere siempre a la familia me dijo de nuevo. Quien no tiene a la familia como prioridad, no merece tu saludo, afecto o consideración. Ese ser, sea quien sea, no sirve para nada, recuérdalo.
Reconozco que soy más reseco que un pinole, pero aclaro que en esa área de confort que me construyeron mis padres y hermanos, pude externar a mi modo y estilo, la admiración y el cariño que les profesaba. Con Paco, cuando me visitó en una noche con cuarto de luna, me tocó platicar largo y tendido sobre uno de sus pasatiempos preferidos. Recordamos los tiempos de pesca y las aventuras en los campos pesqueros del Castillo, Altata, Dautillos y los Algodones. Tantos lodazales y mosquitos que tuvimos que sortear y tolerar para tener un rato de sana convivencia y traer algunos pescados para la familia. Me contó también, de las razones personales por las que abandonó la carrera política. Subyugado por las ansias de poder y por el encanto de servir, finalmente vives para todos me dijo, menos para ti. La familia sin deberla ni temerla, siempre paga los platos rotos.
Olga, Laura y Elma, las tres hermanas que recientemente fallecieron, estas dos últimas el mismo día, también hicieron acto de presencia en mis pandémicas noches. La primera de ellas me dijo que no tuviera pendiente alguno por las mentiras que como médico le dije durante su enfermedad terminal. Hoy entiendo, me dijo, que era para atenuar el stress de enferma grave. Me recalcó que a su modo fue muy feliz, pese a no haberse casado y no tener hijos, se realizó prodigando cariño y cuidados especiales a mi madre, hermanos menores y sobrinos.
Laura, aunque sí estuvo casada y con hijos, era una gran mujer con un gigantesco talento para las artes culinarias, prodigiosa diría yo. Creó un sinnúmero de platillos que aun a la fecha dan prestigio a una reconocida cadena de restaurantes de mariscos. Ella me dijo que tuvo todo para ser feliz, que de hecho lo fue en un tiempo, curiosamente cuando vivían la época de vacas flacas en su familia. Que la llegada de la bonanza, ésta rompió la armonía marital, misma que la marcó por el resto de su vida por no volver a encontrar sosiego, calma, ni consuelo. Que tarde lo entendí me dijo. Hoy que no puedo hacer nada, quisiera hacerlo todo para ser más feliz. Creo yo que mi hermana Lita, aunque parezca cursi decirlo, como “La Niña de Guatemala”, también se murió de amor.
Elma, la cuata, viva imagen de mi madre en abnegación y bondad, me dijo que ella encontró la felicidad de la forma más sencilla. Vivió con un marco de valores que siempre le dio el coraje para salir adelante. En mi familia encontré la felicidad y mi motivación mayor Jaime. Yo no ocupé de nada más.
Fernando, el Nano, el hombre generoso, como se le definió por muchos en mi tierra. Acudió no una sino varias noches, a decirme lo grato que fue abrazar de nuevo al Fer su hijo y a la esposa quien tanto en vida sufrió. Recordamos tantos momentos compartidos en viajes y juegos. Me dijo que siempre le asombró como la gente le envidiaba porque tenía mucha suerte en los juegos y sorteos, más nunca decían nada, tal vez por no conocerlo, del dolor de tener y perder familiares por enfermedades penosas y de agonía prolongada. La suerte y la felicidad, me subrayó, se miden de manera diferente. Todas las personas tienen su propia regla.
Oye Nano le dije, aquí te recordamos con cariño con “vuela paloma”, canción que encierra un misterio sobre un amor de juventud. Y no le andan muy lejos me dijo finalmente, con esa sonrisa tímida y pícara que siempre le caracterizó.
Bueno ya para concluir, éstos y muchos otros eventos más me han ocurrido durante este periodo de mi vida tan especial. Tanta introspección, tantos sueños, análisis y reflexiones que seguramente a mí como a ustedes, no nos dejarán volver a ser los mismos una vez pasada esta pesadilla. Confieso que estas experiencias oníricas, en virtud de ser tan vívidas, positivas y coloquiales, me inquietaron al principio, de tal suerte que me atreví a contárselas a mi esposa a sabiendas de su escepticismo y practicidad. Ella, aguda e irónica como siempre, me dijo. No te inquietes, tal vez tus familiares te están preparando para el gran regreso. Quedan muy pocas hojas en tu calendario al igual que en el mío, porque no aprendemos a vivirlas con intensidad. Con mayor razón ahora que te veo con frecuencia en casa.
Dios nos puso en este encierro para que aprendiéramos algo importante. No te resistas al cambio ni a la enseñanza, que yo sin duda haré lo mismo.
Médico y escritor