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CANTINAS: ALCOHOL Y EMBRIAGUEZ EN SINALOA, 1920-1940

Por viernes 15 de mayo de 2020 Sin Comentarios

FÉLIX BRITO RODRÍGUEZ

Fotografía de Mazatlán, Sinaloa

De 1920 a 1940, las cantinas fueron lugares de múltiples interrelaciones humanas entre hombres de variada clase social y económica que disfrutaban de bebidas embriagantes y de un tiempo de ocio y sociabilidad, individuos que se divertían con juegos como los naipes, el cubilete o el dominó. También se discutía y reflexionaba sobre diversos temas: amor, decepción, trabajo, política, economía, etcétera. Fueron espacios que igual convocaban a individuos de todas las edades y espectros socioeconómicos y albergaban la vida bohemia de obreros, jornaleros, militares, escritores, artistas o burócratas, que lo mismo de tahúres e individuos sin oficio ni beneficio.

Las cantinas fueron espacios generadores de ruido y contaminación auditiva y odorífera. Los vecinos de estas áreas se quejaban y exigían a las autoridades municipales su derecho a descansar tranquilamente, motivo por el cual demandaban acciones inmediatas en contra de la contaminación acústica producida. Este bullicio estaba ligado a los escándalos que noche tras noche protagonizaban los ebrios que en ocasiones utilizaban lenguaje soez. En cuanto a la contaminación odorífera, se presentaba, principalmente, debido a las emanaciones de los pestilentes sanitarios y de la suciedad que los individuos en estado de ebriedad dejaban en las banquetas o en las paredes de los predios contiguos a las cantinas.

También fueron un espacio de sordidez, intoxicaciones alcohólicas, riñas, conspiraciones, acaloradas discusiones, prostitución, apuestas y juegos de azar; todo ello ambientado en una atmósfera de humo de tabaco y música.

Continuas fueron las notas que aparecían en registros oficiales y en la prensa sinaloense en las que se refleja la lucha que sostuvieron las autoridades locales, durante la segunda década del siglo XX, por persuadir a la población él no consumo de bebidas alcohólicas. Así, por ejemplo, tenemos que en mayo de 1929, el Ayuntamiento de Mazatlán decretó el cierre de cantinas por las noches, mientras que en el mes de julio del mismo año otra nota hacía mención que las autoridades prohibieron la venta de ponches con alcohol. Por otro lado, en septiembre del citado año la prensa destacaba el arribo de una misión de estudiantes de la Universidad Nacional de México, cuyo principal objetivo era el de proporcionar conferencias antialcohólicas “para desterrar al pueblo de las cantinas”.

En no pocos casos, las autoridades municipales se encontraron impedidas para implementar una efectiva aplicación de las leyes que regulaban los espacios en donde se consumían bebidas embriagantes, debido a que no contaban con personal vigilante suficiente ni con presencia en lugares apartados del municipio; o bien, en todo caso, las propias autoridades estaban corrompidas por los contrabandistas de alcoholes, de tal forma que la campaña de moralización en contra del vicio fue solo un mito, puesto que los centros clandestinos de venta de alcohol siempre proliferaron.

En la administración del gobernador de Sinaloa, Manuel Páez (1933-1935), se dictaron medidas tendientes a combatir la embriaguez. Se prohibieron la venta de bebidas embriagantes los domingos, por considerar que ese día era generalmente el que se concedía a los trabajadores como descanso. Asimismo, se dispuso que las cantinas cerraran sus puertas diariamente a las doce de la noche, como máximo.

Tan atinadas disposiciones solo duraron en pie unas cuantas semanas, porque los propietarios de tabernas, expendios y aguajes consiguieron que sus establecimientos permanecieran abiertos los domingos y hasta las tres de la mañana, mediante el pago de un módico gravamen.

“Del mal, el menos”, dice un proverbio. Igualmente lo pensaron algunas autoridades. Si resultaba imposible evitar que el pueblo renunciara al consumo de bebidas alcohólicas, habría que conseguir que se inclinara a otras menos destructoras.

Un aspecto que dividió a la opinión pública en torno a las bebidas embriagantes fue la posibilidad de que las autoridades locales brindaran protección a la producción de la cerveza, como un recurso para lograr erradicar la ingesta y el abuso del aguardiente mezcal. Se argumentaba que debido al alto costo de la cerveza, el pueblo no podía comprarla: Con los veinte o treinta y cinco centavos que es el costo del “cuartito” o de la “media”, se compran una mulita de vil “margallate”, que para el caso, surte mejores efectos que la cerveza: es decir, se embriagan más pronto y a menos costo. [PDS (en adelante pds), Mazatlán Sinaloa, martes 1 de septiembre de 1936].

Los subsecuentes gobiernos pos-revolucionarios brindaron una decidida protección a la industria cervecera en el estado, con el firme propósito de abaratar el precio de la misma. Esta medida proteccionista conllevó a una paulatina desaparición de la tradicional industria mezcalera en Sinaloa, debido a que su producto no pudo competir con los bajos costos de la cerveza, cuyo consumo poco a poco fue incorporada por los sinaloenses como la habitual bebida embriagante.

Por su graduación alcohólica, precio, facilidad de transporte, conservación y, sobre todo, por la permanente aplicación de reformas a los sistemas de promoción y venta, la cerveza pronto se convirtió en un serio retador del mezcal, que todavía a principios del siglo XX, representaba más del noventa por ciento de las ventas de bebidas alcohólicas.

En las autoridades municipales recayó la interpretación y aplicación de las leyes que regulaban la venta de alcohol. Ello les permitió, a los alcaldes y demás autoridades, crear un monopolio eficaz para los vendedores de alcohol favorecidos por ellos, usando la ley únicamente para perseguir a los competidores que obstruían el negocio de los protegidos. No es extraño que se produjeran casos como el que aconteció en el poblado de Angostura, donde existían dos cantinas, una del presidente y otra de Mucio Monroy, misma que el presidente mandó cerrar.

La entrada en vigor de las leyes que regulaban el consumo de alcohol se correspondió con una activa y pública movilización de las mujeres sinaloenses, con el propósito de conseguir inhibir su compra e inclusive demandar a las autoridades la prohibición de nuevos espacios para su comercialización. Sin duda significaron para las autoridades un importante aliado en la lucha contra el consumo de alcohol. Tal como se constata en los telegramas enviados por los clubes femeniles localizados en las poblaciones de El Guayabo y Villa Unión, quienes demandaban la clausura de todas las cantinas y aguajes, anteponiendo como razón de peso que sus maridos e hijos dilapidan lamentablemente sus salarios, semana tras semana, en esos centros.[PDS, Mazatlán, Sinaloa, sábado 24 de abril de 1937].

En un ideal de desarrollo, las autoridades sinaloenses que encabezaron los gobiernos posteriores a la Revolución mexicana, presupusieron que beber alcohol dañaba a la familia, principalmente a las mujeres y a los niños, pues estos dependían económicamente del salario que el padre proveía al hogar, quien al gastarlo en las cantinas privaba así de los alimentos y nutrientes necesarios para el sano y adecuado crecimiento de los hijos e imaginaron que mediante la extirpación, o en menor medida, la atemperación entre la población del consumo y venta de alcohol, sería posible transformar los atrasos económicos y sociales presentes en la mayoría de la población.

Profesor de la Facultad de Historia/UAS

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