JUAN RAMÓN MANJARREZ PEÑUELAS
Lucas Nevárez, nació en el tercer tercio del siglo XIX en el mineral de Jucuixtita, comunidad serrana perteneciente al municipio de San Ignacio. A pesar de la extrema pobreza en que transcurrió su infancia, Lucas Nevárez fue a la escuela, por lo menos un año y aprendió a leer y escribir. Su condición de niño huérfano, a muy corta edad, lo llevó por las veredas de la vagancia y de la astucia para poder sobrevivir en un mundillo de vicios y alcohol que prosperaba en las bocas de las minas.
Adquirió relevancia cuando un buen día, un viejo tahúr venido a menos en el juego de las cartas, lo adoptó y lo empezó a entrenar. Lucas aprendía rápido y muy pronto alcanzó la maestría de su mentor, y su fama de niño tahúr poco a poco se fue conociendo por todas las barrancas y zanjones de los minerales del Piaxtla.
En junio de 1885, Heraclio Bernal, el bandido Calavera, tomó por asalto el mineral de Jucuixtita y ordenó aprehender al director político, al colector de rentas, al agente de correos, al administrador del negocio de la minera y al niño prodigio, jugador de cartas, que para ese entonces era ya un mocetón.
Bernal negoció, con los detenidos, sendos rescates en plata sellada, excepto con Lucas a quien Heraclio había hecho preso solamente para retarlo en una partida de naipes y así comprobar su fama de buen jugador.
–Mira, muchacho, si me ganas la partida no solamente te doy la libertad, sino que te dejo estas cuatro monedas de oro para que vivas a gusto una buena temporada –le propuso el bandido Calavera.
–Está bien –le respondió Lucas con tono firme y desafiante.
Como desenfundando una pistola, el muchacho sacó de su bolsillo un juego de barajas, para apurarlo a concretar el trato. Heraclio las revisó para cerciorarse de que las cartas no estuvieran marcadas y las puso sobre un tablón que servía de mesa.
–Entonces te toca partir a ti la baraja -le dijo Heraclio.
Lucas recogió el paquete de cartas con su mano izquierda y en un relampagueante parpadeo sacó con su mano derecha un nuevo juego de naipes que puso sobre la mesa y partió inmediatamente para camuflar el cambio. Heraclio, quien hasta ese momento había permanecido de pie, buscó acomodo sobre una silla. Algo raro olfateó en el aire el bandido Calavera, pero no supo qué era.
Tres días después,Heraclio Bernal, se internó en la sierra de Durango al frente de ciento cinco hombres y un botín que ascendía a cinco mil ochocientos veinte pesos con cincuenta centavos en plata sellada y una buena dotación de caballos y armamento, menos doce pesos en oro que finalmente Lucas Nevárez le había ganado en el juego de los naipes.
Desde entonces Lucas no dejó de asistir a ferias y fiestas patronales de pueblo alguno. La fama de haberle ganado en el juego de la baraja a Heraclio Bernal, lo había convertido en una celebridad, casi en un artista. Era un espectáculo mirarlo jugar y lo mejor, ver cómo no había nadie quien le ganara.
Tan grande era su fama que muchas veces los integrantes de los comités organizadores de las ferias acudían hasta Jucuixtita en su busca para invitarlo, pues su sola presencia garantizaba el éxito de las festividades.
Pero muy pronto la fama se le subió a la cabeza y su adicción al alcohol hizo que Lucas disminuyera su destreza al hacer trampas en las jugadas, olvidando con mucha frecuencia cambiar el juego de cartas por la de naipes marcados, truco éste que le valió ganarle aquella vez a Heraclio Bernal todas las partidas. Y así como en un santiamén ganó fama, también la perdió. Por eso la noche aquella en que caminaba desolado por el arroyo de Santiago, después de haberse quedado en la ruina, recordó la vieja leyenda que le habían contado unos barreteros cuando él mendigaba por las bocas de las minas.
Un rayo de esperanza cruzó por su mente.
–Diablooooooo, diablooooooo, diablitooooo hazte presente -gritaba en el oscuro silencio de la media noche.
-¿Quién me invoca? –se escuchó preguntar al demonio con una voz muy firme y tenebrosa.
Lucas se detuvo en seco y se quedó paralizado por un momento. Luego respondió dubitativamente.
–Soy yo, Lucas Nevárez
–Que deseas de mí, Luquitas -respondió el diablo con una voz ahora muy amigable.
–Quiero hacer un pacto contigo, deseo que me hagas ganar mucho dinero nuevamente en el juego de los naipes.
–¿Y qué me ofreces a cambio, Luquitas? –Te entrego mi alma, pero una vez que me muera
–Entonces tenemos un trato, mi querido Luquitas – respondió el diablo-.Toma esta vela que, como ves, es muy larga. Siempre mantén la mecha encendida mientras estés jugando y ganarás todas las partidas y todo el dinero que tú quieras, pero mi Luquitas, escucha bien lo que voy a decir: una vez que se consuma la vela no vuelvas a jugar nunca porque perderás todo lo que hubieses ganado. Yo vendré por tu alma, no cuando mueras, como me lo estás pidiendo, sino mejor, cuando ya te hayas gastado todo el dinero que ganes con este inmejorable trato para ti.
Y así apareció nuevamente Lucas Nevárez en todas las ferias de los pueblos de la región, jugando a la baraja, pero esta vez, bajo la luz avispada de su vela que él mismo ponía al centro de la mesa como cañajote de rastrojo de milpa.Ganaba todas las partidas y despilfarraba dinero a raudales.
Pero un buen día la vela se consumió por completo y Lucas, debido a su codicia y, otra vez, al vicio del alcohol, olvidó la advertencia que el diablo le había hecho aquella noche oscura en el arroyo de Santiago.
Y así, sin la vela, siguió en el juego hasta que perdió el último centavo, incluso su caballo negro reluciente, de largas crines perfectamente trenzadas, con el que solía entrar triunfante a los pueblos a los que era invitado.
Se sabe que su última aparición en público fue en las fiestas de San Jerónimo, en Ajoya. Dos días después lo encontraron muerto sobre una isleta del río Verde. Un campeador que pasó por el lugar dijo haberlo visto tieso sobre el cascajo del río, con un hoyo negro en medio del pecho y un pedacito de vela, sin mecha, a un lado de su cuerpo.
Muchos años después, unos aventureros, buscadores de las barras de plata, que se cree, Heraclio Bernal dejó escondidas en esta región, descubrieron, sobre una enorme laja del arroyo de Santiago, la historia escrita con sangre de Lucas Nevárez, el tahúr del diablo, y pensando que aquélla era una señal satánica dinamitaron el lugar, borrando para siempre la única fuente confiable de esta historia.
* Escritor y cronista de San Ignacio, Sin. Lic. en Lengua y Literatura Hispánicas por la UAS