ERIKA PAGAZA
Cuando llegué a Sinaloa muchas fueron las opiniones y voces de preocupación y advertencia. No hice caso, me negué porque además de organizar colecciones botánicas también de por medio estaba iniciar un trabajo que me apasionaba y que siempre me había entusiasmado: conocer las selvas secas del norte del país y contribuir a reivindicar su valor ante los ojos y la memoria de quienes las ven con desprecio anhelando la exuberancia de la vegetación de otras regiones tropicales del mundo.
Cuando escucho el término de “monte” para nombrar a aquellas áreas donde aún sobrevive este tipo de vegetación, me da un poco de escozor porque es injusto y nada representativo de lo que oculta. Por ejemplo hace unas semanas me enteraba del descubrimiento de científicos mexicanos de la Universidad Autónoma de Coahuila, sobre las propiedades anticancerígenas y antioxidantes de la Rosa silvestre ( Purshia plicata), una especie del desierto coahuilense.
Si esto ocurre en un desierto, ¿cuánto nos falta por descubrir en esta naturaleza que nos rodea?, en un tipo de vegetación complejo como las selvas secas que tristemente son empujadas por una concepción espantosa de desarrollo, donde se va sacrificando mucho sin dejar un solo relicto de las plantas que han logrado por siglos adaptarse y sobrevivir, poniendo en riesgo nuestro propio bienestar, si pensáramos de manera simplista o hedonista.
Creo firmemente que se necesita una sensibilidad distinta, ampliar nuestro concepto de paisaje para valorar la fisonomía de un universo vegetal que tiene la capacidad de transformarse de manera esplendorosa durante la temporada de lluvias, renegando de su clasificación por los botánicos.
Sinaloa tiene una riqueza natural a la vista de todos; sin embargo, pareciéramos indiferentes. En este suelo crecen numerosas plantas que son la llave de la resiliencia, pues además de sus propiedades medicinales, alimenticias, constructivas, por hablar de algunas; su poder radica en la capacidad de adaptarse a situaciones climáticas intempestivas.
En estos tiempos, tendríamos que aprender ya de las selvas que nos rodean, las lecciones que nos permitirán crear paisajes sustentables, pero también aumentar las buenas posibilidades para enfrentar lo que signifique el cambio climático. Ya dicho sea de paso, si logramos moldear a las ciudades como puentes para la conservación de la naturaleza, en una especie de acupuntura que “cure” los espacios verdes que nos rodean a los urbanitas, integrando nuestro patrimonio natural, entonces estaremos en un camino esperanzador.
La buena noticia es que en Sinaloa existen más de 3,000 especies de plantas esperando la oportunidad de sorprendernos con sus secretos: hay muchos tesoros disimulados en ese “monte” de las selvas secas del norte de México.
*Maestra en Ciencias Erika Pagaza Calderón.
Curadora y Directora científica del Jardín Botánico Culiacán.