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FRAGMENTO DE LA NOVELA LA VIUDA (QUINTA ENTREGA) EL SURTIDOR Y EL ENVIADO

Por lunes 15 de enero de 2018 Sin Comentarios

TEODOSO NAVIDAD SALAZAR

Gumersindo Aboyte era El Surtidor de aquella región como ya ha quedado relatado. Todos sabían: “menos la autoridad local”. Las personas mayores del ejido Mateo López aún recuerdan aquella ocasión en que el ejército, después de una delicada tarea de inteligencia, estuvo a punto de atraparlo; después se sabría que la misma policía judicial lo había alertado sobre la llegada de los soldados. Cuando los hombres de verde rodearon la manzana de su casa, el pájaro había volado. El Surtidor era un tipo joven, hijo de Gonzalo Aboyte, originario de Santa Amalia, Jalisco, y se había desempeñado como empleado de la desaparecida Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas del gobierno federal. Había llegado a la región muy joven, cuando se llevó a cabo el trazo de la carretera Culiacán-Eldorado. Contrajo matrimonio con Cristina Linares, originaria de Baja California Sur, que había llegado a Sinaloa con su familia, pues su padre venía contratado para emplearse en los trabajos de la presa Sanalona. De ese matrimonio nacieron cinco hijos. Gumersindo era el más chico. Después de treinta años de haber sido un modesto empleado federal, Gonzalo Aboyte se jubiló. Con el fruto de su trabajo había construido una casa con techo de lámina de asbesto y de ladrillo parado. En cuanto a vehículo, a lo más que pudo aspirar fue a una motocicleta. Su hijo en cambio, en corto tiempo amasó fortuna. Gonzalo Aboyte lo veía en lujosa camioneta último modelo, alhajado, con ropas caras y con la billetera repleta.
Cuando se enteró de las actividades de su vástago, en principio se opuso, pero al ver las fuertes cantidades de dinero que éste le entregaba para que se “ayudara” no tuvo fuerza suficiente para resistirse: el resto de la familia terminó por involucrarse en el negocio.
Gumersindo había construido una casa que, al lado de otras viviendas en la comunidad, era una bofetada a la miseria. Contaba con dos plantas, varias recámaras, amplios portales donde pendían jaulas con variedad de aves. Poseía gallos de pelea, grandes jardines, cobertizos donde se guardaban carros de lujo. La barda del solar era tan alta que sólo se podía ver hacia dentro cuando el portón electrónico se abría, al entrar o salir los autos, camionetas o maquinaria agrícola.
Gumersindo Aboyte era hombre de poca instrucción. Con dificultad había terminado sexto grado de primaria. Abandonó el hogar siendo adolescente y se internó a la Unión Americana de mojado. Desde chico fue muy arriesgado y buscapleitos. Era un hombre de estatura regular, moreno, cejas pobladas y tupido bigote. No batalló mucho para relacionarse con gentes del bajo mundo y pronto formó su propia banda de pistoleros y distribuidores de drogas. Por la forma sanguinaria en que operaba, llegó a posicionarse y ofrecer sus servicios a grandes capos, hasta tener un lugar especial entre ellos.
El poderoso grupo al que perteneció lo envió a Sinaloa para conocer la región, así como para financiar la siembra de enervantes a campesinos de los altos, comercializar y enviar grandes cargamentos a California, vía Tijuana.
También se hizo cargo en la región del control de la venta de drogas al menudeo, realizar cobros por el paso de la misma, derechos de piso, y ejecutar a quienes pretendían pasarse de listos, invadiendo territorios.
Jorge Cermeño Urrutia era un hombre de un metro ochenta y cinco de estatura. Frisaba los treinta años de edad y por su aspecto tranquilo se podía decir a primera vista que no era capaz de matar una mosca. Se había desempeñado como agente de la Policía Judicial Federal, pero por razones poderosas que más delante se verán, solicitó su baja a los cinco años de haber ingresado.
Pocas veces se dejaba ver en público y cuando por alguna necesidad lo hacía siempre tenía gesto amable y saludo aparentemente cordial. Pero era un asesino.
Vestía siempre limpio. Sus ropas no eran caras, pero se distinguía de los demás. No era ostentoso, como el clásico pistolero del narco. La bota de piel, cinto pitiado; esclava, reloj o joyas nunca fueron parte de su vestimenta. Lo que sí destacaba en él era su tejana. Todo mundo sabía cuál era su oficio y sólo en confianza se comentaba: ¿Cuántas calacas llevará el Jorge? Pregunta sin respuesta, ya que en verdad nadie sabía pues hasta el mismo Cermeño había perdió la cuenta. Eran tantos los jales que realizaba para El Surtidor que no había tiempo para llevar el record. Lo que si era cierto es que cumplía, y cumplía bien.
Cermeño había acompañado a Gumersindo Aboyte desde su inicio en estos menesteres, en las fronteras de Tijuana, Ciudad Juárez, Tamaulipas y el estado de Michoacán.
Muchas fueron las veces que escaparon juntos de la muerte. En esos negocios todo mundo sabe que quien se mete, camina siempre al filo de la navaja. Cuando
El Surtidor se iniciaba en el negocio, al sorprendérsele operando en la región de Ciudad Juárez se le exigió la cuota por los derechos de piso.
Éste se negó y días después la competencia le envió el primer aviso, mediante una ráfaga de balazos. Un automóvil con placas americanas y vidrios oscuros se les emparejó en un semáforo, cerca del puente internacional. Y efectivamente sólo fue un aviso porque todas las balas dieron sobre la caja por el costado derecho de la camioneta en que viajaban. Cuando Cermeño Urrutia que llevaba un R-15, de pie, entre las piernas, quiso repeler la agresión, los sicarios viraron a la derecha por una calle en sentido contrario escapando de su vista. Cierta vez amarraron una venta de cocaína en Laredo, pero  el comprador resultó ser agente encubierto de la Dirección de Narcóticos y a la hora de entregar y cobrar la mercancía se armó tremenda balacera en la que El surtidor salió gravemente herido. No obstante la granizada de balas y la superioridad de la policía, Jorge Cermeño y algunos de sus pistoleros lograron rescatarlo huyendo en una camioneta despojada a una dama que tuvo la mala suerte de cruzarse por su camino.
Cermeño Urrutia arrastró el cuerpo mal herido de El surtidor y como pudo lo echó a la caja del vehículo. Lanzando dos granadas de fragmentación se abrió paso y en loca carrera puso tierra de por medio.
Corrió con suerte al ingresarlo a una clínica propiedad del patrón del Surtidor. Lo cuidó día y noche como un perro fiel; apenas pudo ponerse en pie se lo trajo a Sinaloa en un vuelo particular. El Surtidor sabía que era hombre de fiar. En cierta ocasión, cuando ya habían hecho la compra, cayeron en un reten del ejército por rumbos de Durango.
No se amilanaron y brincaron el cerco con dos camionetas cargadas de marihuana, accionando sus armas. De entrada los soldados dieron muerte a dos maleantes.
Mientras el surtidor y su gente escapaban con el cargamento, Jorge Cermeño y tres pistoleros hicieron frente al pelotón manteniéndolos a raya hasta lograr perderse entre los vericuetos de la sierra, dejando varios soldados heridos, entre ellos a un subteniente que narró los hechos. Días después de vagar por la serranía y sortear otros cercos militares, Cermeño y sus hombres lograron llegar a Cosalá, desde donde se comunicaron. El surtidor mandó por ellos y juntos festejaron aquella hazaña.
Como esas vivencias tuvieron varias. De ahí que el agradecimiento y confianza depositada en Jorge Cermeño, fue total.
Algunos años antes, una mañana de tantas los periódicos anunciaron la caída de altos jefes policiacos del gobierno federal. Habían estado por años al servicio de los cárteles que operaban desde Venezuela hasta el estado de Texas, en la Unión Americana, utilizando a México como puente para abastecer de combustible las naves, fueran barcos o aviones. Cuando una nave tocaba territorio mexicano, estos malos policías entraban a los puertos o aeropuertos para realizar supuestas búsquedas. Luego de desembarcar o cargar droga, salían con la tranquilidad con la que habían llegado.
Después de llevar a cabo una exitosa labor de inteligencia, los soldados descubrieron un cónclave de jefes policíacos y jefes de la droga. Dos aviones estaban a punto de despegar cuando fueron sorprendidos en pista clandestina, en la costa norte del estado de Veracruz. Fue tal vez el mayor cargamento de cocaína jamás asegurado.
Las investigaciones se llevaron a cabo de manera sigilosa. Se involucró a decenas de mandos medios, delegados y comandantes de grupos especiales.
Ahí apareció el nombre de Jorge Cermeño Urrutia, entonces policía federal en activo. Según se investigó, éste había dado muerte a su jefe, un comandante recién ascendido que dirigió el operativo para detener al jefe del cártel, al cual Cermeño Urrutia brindaba protección también como brazo ejecutor, actuando con toda impunidad amparado en su condición de policía federal.
Dado el valor demostrado por Cermeño Urrutia, el jefe del cártel le pidió que dejara la corporación para que se dedicara de tiempo completo a apoyar los envíos que ya realizaba Gumersindo Aboyte, desde Sinaloa, por la frontera de Laredo. Así fue como Jorge Cermeño y Gumersindo Aboyte llegaron a conocerse y a entablar una franca amistad.
…la puerta de la negra carroza fue abierta por el empleado de la funeraria. Cuatro hombres cargaron el ataúd con los restos de Ruperto Félix y lo introdujeron al vehículo que empezó a rodar por la calle llena de charcos que habían dejado las pasadas lluvias.
Las gentes se acomodaron en distintos carros para el acompañamiento. Fernando Iriarte, hermano de Ruperto, hizo lo propio en la camioneta de uno de sus tíos, sin dejar de observar entre los presentes al personaje que la noche anterior se había presentado para cobrar la deuda de su hermano.
Era Jorge Cermeño, el enviado, quien encaminó sus pasos hacía Fernando Iriarte. Ya frente a él, con voz suave le dijo: Si no pagas cuida a tus hijos y a tu mujer; tú serás el último. -Después, dio media vuelta, y se retiró.

*La Promesa, Eldorado, Sinaloa, diciembre de 2017
Sugerencias y comentarios a teodosonavidad@hotmail.com

 

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