MARIO ARTURO RAMOS
De mi familia no respondo porque Dios me la mandó,
de mis amigos si, porque eso los escojo yo”.
Dicho popular argentino
Hay textos que uno quisiera jamás escribir, que los temas que los originan pasen de largo y se pierdan en la nada; hay textos que… Este pertenece a esa categoría. Como toda historia tiene un principio, hay que comenzar: en 1973, en una oficina de la Ciudad de México, el director de la empresa, Augusto Monsalve señaló en una junta que había viajado a Tijuana como jurado de 1o festival de Canciones de la Península de Baja California y que otorgó al ganador una plaza en la editora musical; que me encargaba que lo capacitara en labores de promoción. Pregunte su nombre. Monsalve solo señaló, le dicen “El Profeta” y ganó con el tema de su autoría: “Cristo es”. Llegó el calorcito capitalino y una mañana mientras charlaba con el músico uruguayo Pocho Pérez, la encargada de la recepción nos avisó que un hombre con camisa amarilla, pantalón rojo, sandalias cafés, paliacate azul al cuello y una guitarra, había preguntado por mí, que regalaba dulces; con los ojos bien abiertos aseguró: sabe mucho de esoterismo, se llama Nacho y con una sonrisa sensual agregó, es muy simpático. Aquel mediodía primaveral conocí a un músico, compositor, creador, un maravilloso y loco amigo. Durante cuarenta y tres años aprendí cerca de Ignacio Osornio González, como es el amor intenso que tienen los músicos de la frontera californiana a la canción popular nacional; como la valoran, como la convierten en elemento estético que les permite en sus
temas amorosos, encontrar su propia crónica emocional; en los testimonios musicales a un espejo natural que con sus expresiones sonoras da sentido a su existencia de cantores fronterizos. Estoy convencido de que los cancionistas de Tijuana, como” El Profeta”, conforman un universo que se extiende desde los foros instalados en los transportes públicos que llevan pasajeros a la línea, hasta los cultivadores del éxito masivo o a los que engarzan la belleza en el anonimato. En mi opinión la canción popular tijuanense es un espacio multicultural construido con géneros, estilos, letras cantadas que vencen a la migra. Su identidad creo que consiste en ser una expresión artística llegada de todos lados con secretos, recuerdos, nostalgias, esperanzas, cartas del tarot, sensaciones nocturnas, ritmos, en diferentes idiomas, que lo único que buscan es seguir cantando. Recorrí a su lado el país con boleros, corridos, baladas,” rancheras”, junto con Alberto Ángel “El cuervo”, Jesús Monárrez, Raúl Barba, “Sonny”, Roberto López, Juan Acereto Cervera, C. Montenegro; Tijuana, Puerto Peñasco, Culiacán, Tepic, Ciudad de México, Guadalajara, León Gto. y otras partes del país y algunas del otro lado del muro nos vieron y escucharon. Osornio, ejecutó/acarició la guitarra con mucha fe. Componía boleros, baladas, rumbas, cumbias, sones, rock, con buen gusto, no siempre eran acertadas, sin embargo, tengo que reconocer que ¡muy auténticas!, creo que así lo hacía desde que nació, hace ochenta años en la antigua “Región más transparente del aire”. Entonces tenía la rutina de cargar y tocar, la guitarra y el guitarrón, organizar tríos, mini mariachis; su espíritu solidario le permitía aportar sus conocimientos, talento y emoción a las “tocadas”.
También fue productor discográfico; labor que combinó con tareas de restaurantero, de vendedor de flores; fue un idealista que se ganó el pan de manera honrada. Aquel año de los setentas entendí algo de los planos astrales, de los iluminados y debo confesar que a pesar de que soy escéptico, acepte que me leyera el oráculo. Contar del que nació el 31/X/ 1936 y que apagó su luz el 29 de agosto de 2017 en Tijuana, es una novela que siempre tengo en la punta de la lengua. Iniciaría en febrero de 1981, año donde la tragedia enlutó a la familia Osornio González, el tío Hipólito, hermano de la madre, fue asesinado en su negocio de anticuario en Morelia; la fama de lo que comercializaba el difunto le había ganado prestigio entre compradores y vendedores, el mismo que la llevó a la muerte. Para no ser el cuento largo, Ignacio fue comisionado por sus hermanos para rescatar los tesoros que habían logrado resistir del saqueo y posteriormente venderlos; se instaló con su compañera Eva y su hija Gabriela en una casona moreliana, donde la historia policiaca había transcurrido.
Un 14 de febrero le pedí a mi compañera que viajáramos a la capital de los ates para visitarlos; después de una larga jornada llegamos ante el nuevo hogar del Profeta, al verlo le pedí nos acompañara con su familia a celebrar el Día de San Valentín en un comedero de Pátzcuaro. En una combi roja, a la que había que vigilarle la llanta izquierda porque se le salía realizamos el viaje, al día siguiente después de un descanso interrumpido por las campanas de la Catedral michoacana que en la madrugada cantan, reanudamos la charla; de pronto el aldabón de acero del portón de la casona avisó que unos extranjeros con olfato buscaban la mercancía del tío. Recargado en un Ford 1928 que descansaba bajo unas tejas descoloridas, escuché la negociación, la mujer pregunto ¿cuánto valen las porcelanas chinas que tiene en la vitrina? Osornio sacó una libreta roída por los años y consultándolas con tono profético, empezó a señalar, este 10 pesos, aquel que tiene trecientos años 20, el otro siete y así recitó la letanía, el marido de la “gringa” dándole un codazo en las costillas dijo: ¡cómpralos todos!, en ese momento escuché en la planta alta donde se guardaban los espejos franceses, una increpación que me pareció que era el espíritu de Hipólito que ante el desaguisado comercial, dándose golpes en las vigas gritaba: Ignacio chi**** tu madre, tanto trabajo y tu malbaratándolo. Al finalizar la transacción Osornio sonriente tomó su guitarra y empezó a cantar una canción de su autoría, Déjate querer/ solo querer … Después de una larga y penosa enfermedad, falleció el cantor tijuanense, fue una mañana nublada, de esas que lloran lluvia, dejó en mi memoria el afecto que solo se construye cuando la amistad representa un lazo indisoluble, que la muerte la hace más sólida. La última vez que cantó en público fue una noche que aceptó acompañarme en las Jornadas Vizcaínas, se trató de recordar a Rubén Vizcaínootro inolvidable-, al Cancionero Agustín Lara, la sesión fue en el Lugar del Nopal, centro cultural Tijuano, llegó con su inseparable guitarra, con su sonrisa, con su amistad y entonces recordé lo que me enseño el poeta argentino Armando Tejada Gómez: “De mi familia no respondo porque Dios me la mandó/ de mis amigos si/ porque esos los escojo yo.”
*Autor e investigador