Por: Jaime Irizar
En una ocasión, estaba la familia completa enfrascada en una charla de sobremesa en la que se abordaba de manera entusiasta el tema del acto de graduación de Jaime, mi hijo menor, efectuado en la víspera, cuando de repente Lorena, mi hija mayor, se quedó por unos instantes callada y pensativa. Pasados uno o dos minutos, rompió el silencio y mirando con gran admiración a su madre externó emocionada, en esa jerga tan usual en los pertenecientes a la generación millennial o milénica : “Madre, la neta, tu sí que te la rifaste”. Asombrados el resto del grupo hicimos un compás de espera con el ánimo de exhortarla para que brindara más información que respaldara la frase vertida con tanta emoción.
“Quiero decirles, empezó diciendo, que reconozco sinceramente a mi mamá por el esfuerzo, el interés, y la sabiduría que tiene para sacarnos adelante, no nada más en lo formativo y afectivo sino también en el ámbito profesional. Y no es que no reconozca tu labor” agregó dirigiéndose a mí, pero la verdad es que de siempre he constatado que es mucho, pero mucho más grande y noble la tarea de la madre para hacer hombres y mujeres de bien. Cierto es que tú, papá, has sido un proveedor importante de afecto y un acarreador de lo indispensable para el sustento, pero no dejo de pensar que, ante las enfermedades de nosotros, las tareas escolares, el soporte emocional, la orientación y la defensa a ultranza de nuestros reales intereses, era mamá la que se destacaba..
Espero que no te sientas incómodo por este comentario, pero esa es en realidad mi forma de pensar. Ambos hicieron una parte importante para consolidar la familia, pero mientras tú hacías lo propio que corresponde al papel de “hombre de la casa”, mi mamá le metía hombro, espalda y corazón a todo lo demás de nosotros. “Se produjo otra pausa tras la conclusión de su comentario, misma que a algunos les pareció algo tensa, tras la cual empecé a emitir mi opinión. Miren les dije, tengo por norma reconocer la inteligencia, los talentos, los esfuerzos y los méritos a quienes los tienen sin distingo alguno y sin un asomo de envidia o sentido de competencia.
Soy de la idea que es deshonesto no decir los elogios que te despiertan los demás y quedarse callado. En este caso en particular, soy un convencido de que tu madre, al igual que muchas madres mexicanas, se la “rifan a diario” como señalas, motivadas por el instinto y el cariño hacia sus hijos. Son, además, dada la mayor convivencia y cercanía de ellas con sus hijos, padres, madres, psicólogas, nutriólogas, enfermeras, orientadoras y todo lo que se requiera para satisfacer las necesidades familiares. Y en el caso de las múltiples madres solteras que existen, llevan reconocimiento por partida doble, en virtud de que tienen que cumplir con todas las funciones del hogar, con muy poco o nulo apoyo de terceros y eso también es muy digno de reconocerse en todos los aspectos.
Después del intercambio de comentarios y reflexionando a la vez la cercanía del diez de mayo me hicieron evocar el grato recuerdo de mi madre. Les dije que en verdad soy un hombre de fe, y creo firmemente en Dios gracias a mi madre, mas no por las lecciones o enseñanza que sobre Él nos dio, sino por el trato cariñoso que en todo tiempo me regaló, lo cual hizo que me llenara de confianza en Dios, la vida y los demás.
Les dije también, pretendiendo hilar la historia, que en mi vida he tenido más ratos felices que tristes, pero que ninguno de estos últimos se puede comparar al hecho de saber que ya no cuento actualmente con mi madre para que me apoye y consuele de todo, y para que no me juzgue severamente por nada, pues sólo se dedicó a orientarme cariñosamente.
Ya entrado en recuerdos, nostalgias y afectos empecé a relatar fragmentos de la biografía de mi madre, quien sufriendo todas las penurias posibles que te genera la pobreza, supo sacar adelante a una familia tan numerosa como la nuestra. En un intento por tratar de definir un sentimiento con palabras, cosa nada fácil, me levanté de la mesa y saqué de mi escritorio un amarillento folder que contenía algunos de mis pensamientos afectivos y compartí a mis hijos fragmentos de un viejo escrito, que, pensando en mi madre, realicé hace ya mucho tiempo, mismo que en el paréntesis reflexivo que propicia el día de las madres, se lo entregué a mi amá en sus propias manos a modo de regalo y reconocimiento sincero a su labor.
“Madre, más allá del cariño y la atadura de sangre que nos une, quiero decirte que tengo por cierto que eres en todo, una creación divina, pues representas fielmente el Dios en quien creo, pues eres depositaria de las gracias y los dones necesarios para cumplir puntualmente con la noble tarea de dar amor, apoyo, solidaridad, comprensión y consuelo. Has sido en mi vida la respuesta exacta a todas mis inquietudes infantiles, ahuyentaste con caricias todos mis temores; eres el cálido regazo que llena plenamente mis vacíos existenciales y la fuente inspiradora de mis sueños tempranos. Eres madre para mí, una sonrisa que anima a construir porvenires; manantial inagotable de fe y esperanza; constructora tenaz de un mejor mañana y procuradora permanente de la armonía familiar. Eres también regaño cariñoso que guía y forma; hábil artesana de mis sueños; caricia que alivia el más cruel de los dolores, y abrazo eficaz que cura los raspones del alma que provocan las caídas sentimentales y las decepciones. Eres puerto seguro en mis tiempos tormentosos; la grata y tranquilizadora luz al final del túnel; espacio ideal para mis confidencias y maestra pletórica de buenas intenciones.
Condimentaste ingeniosa y creativa mis alimentos diarios, y les diste la grandiosa sazón que te enseñó el afecto. Creyéndote inmortal, con frecuencia olvido decirte que eres una clase de amor excepcional; cuanto te quiero y la falta que haces. De manera increíble te veía siempre joven, llena de fortaleza, y sólo te ví envejecer cuando pensaste que ya no te necesitábamos. Le pido a Dios, que cuando te necesite a su lado, que reclame tu alma en el curso de un sueño hermoso y apacible, tranquilo, sin despertarte, sin dolor o sobresaltos, que ya muchas penas y desvelos por nuestra causa sufriste, y como un justo acto, por tu condición de madre ejemplar, te regale un lugar preferencial allá en el cielo, puesto que eso es lo menos que te mereces en recompensa a tu grandiosa labor”.
Muchas, pero muchas más frases emotivas había en ese escrito, pero el recuerdo de mi madre nublo mis ojos y quebró mi voz, y sólo alcancé a decir para concluir la cita, que decir madre con emoción, respeto y sentimiento, es una de las mejores formas de nombrar a Dios aquí en la tierra. Tras una breve pausa, ya más sereno, terminé diciéndoles a mis hijos con sus propias palabras: “plebes, mi Amalia también se la rifó”.
Hoy y todos los días celebro recordando con cariño a mi madre, y de manera muy especial todos los diez de mayo, fecha que, al margen de toda mercadotecnia y exigencia consumista, nos sirve para efectuar un honroso ejercicio lleno de afectos, nostalgias y gratos recuerdos, para rendir un sentido homenaje a todas las madres del mundo.
¡Que grato es no olvidar a quienes quieres y te quisieron! Es un gran orgullo reconocer que, gracias a las madres, somos un eslabón muy importante en la cadena interminable de la vida.
*Médico y autor