Por: Francisco Tomás González
Tome conocimiento de la presente leyenda, mediante Hannah Arendt, en su texto; “La promesa de la política”, casi en su epílogo, ante una pregunta, creo que la nodal o sustancial, que hasta podría definir a todo el pensamiento de la pensadora, ¿Tiene la política todavía algún sentido? Responde mediante la metáfora haciendo hincapié en esta historia, de la que busque algo más y que puede resum irse en lo siguiente que transcribo:
“Atravesar el lago Constanza significa en Austria y Alemania pasar por un peligro sin darse cuenta. Peter Handke rememora esta leyenda en El cruce del lago Constanza: a media noche un jinete va en su caballo por un bosque y empieza a nevar. Se baja, camina jalando al caballo con la rienda y atisba a lo lejos la luz de una cabañita o una venta. Sigue en esa dirección y al llegar toca la puerta en busca de cama y comida. Cuando el ventero sale le pregunta:
—¿Y usted por dónde venía?
—De allá —le dice el jinete—. Y le señala el lago. —No puede ser. El lago Constanza nunca tiene más de tres centímetros de espesor.
Entonces el jinete se cae muerto.” Es imposible no observar el relato en términos Lacanianos, recordémoslo con el siguiente de sus apotegmas, sobre una de sus obsesiones, tratar de explicar el deseo: “El deseo es siempre deseo. Significa: el deseo nunca se satisface, cuando parece cumplir su objetivo resurge con otro objeto y así ad infinitum.”
El jinete muere al enterarse que cumplió su deseo, su fin como sujeto deseante, es precisamente su muerte y es interesante el volver a leer la leyenda bajo el contexto político al que lo ató Arendt. La política nunca puede cumplir lo que promete, de lo contrario, se muere, o se transforma en no política, en una experiencia totalitaria, absolutista y violenta. La política, tiene que ser eterna promesa que en su candencia prometa que dejara de ser tal.
La política, o para ponerlo en términos actuales, es decir lo que representa la política, la democracia o el sistema democrático, está condenado, por la definición que como sujetos, es decir subjetivamente que hacemos de ella, a ser lo incumplible, la utopía como definición de esa costa, a la que siempre parecemos estar dirigidos, destinados, rumbeados a arribar, pero que, paradojalmente, se nos aleja a medida que parecemos acercarnos a la misma.
El mito de Sísifo es obviamente anterior, y claramente fundante de la leyenda del jinete. Recordemos, hizo enfadar a los dioses por su extraordinaria astucia. Como castigo, fue condenado a perder la vista y a empujar perpetuamente un peñasco gigante montaña arriba hasta la cima, sólo para que volviese a caer rodando hasta el valle, desde donde debía recogerlo y empujarlo nuevamente hasta la cumbre y así indefinidamente. Es aún más alumbrador o en verdad, absurdo en términos filosóficos, es decir razonablemente absurdo, que haya sido Albert Camus, quién mediante un ensayo, que hace homenaje al citado mito griego, espete con solvencia argumental, que lo único que puede ser radicalmente importante para la filosofía es discernir acerca del suicidio.
Planteamos como traducibilidad conceptual posible lo siguiente: Todos los que caminamos por recomendación médica, por vernos mejor, por sentirnos mejor o para ser parte de la contradicción de la presente tardo modernidad capitalista, de habernos convencido de la importancia de lo material y de que somos lo que valemos, cuando todo aquello que sigue siendo universalmente placentero y saludable, es accesible o gratuito (sexo, caminar, correr, tomar agua) sabemos que estamos llevando tal actividad por la actividad misma.
Es decir pese a que nos trasladamos o mejor dicho nos movemos por un tiempo considerable de tiempo, no queremos arribar a ningún lugar. De hecho en los gimnasios, las cintas para caminar o las bicicletas fijas, son precisamente lo simbólico de Sísifo, o para ponerlo en una figura más cotidiana, nuestra rueda cuál Hámster, por más que en vez de estar dentro de un recinto determinado para hacer actividades físicas, lo hagamos caminando bellos paseos costaneros o avenidas populosas o engalanadas.
Moriríamos los caminantes o los corredores sí alguien con una bandera a cuadros grillada, en plena circularidad de nuestra actividad nos dijera que hemos llegado, que ese es el fin, lo sería en el más amplio de los sentidos, tal como le sucedió al Jinete del lago Constanza y no a Sísifo quién sigue llevando, incansable y absurdamente, la piedra.
Todos los que comemos y hemos comido para que nuestra mente funcione, es decir los privilegiados de este sistema, aún incluso, y mucho más aún que ningún otro, los que se ufanan en preocuparse por los que están afuera, por los que quieren tutelar y ganarse un lugar, más arriba que abajo, en nombre de los que no están en ningún lugar o mejor dicho marginados, sabemos que la política y por ende los políticos, prometen a sabiendas que no cumplirán.
Sabemos que el Leitmotiv de lo democrático es seguir como estamos, entretenernos con posibilidades y caminos más o menos vinculados a un rincón u otro, pero que nunca nos conducirán a otro cosa de la ya conocida, de lo que conocemos y de lo que probablemente no queremos conocer.
Esa otra cosa, esa finalidad, que nosotros la dotamos, como una cuestión de fe (como el religioso llama al después de la vida, cielo, nirvana, paraíso, edén, etc.) como una experiencia totalitaria, absolutista y privativa de los derechos elementales, es la salida de lo democrático, que solamente nos funciona a un selecto grupo de privilegiados.
A los que padecen hambre y exclusión, y mediante los cuales, nosotros tenemos la vida licenciosa de poder encargarnos de nuestros físicos, caminando en cintas que no conducen a ningún lugar, o bicicletas fijas para quemar los excesos de nuestras dietas ricas, también en calorías, nada de esto les podría preocupar, porque sus existencias son las muestras acabadas de la injusticia humana, en donde nosotros, todos y cada uno de los que podamos estar leyendo estas líneas, estamos en el mismo lugar, adentro del espacio de los privilegios.
Los políticos que mienten o que prometen lo que no cumplirán, condicionados por un sistema ad hoc, son nuestros cómplices, en verdad son nuestros mejores empleados, nuestros servidores más felpudos y leales. Saben que nosotros necesitamos criticarlos como los criticamos, casi despiadadamente, encarcelándolos a algunos, mostrando sus infiernos personales, haciéndolos públicos, para que sigamos en el sistema de privilegios, en donde la gran mayoría que esta por fuera, no tiene la más mínima chance de ingresar, nosotros le decimos que son los políticos, los políticos les mandan la policía, todos nos encontramos en los caminadores públicos, nos saludamos, socarronamente, estamos salvados, estamos en el mismo equipo. Los pobres no saben que ya atravesaron el lago de Constanza, (que este sistema nunca defenderá sus intereses, que nunca los integrará, así como está dispuesto) nadie se los dice, y los que osamos hacerlo, somos desmentidos sistemáticamente, ninguneados y perseguidos, no vaya a ser cosa, que todo sea diferente y los privilegios se administren bajo otras categorías, perspectivas o valores.
Lo más triste de todo es que probablemente lo que digamos esto, ni siquiera lo hagamos por hacerle un favor al pobre, sino para que los socios en el privilegio tomen más en serio, a los que pensamos y trabajamos con las palabras, a riesgo de que ocurra lo inesperado o lo impensado. Este es el riesgo del uso de la libertad, a veces el riesgo, el vértigo y la adrenalina que ofrece el salir de lo establecido, de lo rutinario, de lo obvio y de lo estructurado, es o podría ser el único sentido que tenga una vida, por más que esta decisión, cambie, vertiginosamente, los rumbos.
* Escritor y filosofo argentino