Por: Faustino López Osuna
Del latín simulare, el verbo transitivo ´simular´, dice el diccionario, es “fingir una cosa”. El adjetivo y sustantivo ´simulador´ (del latín simulator) indica “que simula o finge” y su sinónimo es “impostor”. ´Simulacro´ es más revelador, pues es “apariencia sin realidad”.
Para su cabal comprensión, el Larousse aporta un ejemplo muy claro: “en tiempos de Julio César no había en Roma más que un simulacro de república”. Si de simular se trata, ¿cuántas democracias contemporáneas habrá en la tierra que no sean precisamente como la república de Julio César, meros simulacros? Porque si a democracia vamos, ésta, dice el diccionario, viene del griego: demos, pueblo, y kratos, autoridad). Gobierno en que el pueblo ejerce la soberanía. La democracia que Pericles organizó en Grecia 500 años antes de Cristo, se hizo en contra de la aristocracia. En la era moderna, también se han ensayado otras democracias, como la Democracia cristiana, movimiento político que pretende conjugar los principios democráticos y las leyes de la fe católica, y la Democracia popular, nombre que se dio al régimen de las naciones socialistas del este de Europa bajo el liderazgo del partido comunista.
Si a ello agregamos que después de la Revolución Francesa (Libertad, Igualdad, Fraternidad) las monarquías que sobrevivieron se escudaron en el Parlamentarismo (régimen político en el que los ministros son responsables ante el Parlamento, que ostenta la representación nacional. Se da este nombre a la reunión del Senado y de la Cámara de Diputados; en Inglaterra, la Cámara de los Lores y de los Comunes), instalándose un remedo de democracia, enemiga absoluta, claro está, de la República. (Maquillaje, cosmético, simulacro).
En nuestro país, tras la guerra de independencia, después de ganarse la lucha por la República contra la Monarquía, ¿cómo calificar el hecho de que por más de un siglo de permanecer interrumpidas las relaciones diplomáticas con El Vaticano (desde los días de Don Benito Juárez hasta los de Carlos Salinas de Gortari) nunca dejaron de fluir las limosnas mexicanas a Tierra Santa, a través de prestanombres? ¿Democracia a la mexicana o disimulo oficial?
Resultado de un pacto social obsoleto, a todas luces contra el pueblo, ¿qué calificativo merecerá el hecho de que, pese a considerarse anticonstitucional, continúa vigente en la República el paupérrimo salario mínimo, con sus humillantes secuelas de pauperismo? (Pauperización: empobrecimiento de una población o de un país).
Cuando México participó en la Segunda Guerra Mundial contra el Eje Alemania-Italia-Japón, por seguridad incorporó en la Constitución el Artículo 145 Bis (de Disolución Social) pero, pese a haber terminado la guerra, en lugar de derogarse se siguió aplicando perversamente en tiempo de paz, de manera selectiva. ¿Se utilizó como instrumento de represión política o simplemente se trató, también, de un disimulo oficial? ¿O las dos cosas? (Su derogación fue una de las principales banderas del Movimiento Estudiantil de 1968).
Hasta hace cosa de 15 años, la Comisión Federal de Electricidad nunca pagó a particulares, a ejidos, poblados ni comunidades en el país, el derecho de uso del suelo o de servidumbre, por la instalación de sus torres y el tendido de sus cableados de alta tensión. ¿Alcahuetería, complicidad, multimillonario negocio de unos cuantos por décadas y décadas o disimulo?
Igualmente, hasta hace un tiempo similar, cientos de escuelas federales y estatales (si no es que todas) permanecían sin regularizar la posesión de los terrenos en que estaban construidas de toda la vida, quedando expuestas a despojos por los delegados y subdelegados de CORETT en contubernio con autoridades municipales, afectando el patrimonio escolar del pueblo de México. ¿Omisión y disimulo?
En este punto, es necesario traer a colación las irregulares condiciones económicas con que operan los planteles de educación pública de la nación (desde el nivel básico de jardín de niños, primaria y secundaria, hasta bachillerato), pues no reciben recurso oficial alguno para su funcionamiento ni mantenimiento, lo que los obliga a violar como cosa natural el Artículo 123 constitucional, cobrando cuotas de inscripción dizque “no obligatorias”, pero sin las cuales no podrían funcionar (agua, luz, drenaje, teléfono, viáticos, utensilios de limpieza, papelería, etc.). Lo grave es que ya no se trata de simulación alguna, sino de una política de gobierno que viene desde la creación misma de la Secretaría de Educación Pública en tiempos de José Vasconcelos. ¿Será que después de un siglo de operar así, una vez habituado el pueblo a la cuota “no obligatoria”, un día se legisla para que se vuelva obligatoria y se remate privatizando la educación, como auguran los odiados críticos del sistema? ¿O, como con Pericles, tendremos que esperar 2,500 años para que un diccionario de entonces señale que, tiempo después de la Revolución Mexicana, no había en México más que un simulacro de educación gratuita? Ante este alarmante panorama más parecido a un valle de lágrimas, consuélenos saber que de esta tierra tuvimos un secretario de Educación Pública de México, cosa que nos amerita, aunque haya tardado más en entrar que en salir. O, para estar a tono, ¿sería un simulacro del también ex secretario de Educación Pública, Ernesto Zedillo, investido ya como presidente de la República?.
* Economista y compositor