Texto atribuido a José Sabas de la Mora publicado como editorial en el semanario Voz del Norte, Año V. No. 357, del sábado 30 de noviembre de 1907.
La escuela y el hogar deben ser dos centros afines de educación para el niño, a fin de prepararlo por uno y otro conducto, de común acuerdo y con la misma tendencia, con el único propósito de que adquiera desde la escuela y en el dominio de la patria potestad, el bagaje necesario que el hombre ha de llevar más tarde, cuando tenga que hacer su peregrinación por la vida. Y uno de los fines que debe atender el maestro de escuela es el de la educación, es el de formar el corazón del niño, como si formara el corazón del hombre; pues el maestro de escuela, el verdadero maestro, no debe ser ya la parodia del viejo domine de palmeta y teorías de enseñanza indigesta, sino el que educa a la vez, teniendo como punto capital el formar, primero, hombres buenos y después hombres sabios.
Entre los fines de la educción a que hacemos referencia, está el prurito del lujo, vicio despreciable y tremendamente perjudicial, que como tisis hereditaria tienen en la sangre los descendientes de los pueblos latinos, y especialmente el pueblo español, acostumbrado a la pompa de los reyes a los relumbrones del traje y a los pergaminos de rancios abolengos, siendo en la mayor parte de los casos, miseria dorada, farolitos, cascabeles y oropeles de las indigencias y vergonzantes de las prostituciones clandestinas o de los delitos impunes.
El vicio del lujo es una gangrena de los pueblos latinos en general, que destruye energías, que inutiliza actividades y que ciega existencias, tanto en las clases ricas como en las clases pobres de la sociedad.
Los ricos, minados por el vicio del lujo, son las víctimas de la molicie y del deleite; figurines de moda, incapaces y ridículos, parásitos que generalmente viven como garrapatas sociales pegados a una herencia, hasta que la holgazanería, la depravación moral y los vicios dispendiosos, los ponen en la categoría de caballeros de industria o de mendigos vergonzantes. Estos, a más de ser inútiles, estorbos sociales y plagas de consumo que todo lo devoran, son nocivos, porque tienen muchos medios de practicar el mal.
Pero los anteriores adefesios humanos, aunque son malos como las plagas de langosta, no son muchos. Los que abundan, como la mala yerba, son esas pobres gentes de la clase pobre o ya para el privilegiado de la media, que sin dinero, quiere aparecer lo que no son, a impulsos de una vanidad ridícula: y con sacrificio de las necesidades del hogar, del aseo personal, del estómago y del crédito, que siempre anda a la greña con los “ingleses”, se constituyen en los figurones apócrifos de la elegancia. Estos desventurados seres, son el prototipo del ridículo y de la crítica con que los cercena la verdadera gente de buen tono. Generalmente van un poco pasados de moda, o imitando burdamente la del estilo, con cuellos de cartón, pecheras sin camisa, remiendos disfrazados, aunque la bajo levita o la falda de seda vayan flotando en harapos, y la mugre del desaseo, denunciándose por la hediondez del cuerpo, y la escasez del estómago por los lamentos de las tripas. Y esto no fuera si lo peor no estuviera detrás: como en todo quieren ser primero los poderosos, y como estos viven de sus rentas, aquellos, que el hambre los tumba y la vanidad los endereza, quieren que las comunidades les entren por la claraboya; se enfrentan al trabajo manual; sienten un terror pánico a la presencia de las rudas tareas, y no teniendo más tendencia que llenar más o menos las necesidades exteriores, si trabajan, solo trabajan por llenar estas descuidando de todo lo práctico, todo lo útil, todo lo que constituye la verdadera riqueza del cuerpo y del espíritu; y si no trabajan, la prostitución para la hembra y el destinillo o la estafa y el robo para el macho, son los recursos que les proporcionan oropeles de oprobio, si es que no van a parar a un manicomio, afectados por delirios de grandeza.
El lujo, sobre todo en las clases pobres, y especialmente en la gente pobre mejicana, debe de ser uno de los objetos principales de la educación; por lo que el maestro de escuela y el padre de familia deben hacer que el niño entienda que el lujo es la sarna y el sambenito de los imbéciles y los pícaros, cuando se carece de riqueza moral, intelectual y económica. Debe entenderse que una cosa es el lujo superfluo y otra la comodidad necesaria ya para el hombre: por suerte, los lujos del Presidente Roosevelt son la ropa limpia, y el cuerpo aseado y el hogar higiénico; y ese hombre que hoy equilibra los destinos del mundo en mangas de camisa cultiva la besana (labor de surcos paralelos que se hace con el arado), corta la mies y raja leña con el hacha en la ranchería.
Recuperación de Gilberto J. López Alanís,
en el centenario luctuoso de tan destacado periodista y maestro de
Rafael Buelna, Macario Riveros y Macario Alanís en Mocorito.
(Archivo Histórico General del Estado de Sinaloa)