Por Ivan Escoto Mora*
Existen varias consideraciones en torno al arte. Los especialistas lo ven como un objeto de estudio analizable sólo a través de la mirilla microscópica de la que surgen incontables tesis, antítesis y conclusiones.
Los creadores por su parte, pese a las reglas de los claustros académicos o por encima de ellas, reconstruyen el mundo y sus sentidos en el espacio de la emoción propia. Necesitan decir algo y entonces nace la poesía, la música, la pintura, la danza, todas las formas que hacen de las sensaciones objetos de valor estético.
El arte dice por sus medios lo que no podría decirse de ningún otro modo. Se expresa a pesar de todo y en la voz del artista encuentra cauce, ritmo y armonía, registra la experiencia del creador que en su obra, devuelve sentido al mundo.
Con Javier Aranda Luna podríamos decir que poco importan en el arte los géneros y las teorías, lo relevante es “el retrato de lo humano que dibujan sus líneas”. Los creadores desde su experiencia capturan al mundo y nos permiten representarnos en él.
El arte hace de la experiencia estética una perspectiva abierta a todas las percepciones, guarda para cada hombre un camino virgen, una posibilidad inexplorada, una experiencia única que rescata nuestro sentido más humano. En el poema “Prologuillos” León Felipe canta: “No/quiero/estar/ en el secreto/ del arte nunca;/ quiero/ que el arte siempre/ me guarde su secreto;/ no/ quiero/ domar a la belleza/ con mi hierro…/ que venga a mí,/ quiero,/ como una gracia del cielo”.
En el libro “La condición humana”, Hannah Arendt señala que “con la palabra y el acto nos insertamos en el mundo y esta inserción es como un segundo nacimiento”. Con nuestra palabra y nuestros actos recreamos la experiencia, la hacemos propia y al tiempo coincidente con los demás, con los otros, con esa parte colectiva a la que pertenecemos y nos define.
Desde épocas remotas y hasta nuestros días, los hombres han buscado el arte para decir, para expresar, para sentir el mundo en la intimidad personal y referirse a todas las experiencias posibles, en palabras de León Felipe, para dirigirse: “al corazón del pueblo/ de todos los pueblos…/ al corazón del universo”.
Escritores de cada vez más recientes generaciones trabajan en torno a la literatura con esos mismos fines y crean en su mirada nuevas formas de entender y de vivir la experiencia de lo humano.
Adán Medellín, poeta nacido en la Ciudad de México en 1982, egresado de las carreras de comunicación y letras de la UNAM, ganador del premio nacional de relato “Sergio Pitol”, es autor de “Vértigos”, libro publicado por el Instituto de Cultura Mexiquense y el Gobierno del Estado de México.
Los relatos que integran a “Vértigos”, son necesidad de vivir en el mundo, experimentar sus límites, aferrarse a él ante la conciencia de la finitud. En escenarios flotantes, el hombre se extingue mientras crecen sus pasiones; el tiempo se agota y en su brevedad, desborda una avalancha de emociones. La asfixia reconstituye la oscuridad, la oscuridad se reconstruye en la excitación.
Entre lucidez y bruma, los personajes de “Vértigos” despican sus ansias de vida, muerte y deseo. Abstracción en la neblina y concreción en la carne, el dolor, la sangre. Existencia retratada en encierro, vida vuelta hilo, muerte extendida en el desierto. Mareo entre bocanadas de realidad y sueño.
En “Una temporada en el infierno”, Arthur Rimbaud revela al hombre su naturaleza: “seguirás siendo hiena” –decreta el poeta maldito. Ante semejante destino, parece sólo haber un camino posible: conquistar la muerte con sus apetitos y abrazar todos los pecados. Los relatos de Adán Medellín retratan al hombre en esa tensión infernal que obliga abrazar los impulsos aún a riesgo del incendio.
Un suspiro evanescente, un amor quebrado, anhelos hundidos en huecos inabarcables: sensualidad y abandono. En el libro de Adán, todos los temas llevan al vértigo de un ser que habla desde lo propio y se torna desnudez envolvente: exposición que nos refleja, espejo de lo que somos, lo que adoramos y nos aterra. Mudanza entre verdades y ficciones, “Vértigos” es el especio del que resulta imposible salir sin algo diferente en la mirada.
*Abogado y filósofo UNAM.