Por Juan Cervera Sanchís*
Tal como afirma Maroni, el tango encierra en sí, por lo común, un triste motivo. ¿Será por eso que gusta tanto a la gente? Se cantan más los fracasos que las victorias. Los himnos los cantan la gente por obligación, es raro que un himno se haga lo que se dice realmente popular. Es algo impuesto y lo impuesto…ya sabemos. Los himnos están ahí por la acción repetitiva de las decisiones políticas. La gente gusta y busca de los asuntos que nacen del corazón. Asuntos que llevan su tristeza y, en su tristeza, el consuelo.
El tango es todo tristura, es “infinita tristeza”, con ser “triste, sensual y dormilón/ mezcla de risa y lamentos”. Eso es el tango y gusta así sin más. ¿Por qué? Pues porque así es y pare usted de explicar.
Cuando Carlos Gardel cantaba ( y todavía lo hace a través del disco) aquello de:
“Tirao por la vida de errante bohemio…” los que lo escuchan sienten hondo.
El tango nació para expresar, descifrar y llorar los venenos mortales, como dijeran Atilio y Bruni Cortázar.
El tango es para lo fatal, para sentir que se nos rompe la vida en pedazos. El tango es para el adiós y la nostalgia; para la pérdida irreparable, para lo que se va y se va… como la vida misma:
“Adiós muchachos compañeros de mi vida/ farra
querida de aquellos tiempos./ Me toca a mí hoy
hacer la retirada…”
El tango canta la retirada nunca la llegada victoriosa. Derrotas y más derrotas, aunque de súbito se ponga amoroso y quiera olvidar las heridas y las cicatrices en la media luz voluptuosa de una conquista de amor entre “suaves terciopelos”, porque todos sabemos lo que viene y Schiamarella lo canta:
“Supe que te fuiste detrás de otro querer”…
Ausencias. Recuerdos. ¿Y la media luz placentera?
Fue y ya no es. El tango:
“Arráncame de los labios esta maldición…Y es que no hay amor que resista el desgaste del tiempo, de la vida, del corazón. Tarde o temprano hoy es ayer y ayer se hace en unos segundos cósmico mañana:
“Hoy te encuentro envejecido…”
El tiempo en el tango se hace llanto, lírica tristeza y es que, bueno, lo inevitable es inevitable. Queda, empero, en cantar:
“Caminito que el tiempo ha borrado/ que juntos un
día nos viste pasar/ he venido por última vez/ he
venido a contarte mi mal.”
Tremenditud emocional de lo tremendo del alma amante, en tremenda agonía, del tango en su juego de vida y muerte, poniendo al que lo vive y lo canta, al que lo escucha y lo sufre los pelos de punta. Todo un desgarramiento vital:
“Desde que te fuiste, triste vivo yo/
caminito amigo yo también me voy/
Desde que se fue nunca más volvió…”
El tango está hecho de nuncas y más nuncas, y de entonces y de luegos y quizás. El tango está hecho de inconmensurables ausencias, de vacíos del alma y desolaciones del corazón:
“Corazón, cuantos años han pasado/
grises mis cabellos y mi vida…”
De gris en gris, de queja en queja, el tango recorre el mundo. ¿Quién sabe adónde irá? Se suele quedar a ratos con los tristes y siempre sigue triste su triste camino en busca de tristes a quienes consolar. El tango es el inquilino de los corazones rotos; de los solitarios, de los heridos por las flechas envenenadas del divino amor; de los suspirantes, de los solicitantes de caricias, de los escribidores de ensueños. Ahí, sí, ahí habita el tango sin pagar propiamente renta, pues está en su casa:
“Los amigos ya no vienen ni siquiera a visitarme,
nadie quiere consolarme en mi aflicción,
desde el día que fuiste siento angustias en mi pecho.
Decí percanta qué has hecho de mi pobre corazón.”
Sí, el tango tiene su residencia en los pobres corazones, como la percanta o mujer amada, aunque ella no nos corresponda. El tango, ¡ay!, que anda por ahí tratando de apurar la copa del olvido y vaga desconcertado por los vericuetos del planeta, por las calles de todas las ciudades del planeta hasta, ¡quién sabe!, si un día se encuentre a sí mismo y halle su curación.
El tango, en realidad, no es más que un enfermo incurable, pues su curación sería su muerte y, el tango, lo sabe y, es por eso, que, sería, para él, absurdo tomar ninguna medicina que pudiera contrarrestar sus males y hallar su sanación.
Mejor que mejor empecinarse en sus males y no alcanzar nunca la saludable perfección, que lo convertiría en un feliz e inequívoco ordenador. Siga pues enfermo de por vida el tango, siga siendo tango, es decir, cantando, bebiendo, bailando, nostalgiando el amor imposible que el ser, por divinamente imperfecto, sueña y jamás toca desde su ventanita de arrabal en la infinitud de nuestras vidas finitas y de nuestro universo indescifrable. El tango sin más y así:
“Decí por Dios que me has dao/ que estoy tan
cambiao, no sé más quién soy/ el malevaje extrañao
me mira sin comprender/ que estoy perdiendo el
cartel del guapo/ que ayer brillaba en acción.”
El tango que, como el guapo, perdió el cartel… y más: nació con el cartel “perdío”, vive, emociona, desgarra… y está ahí, en donde menos se le espera, para herirnos el corazón. Al fin que, si del tango se trata, lo suyo pues ha sido, es y será, herir y acariciar.
*Poeta y periodista andaluz.