Por Iván Escoto Mora*
Durante una semana llena de actividades Eduardo Kovalivker, poeta argentino, visitó la Ciudad de México. El 4 de abril presentó su primera novela, “El informe”, en compañía de los escritores Eduardo Luis Feher y Justo Molachino. El 7 de abril ingresó a la Academia de Literatura del Instituto Mexicano de Cultura y el día 9 del mismo mes, ofreció un recital en la Universidad Nacional Autónoma de México.
En su ensayo de ingreso a la Academia, Kovalivker reflexionó sobre la poesía Pedro Bonifacio Palacios mejor conocido como Almafuerte. Podría decirse que la obra de los dos escritores se conecta en varios puntos. Nacidos en Argentina, aunque con décadas de diferencia, en ambos se aprecia la misma intensidad por la vida, igual sensibilidad ante la injusticia y una profunda esperanza en el hombre.
En sus letras, Kovalivker construye frases que desgarran los rostros más duros y no es extraño, la literatura latinoamericana está sembrada por huellas de una historia que no acaba de cicatrizar. La sangre de nuestros pueblos ha sido expuesta demasiadas veces, por eso la voz de los poetas sigue contando sus dolores, luchando por la vida, para que un día, como dijo Kovalivker ante estudiantes universitarios y politécnicos, “los hombres sean libres”.
Para el poeta argentino, el pesimismo es siempre rebasado por la posibilidad de un mundo mejor. En su poema “Nosotros” plantea: “Que otros hablen de odios y guerras,/ nosotros hablaremos de amor y de trabajo/ y obtendremos los frutos de la tierra./ Que otros cuenten sus bombas y sus balas,/ nosotros contaremos nuestros hijos/ y a nuestros sueños les pondremos alas”.
La poesía combativa tendrá vida en tantos nombres como hombres surjan en el arte, mientras que la modernidad siga siendo una oda a la destrucción. Siempre habrá un Neruda, un Miguel Hernández, un Almafuerte o un Kovalivker, ahí donde la barbarie continúe al acecho.
A continuación reproduzco el texto que leí el 4 de abril en el centro de creación literaria Xavier Villaurrutia de la Ciudad de México, con motivo de la presentación de la novela de Eduardo Kovalivker:
Leer el “El informe” es echar un vistazo a la historia del hombre, pasar por sus pensadores, descorrer las persianas del tiempo.
Como Descartes, Manuel de León, “El inmortal” (protagonista del la novela), luego de años sumergido en bibliotecas, dedica sus días a viajar, a recorrer continentes y ejércitos, a recoger datos y observaciones, a reflexionar. Hilvana largos siglos, contempla a la humanidad en sus desgarros y nos cuenta. Ha visto: “la maldad de la ignorancia, de la ambición, de los que esgrimen a Dios para sojuzgar al prójimo… hombres abandonando todo atisbo humano para matar y torturar sin piedad a chicos, mujeres y ancianos; iguales a sus hijos, sus esposos o sus madres”.
La “hidropesía de la mucha ciencia”, como la llamaría Sor Juana, ha traído civilidad pero también dolor. “El inmortal” lo entiende y sin embargo quiere saber, por eso se lanza al mundo y lo transforma en un conjunto enciclopédico.
El deseo de conocer lo impulsa en su cacería y al andar por los dobleces de la existencia descubre en el “sentir”, el significado más profundo de lo humano.
El planteamiento de Kovalivker es el de la necesidad que busca en la historia un fin universal y absoluto. La necesidad que encuentra en el amor, la posibilidad de alcanzar la infinitud.
Una doncella indígena, “Anak”, inaugura en “El inmortal” la conciencia del dolor, de lo perecedero, de lo humano. Así entiende la tragedia del tiempo que extingue todo en el hombre y sin embargo, lo vuelve indestructible en el seno amoroso.
En la finitud se sufre y disfruta cada instante porque el mañana es incierto. Se padece y se goza en lo breve agotado por suspiros. En la tensión de contrarios que luchan, se infunde vida a lo humano.
Borges, como Kovalivker, trata el tema de la infinitud. En su relato “El inmortal”, el autor de “El Aleph” dibuja a un hombre de piel gris, barbado, casi un Golem letárgico, sin emociones, sin pasiones, con una vida, que apilada en años, se ha vuelto un espejismo. “El inmortal” de Kovalivker, en cambio, es “prometeico”, en su entrega encuentra sentido. El ejercicio intenso de la vida, da cauce a su tiempo inagotable.
A través de la mujer, “El inmortal” entiende la existencia del hombre. En el texto de Kovalivker: “Anak”, “Zazil Há”, “Zamira”, “Alexandra Fedrovich”, son los nombres del amor vuelto humano, de la infinitud hecha carne.
“El informe” se lee en varios niveles, por un lado la búsqueda del conocimiento. Por el otro, la necesidad del sentimiento, de experimentar lo humano en sus barrancos y hendiduras, en sus límites temporales y dolientes, en esos lugares oscuros en los que la vida se torna inagotable.
La obra de Eduardo Kovalivker recrea lo que sólo la literatura podría retratar: el amor como condición trágica y sublime en el ser, los “claro-oscuros” de la condición humana.
*Abogado, filosófo/UNAM.