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Emilio Zola. Memoria del realismo

Por domingo 10 de abril de 2011 Sin Comentarios

Por Juan Cervera Sanchís*

Ayer como hoy, Emilio Zola, sigue siendo considerado uno de los más significativos novelistas franceses y una de las figuras literarias más importantes del siglo XIX. El padre de Zola fue un ingeniero de origen italiano. El joven Zola crece leyendo a Gustave Flaubert, quien es veinte y nueve años mayor que él. El realismo de éste lo cautiva y, en especial, “Madame Bovary”, que aparece cuando Zola es un joven de diecisiete años de edad. Como es sabido “Madame Bovary” ha sido considerada como una versión a lo siglo XIX del Quijote.

El realismo está en su total apogeo durante la adolescencia y maduración intelectual de Emilio Zola. Será él, finalmente, quien lo lleve hasta sus últimas consecuencias como seguidor de Balzac –no hay que olvidarlo- y de Flaubert.

“La Comedia Humana” de Honorato Balzac es sin lugar a du­das determinante en la formación literaria de Zola, quien pro­pugna por una literatura, en sus propias palabras, “que se ins­pire en principios científicos y que conceda suma importancia a las determinaciones materiales de las pasiones humanas.”

Punto básico en su manera de abordar y tratar sus historias es la herencia de las personas y el factor determinado por el medio ambiente. Es el nacimiento del naturalismo lo que ve­mos surgir con las novelas de este autor fundamental. El natu­ralismo convierte a la novela en un anexo de la historia natural y auxiliar de la medicina.

El escritor no fantasea ni especula en torno a determinado ambiente y personajes. Trata de observar los hechos y retratar­los con minuciosa fidelidad. Por supuesto que hace su análisis de los mismos comparativamente y busca ahondar con todo rigor en la conducta humana. Claro es que Emilio Zola no era un hombre de ciencia, sino un escritor. Lo cierto es que aunque hubiese sido un científico no habría podido ver y conocer “toda la realidad”, pues esta no es plana y, de hecho, si somos con-scientes de nuestras limitaciones, nunca ha estado, ni está, a la simple vista del ojo y el cerebro de los humanos.

Es por eso que el fervor cientificista de Zola visto desde nuestro tiempo resulta un tanto ingenuo. Aunque es innegable que, pese a sus clisés realistas y vicios literarios de su época, su gran talento de narrador los supera y logra dar vida a sus rela­tos contra el espesor descriptivo que, por momentos, da la im­presión de asfixiarlo. Se puede decir que los salva la intensidad dramática y la energía humana que despliegan los personajes en mitad de un ambiente dibujado con escrupulosa exactitud.

Zola a los veintiocho años de edad experimenta como no­velista y decide emular a Balzac escribiendo una segunda co­media humana. Ello lo lleva a dar forma a veinte novelas. Ciclo impresionante donde el escritor estudia al detalle, y según sus recursos y los conocimientos médicos de su época, las taras he­reditarias de cinco generaciones sucesivas de una familia en los más diversos y contrastantes ambientes.

Surge así “Los Rougon-Macquart”, historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Mil personas y algunas más se mueven en ese desbordante espejo de la humana co­media de Zola. El escritor nos lleva de la vida provinciana al am­biente del mercado central de Paris. Nos revela los fondos del alcoholismo tabernario en los medios obreros de su tiempo.

Nos despeja las incógnitas de la vida cortesana con la histo­ria de “Nana”. Guía nuestros pasos y nuestros ojos a través de las páginas de “Germinal” por los subterráneos mineros y las luchas que los animan. Nos retrata en “La obra” el drama de un pintor dominado por su arte. Por cierto que esta novela lo ene­mistaría con Cézame, ya que el gran pintor, que era su amigo, se sintió retratado en ella, lo que no le hizo ninguna gracia.

Por otro lado logra un daguerrotipo intenso con “La tierra” al revelarnos la sufrida vida de los campesinos franceses de su tiempo. La humanidad sufriente y latiente hasta sus extre­mos transita por las páginas, en trágico movimiento, de sus conmovedoras novelas. No olvidamos la titulada “La bestia humana”, donde expone hasta sus últimas consecuencias lo que pueden hacer los celos en un alma humana, ni tampoco “El desastre”, donde recoge y exhibe los sangrientos días que vivió la Francia durante los acontecimientos revolucionarios de la Comuna de 1871.

En la obra de Emilio Zola, a partir de “Germinal” palpitará un hálito socialista. Por cierto que a Zola le costaría muy caro su defensa, con su artículo “Yo acuso”, de Alfredo Dreyfus, aquel militar francés de origen judío acusado de espionaje en 1894.

Mientras tantos callaron ante aquel acto indignante, Zola alzó su voz y reclamó con su pluma justicia para aquel patriota, inocente y libre de toda culpa, como se confirmaría doce años después –1906- en que fuera rehabilitado. Zola, debido a la publicación de aquel artículo, tuvo que exiliarse en Inglaterra. Al volver a Francia de su exilio moriría en circunstancias aún to­davía no puestas en claro. Al morir contaba con sesenta y dos años de edad. Había nacido en Paris en 1840.

* Poeta y periodista andaluz.

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