JOSÉ CARLOS IBARRA
Grandes pensadores, filósofos, científicos, poetas, y místicos de todas las épocas, han experimentado la inquietud de desentrañar el enigma en cuanto a la dimensión del tiempo, y en su momento, han dejado testimonio de su visión cósmica.
El Génesis, primero de los textos bíblicos, atribuídos a Moisés, de acuerdo con la tradición, hace mención del tiempo, al narrar que la Creación incluído el Hombre, los animales y las plantas, fue Obra de Dios, no en seis días como generalmente se dice, sino en siete, ya que al concluir su Obra, y viendo que lo que había hecho era bueno, el Supremo Hacedor descansó el séptimo día, lo bendijo y santificó.
Stephen W. Hawking científico eminente, autor de “Historia del Tiempo”, hace la siguiente referencia, basada en el capítulo X11 de “Confesiones”, del gran converso San Agustín:
“Como veremos, el concepto del tiempo no tiene significado antes del comienzo del universo. Esto ya había sido señalado en primer lugar por San Agustín. Cuando se le preguntó: ¿Qué hacía Dios antes de que creara el universo. Agustín no respondió: estaba preparando el infierno para aquellos que preguntaran sobre tales cuestiones. En su lugar, dijo que el tiempo era una propiedad del universo que Dios había creado, y que el tiempo no existía con anterioridad al principio del universo”.
Partiendo del aparente sencillo principio, de que las corrientes de los ríos no cesan de fluir en su recorrido, el filósofo griego Heráclito, nos dejó la profunda premisa de que: “En los mismos ríos bañamos y no nos bañamos en los mismos; y parecidamente somos y no somos”. Y también: ”El tiempo, niño es que juega con chinitas sobre ese reino del niño que es el tablero”,
Albert Einstein, en su revolucionaria “Teoría de la Relatividad”, expuso su concepción del espacio-tiempo, genial contribución en el campo de la física, y con su famosa ecuación E=mc2, acabó con la idea de un tiempo absoluto, según W. Hawking.
San Juan de la Cruz, no sólo fue uno de los grandes contemplativos que ha dado el catolicismo, sino que además, sus experiencias místicas las plasmó en sublime poesía, por lo que se le considera, una de las más altas cumbres en ese género. Veamos los siguientes fragmentos, de Coplas sobre un éxtasis de alta contemplación:
“Entréme donde no supe,
Y quedéme no sabiendo,
Toda ciencia trascendiendo.
Yo no supe donde estaba,
Pero, cuando allí me vi,
Sin saber donde me estaba,
Grandes cosas entendí;
No diré lo que sentí,
Que me quedé no sabiendo,
Toda ciencia trascendiendo”.
En el Eclesiastés, capítulo 3, se lee:
Para todas las cosas hay sazón, y
todo lo que se quiere debajo del
cielo, tiene su tiempo.
Tiempo de nacer, y tiempo de
morir; tiempo de plantar, y tiempo
de arrancar lo plantado.
Tiempo de llorar, y tiempo de
reir; tiempo de endechar, y tiempo
de bailar.
Tiempo de esparciar las piedras, y
allegar las piedras, tiempo
de abrazar, y tiempo de alejarse de
abrazar.
Tiempo de agenciar, y tiempo de
perder; tiempo de guardar, y tiempo
de arrojar.
Tiempo de romper, y tiempo de
coser; tiempo de callar, y tiempo de
hablar.
Tiempo de amar, y tiempo de
aborrecer; tiempo de guerra, y
tiempo de paz”.
De modo que el tiempo, no se reduce al día y a la noche, o al cambio cíclico de las estaciones, sino que tiene sus propias dimensiones, de acuerdo a la concepción científica moderna, y visión cósmica del universo, en constante expansión, o sea que no es absoluto, sino que depende del lugar en que tengan lugar los acontecimientos.
* Autor sinaloense