GILBERTO. J. LÓPEZ ALANÍS
“…nuestra historia guadalupana
tiene una vertiente de espiritualidad,
de atracción popular y de sentimiento nacionalista
que aquí dejo intacta, quizá su dimensión esencial
por estar más allá de las disputas de los hombres”.
(Edmundo O`Gorman)
El fervor por la Guadalupana, es un milagro que los mexicanos recreamos todos los días a partir del año de 1531.
Este milagro, es inexplicable para algunos y no necesariamente explicito para otros, sin embargo, el fenómeno tiene estructura y arraigo social y ha servido también para mantener una relativa unidad e identidad popular.
Como toda invención humana, la Guadalupana, está sujeta a adhesiones y controversias, pero el milagro persiste, desafiando la original estructura que la inició, otorgando poder a quien conoce la utilidad del mito y paz interior a quien cree en ella.
Existen dos vertientes historiográficas en torno al fenómeno guadalupano; unos se adhieren a la aparición como explicación religiosa, otros hurgan en los documentos, interpretan sutilmente, pero olvidan el rasgo espiritual del mexicano. Sin embargo, estas dos tendencias en torno a la Guadalupana, son complementarias ya que tienen como centro a una deidad histórica del pueblo.
Por eso, en aras de contribuir al sostenimiento de esta expresión social, es posible incidir en la manifestación formal de una feligresía que oye, ve, siente y expresa su sentir de las más inusitadas formas.
Algo más en torno a este fenómeno social. ¿Se puede desde fuera contener las necesidades expresivas de un pueblo que no tiene otra posibilidad de manifestarse, incluso a riesgo de su propia vida?
En este punto surge la fe como una manifestación inasible, resaltada como un tesoro humano que se mantiene y se ha mantenido en medio de recurrentes crisis.
Ella, la fe, está por encima de artilugios de prácticas políticas coyunturales, es íntima y grupal, se mantiene concediendo presencia a una imagen que no necesita adhesiónes ideológicas, ni otras expresiones que se vuelven inútiles en el orden Mariano.
La imagen de la Madre vive, su presencia permanece, viendo a sus hijos debatirse en una contienda violenta que los sacude, sin embargo, como su aparición o construcción se formó en la larga duración, soporta el embate moderno de fuerzas que no logran desplazarla.
La Guadalupana es cultura y su mantenimiento se ha convertido en tradición y fortaleza.
En la coyuntura actual llena de presagios ominosos, las procesiones a los santuarios, buscando los favores o el apoyo de la Guadalupana, tendrán significados dolorosos o esperanzadores; quizás estas antiguas y recurrentes manifestaciones este diciembre de 2020, no se promuevan, incluso llegaran a prohibirse, pero los mexicanos las sostendrán en sus esquemas de manifestación religiosa con nuevas variantes.
Finalmente algo debe quedar claro, el fervor Guadalupano es parte del ser nacional, que pervive ante cualquier circunstancia.
* Director del Archivo Histórico General del Estado de Sinaloa