SERGIO UZÁRRAGA ACOSTA
Luis Felipe Molina, cuando todavía era estudiante, reformó la casa que Ignacio Luis Vallarta habitaba en la ciudad de México, ubicada en la antigua calle de las Escalerillas (actual de Guatemala). La adaptó para que pudiera usarla como habitación, en la parte alta, y como despacho en la parte baja, y su trabajo consistió en quitar parte del entresuelo que daba a la calle y que se dejó para despacho y estudio. El resto del entresuelo se reservó para la biblioteca, que contenía numerosos volúmenes, y con este trabajo se relacionó con la familia de este alto funcionario.
Como Luis Felipe Molina amaba la ingeniería, para reforzar sus conocimientos en este campo antes de egresar como arquitecto de la Escuela Nacional de Bellas Artes asistió al Colegio de Minería a tomar clases como oyente. Ahí, durante un año, recibió la cátedra de Topografía, impartida por el ingeniero Leandro Fernández, y la de Dibujo topográfico, impartida por Eduardo Sagredo. Así completó su formación, y una vez que se satisfizo y que ya tenía aprobadas satisfactoriamente todas las materias, el 7 de febrero de 1887 solicitó el tema para preparar su examen profesional, que en ese tiempo se hacía, al igual que en las bienales, por azar. Los temas, preparados por el profesor de composición de arquitectura, se colocaban en una urna, y se daba al alumno un día en el que debía presentarse a la dirección para que sacara el tema que debía desarrollar. Después se le conducía a un salón, separado cada alumno para que estuviera completamente solo, y ahí, con papel, lápices, reglas y escuadras, se le hacía la “prueba.” Cada alumno disponía de ocho horas, tiempo en el cual no debía salir del salón que se le había destinado. Sólo el prefecto o el secretario podían hacer una visita ligera, pero sin articular ninguna palabra.
La prueba consistía en hacer una planta, una fachada y un corte longitudinal. Si había tiempo se podía hacer, también, un corte transversal. Todo se realizaba a escala, y una vez terminado este trabajo se entregaba a la dirección para que después un jurado calificador determinara si lo hecho por el alumno merecía ser desarrollado o no. En caso de que la respuesta fuera negativa, el alumno, desde esa parte del proceso, estaba reprobado. En el caso de Luis Felipe Molina, que le tocó realizar un proyecto de teatro con capacidad para 3500 espectadores, fue aprobado, y le fue muy bien en ese primer paso para titularse. El jurado calificador consideró que llenaba las condiciones reglamentarias, y ya estaba listo para emprender el desarrollo de su proyecto. A partir de entonces, sin tener plazo fijo, se dedicó a dicho trabajo, en el que debía incluir un cálculo de resistencia de materiales, capacidad, ventilación, dibujo de plantas, fachadas, cortes longitudinal y transversal, alumbrado, drenaje, detalles de armadura, cortes y ensambles. Es decir, tenía que hacer la tesis general referente al mismo proyecto, exponiendo claramente sus ideas.
Para realizar este trabajo final Luis Felipe Molina requería mucha dedicación, mucho empeño y estudio. Sin embargo, en este tiempo, además de trabajar en su tema, llevó una vida social muy activa. Buscaba cualquier pretexto para estar con la familia de Ignacio Luis Vallarta porque tenía interés en una de sus hijas llamada Elena. Por eso aprovechó que su maestro Juan Agea estaba haciendo una reparación a un arco en una nave lateral de la Catedral, y subió a la azotea del templo a pedirle que lo aceptara como practicante para poder llegar hasta la parte posterior desde donde podía divisar la casa en donde vivía la familia Vallarta. Juan Agea lo aceptó y, así, de vez en cuando, podía ver a Elena, con quien deseaba relacionarse más cercanamente. Con este logro se la pasaba caminando por arriba de las bóvedas con el fin de verla, y su vida social, a partir de entonces, lo distrajo. Por eso se tardó casi un año en terminar su trabajo, y una vez concluido solicitó su examen, el cual presentó el 24 de octubre de 1877 ante Juan Agea, Vicente Heredia, Manuel Rincón y Miranda, Antonio Torres Torija y José Rivero y Heras. Ellos fueron sus cinco sinodales, y asistieron al acto, como era la costumbre, todos los estudiantes de arquitectura de los otros grados, así como los de pintura y escultura. Ante todos ellos fue aprobado por unanimidad.
El 3 de noviembre de 1887 Luis Felipe Molina envió a la dirección de la escuela una carta de agradecimiento por haber terminado sus estudios, y entró en la lucha de la vida como profesionista. El primer trabajo remunerado que tuvo fue el de la terminación de una casa habitación, ubicada en la calle de Patoni número 4 (actual Avenida Juárez), propiedad de Enrique M. Rubio, senador de la República por Sinaloa. Con este trabajo debutó como profesionista, y quedó relacionado con este señor poderoso económica y políticamente.
En este tiempo cortejó seriamente a Elena Vallarta que, de acuerdo a su parecer, era una joven de buen físico en quien él veía a “una señorita virtuosa y llena de cualidades […].”La enamoró y se enamoró, y con fe en el porvenir para hacer vida con ella comenzó a pensar en establecerse en la ciudad de México ya por cuenta propia. Con el propósito de hacer una casa y habitarla en caso de llegar al matrimonio, Luis Felipe Molina compró un lote en Mixcoac, en el Barrio del Santo Niño. Era un lote grande, de cuarenta varas por cuarenta (aproximadamente 34 metros por 34), que en su mayor parte estaba cubierto de magueyeras. Después compró otro, también en Mixcoac, rumbo a la Hacienda de la Castañeda, en donde le dijeron que se iba a construir un fraccionamiento que se iba a llamar Cuauhtémoc, pero resultó ser un fraude y nunca se realizó.
El segundo trabajo de importancia que Luis Felipe Molina obtuvo fue el que le ofreció el ingeniero Pedro Sentíes, director de la Escuela de Agricultura (antes de San Jacinto). En esta institución educativa se estaban haciendo unos planos agronómicos para mandarlos a la exposición de París, y a Luis Felipe Molina se le contrató como dibujante. Llevaba a su trabajo restirador, estuche de matemáticas, escuadras y lápices, y parecía que todo marchaba bien. Sin embargo, este empleo le duró muy poco porque no se entendió con el ingeniero Sentíes.
El 24 de septiembre de 1888 por segunda ocasión tomó posesión como gobernador de Sinaloa Mariano Martínez de Castro, y como desde hacía tiempo tenía en mente construir un teatro y hacer de Culiacán Rosales una ciudad con calles limpias y ordenadas, pronto comenzó a gestionar a favor de estas obras. Le pidió a su amigo Manuel Calderón que lo ayudara en eso y que se encargara de construir el teatro. En marzo de 1889 le presentó un proyecto, pero debido a sus múltiples ocupaciones en la ciudad de México no podía realizarlo en Culiacán Rosales. Sólo se comprometió a conseguirle un arquitecto que llevara a cabo la obra, y pensó en su ex alumno Luis Felpe Molina, que estaba recién egresado de la Escuela Nacional de Bellas Artes. La experiencia de buen alumno acreditaba a Luis Felipe Molina como la persona que, según Manuel Calderón, era la idónea para trasladarse a Culiacán Rosales y construir el teatro, y le recomendó a Luis Felipe Molina que aceptara la propuesta que le hacía su amigo Mariano Martínez de Castro. No la aceptó porque su intención era ejercer en la ciudad de México, y así quedó este primer intento de hacer que se trasladara a Culiacán Rosales a ejercer su profesión.
BIBLIOGRAFÍA
Báez Macías, Eduardo: Guía del archivo de la Antigua Academia de San Carlos 1867-1907, vol. I, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1993.
Molina Rodríguez, Luis Felipe: El mundo de Molina. Autobiografía, Culiacán, Sinaloa, México, La Crónica de Culiacán, COBAES, DIFOCUR, 2003.
HEMEROGRAFÍA
Diario del Hogar, El
Siglo Diez y Nueve, El
Maestro en Historia del Arte en la UNAM