FRANCISCO TOMÁS GONZÁLEZ CABAÑAS
Hubo un tiempo en que fue necesario lo otro, en respuesta a la historia milenaria del ser. Momentos, no tan lejanos de la diseminación. El curso, como decurso y recurso, de lo no establecido, emergió, como rizoma, desde su sentido horizontal, desde su expresividad, ajena a toda lógica formal, a todo patrón ortodoxo, en una suerte de danza caprichosa, de manifestación de lo oculto, de lo callado, de lo obturado, por las fuerzas ciegas de las estructuras rígidas que pretendieron imponer la religión de la autoridad.
En quechua ayñanakuy, significa pelear con palabras. Tal vez la disputa de la actualidad, sea con nosotros mismos. En el salto a la ipseidad, poder comprender, asimilar e introyectar tendría necesariamente que ver, con nutrirnos de aspectos, de pliegues, de bordes, que por razones que sólo la sinrazón conoce, hemos dejado de lado, al punto de que ya no nos reconocemos en los espejos de agua natural, a los que venimos envenenando con los desperdicios de nuestras repeticiones, automatizadas e innecesarias.
Escribir no es un acto individual, como en un a priori se anatematiza. Tiene que ver el acto, con un primer momento, para que luego, consecuentemente, se produzca la segunda instancia, la del otro como lector. Acá no finaliza la obra, dado que la posibilidad de comprensión, de entendimiento, ofrece, una relación, un vínculo, un diálogo, entre sujetos que a partir de estas acciones, construyen o reconstruyen una comunidad.
Ponerle grilletes, condiciones, determinaciones, en nombre de un orden, de una amabilidad o bajo la tutela de que esos otros, a los que están dirigidas las palabras, no la entenderían si el conjunto de las mismas no lleva un apartado de conceptos claves, citas referenciadas en normas de estilo y demás requerimientos de la formalidad que ocluye y pisotea, no es más que un atentado a la manifestación de lo humano.
Necesitamos volver a pensar, a sentir, a olvidar, a equivocarnos, a dialogar, a pretender ser la comunidad en esa interacción de deseos, muchas veces contrapuestos, en tensión, en ebullición, administrando las contradicciones que amenazan todos y cada uno de los sentidos que nos demandan el silencio mórbido de la anuencia, a cambio de una aprobación, de una certificación que nos diga que lo sabemos o que somos parte de algo.
Ñandutí es una voz guaraní que significa realizar un hilado, un tejido, símil a los desplegados por una araña para confeccionar su tela. De una complexión estética como funcional sin precedentes, tejer, es enredarse, en un arte, que por su accionar que no pretende un resultado o resultante, puede culminar en una parte de un vestido, de un objeto, o en el manifestarse del ser que imita, a la manifestación viviente que hace de tal enredo, su hogar y su forma de subsistencia.
Inseminar nuestro vínculo, abortado, interrumpido, reintroducirlo, en un contacto más dinámico y menos intermediado entre lo que queremos y lo que pensamos, es la propuesta que anida en el significante de estas palabras.
La única pretensión, que se esconde en estos grafos, es la de recoger, retomar, lo que hemos olvidado, lo que dejamos, adscribiendo a la tesitura que nos iría mejor sí descartábamos lo que no nos sirviera, para acumular, una aprobación, un tener y contar con algo más que otro, rompiendo de esta manera, dislocando, la comunidad, destruyendo el sinsentido, más sentido y cabal, el de comunicarnos para entendernos, sin etiquetas, sin calificaciones, ni clasificaciones, sin dueños, sin amos, sin patrones.
De a poco, tendríamos que llevar a otros escenarios, los escritos destinados a esas aprobaciones, que proponen relaciones desiguales de poder, en donde prevalece lo silente del pensamiento, para que el número de la nota, resignifique todas y cada una de las palabras, ya para tal entonces asesinadas, por la furia individualista, de quiénes tendrán el tiempo necesario para comprender, de todo lo que se están perdiendo, y que hacen perder, cuando cierran y aniquilan la posibilidad de una comunidad que tenga como sensación, razón y emoción, a la palabra como talismán, de lo necesario e imprescindible de que, pese a las letras, los vocablos, sus formas, tiempos, signifcaciones y significantes, expresos y ocluídos, todos en definitiva y cada uno de los que somos, hemos sido y seres parte de esta historia de lo humano, hablamos el mismo idioma.
Kolaval (Para el pueblo Tzotzil significa gracias.)
Filósofo argentino