TEODOSO NAVIDAD SALAZAR
En mi primer viaje a la Unión Americana, tomé como itinerario la ruta de algunas misiones religiosas en California. Entre ellas San José, San Isidro, San Diego, Los ángeles, San Bernardino, por mencionar algunas. Aquella fresca mañana arribé a Santa Bárbara; ciudad ubicada en la costa californiana, condado del mismo nombre, cuya población según datos oficiales rebasa los noventa mil habitantes. La fundación de muchas de esas misiones se adjudica a un grupo de frailes jesuitas y franciscanos, estos últimos liderados por Fray Junípero Serra. Es importante destacar que entre el periodo comprendido entre 1638 a 1834, estas misiones fungieron como puestos de avanzada para estas órdenes religiosas que evangelizaron Baja California, la península de Baja California sur y el sur del actual estado de California.
Dejé el auto en un estacionamiento y caminé por el centro de la ciudad. Es muy bella; muchos edificios de arquitectura mediterránea, tejados rojos, con reminiscencias de un lejano pasado colonial español. Visité la Misión, el museo local y algunas tiendas. Era noviembre y la temperatura llegaba a los 18° grados. Entré a un restaurante con la idea de comer y beber algo, sin proponérmelo llegué al lugar indicado; la mesera hablaba español, aquello facilitó todo. Empezaba a oscurecer y la caminata me había despertado el apetito. Pedí vino tinto, mientras observaba que en una mesa cercana, una mujer que no rebasaba los sesenta años, a su vez me veía con insistencia. Su mirada nada discreta, me incomodó. No era una mujer cualquiera. Vestía con elegancia y era guapa. Dirigí mi vista hacia otro lado.
Sin embargo sabía que continuaba mirándome. Terminé mis alimentos y pedí la cuenta; junto con la nota de pago, la mesera me entregó una tarjeta que la dama en mención había entregado para mí y en la que decía: Eres o te pareces? Soy La Ubaldina Parra. Soy de Sinaloa.
Me puse de pie y a manera de saludo levanté el brazo; ella sonrió. La invité a que sentara a mi mesa y allí nos identificamos, dándonos la mano. Me vio de pies a cabeza, y discretamente hice lo mismo. Mi mente voló a mi primera juventud, recordé a la Ubaldina. Los años habían transcurrido y sin embargo en plenitud de su madurez, seguía siendo bella. Conservaba mucho de aquella belleza física de juventud. Su mirada por supuesto, no era la misma, su caminar airoso, ni su busto desafiante; el tinte seguramente cubría las canas de lo que fue su pelo rubio.
La Ubaldina fue una muchacha bella; mediana estatura, cuerpo escultural, piel blanca, finas facciones y cabellos rubios. Cumplidos los quince, robaba suspiros a los chicos que la veían pasar con donaire. Un paso cadencioso y sensual. Muchos de ellos la disputaban entre sí, sin que ella lo supiera.
Apostaban quién sería el primero en “llegarle”. Apenas terminada la secundaria tuvo amores con un camionero, que le insistió hasta que se la “llevó”. Era casado y mucho mayor que ella. El romance duró unos días. Volvió a casa y sus padres la recibieron. A ella no le importaron las habladurías en el rancho. Siempre fue de carácter fuerte y nunca se dejó de nadie.
En ese momento del encuentro supe que su forma de ser, había templado su carácter. Su gesto parecía duro, pero al sonreír aparecían sus finas facciones. Recuerdo que cuando jovencita, si alguien la buscaba la encontraba, fuera hombre o mujer y a cada cual ponía en su lugar. Sobrevivió al asedio de aquellos que la creyeron presa fácil, después de su “fracaso”.
Nació y creció en el seno de una familia pobre que se las vio negras para criar a cinco hijos. Sus padres fueron buenas personas. Él trabajó toda su vida, sin esperanzas de progreso. Los ingresos eran para sobrevivir. Su madre, mujer sencilla y trabajadora dedicó su tiempo por entero a la crianza de los chicos y labores del hogar. Los educaron a como pudieron.
A la muerte de los viejos, cada quien “agarró” su camino. Recuerdo que algunos de los hermanos se enemistaron por los bienes de la familia, que no iban más allá de la modesta casa y seis hectáreas de tierra (poco fértiles).
La Ubaldina no quiso enredarse en pleito y se perdió por los caminos de la vida. Habíamos sido amigos. Después de su partida, jamás tuve noticias. Nadie en el rancho supo de ella. Ahora, después de tantos años de manera fortuita estábamos sentados frente a los recuerdos; lejos de nuestra tierra. Escuché su historia con atención. Tenía prisa por contarla. Pasaba de un tema a otro y sólo me daba tiempo para responder a sus preguntas. Todas relacionadas con su etapa de juventud, familia, vecinos, amistades, etcétera. Tenía razón habían pasado tantos años. Se aisló de todo aquel que la conoció en sus años mozos. Enterró su pasado,su vida más allá de otras cosas, fue el trabajo.
Entre otras muchas cosas comentó que no le había ido bien en el amor. Que después de haber estado en Tijuana tuvo oportunidad de emigrar al “otro lado” y durante su estancia en la Unión Americana buscó olvidar las dolencias amorosas. Se “juntó” con un salvadoreño, que la ilusionó y creyó en él; pero al poco tiempo empezaron los malos tratos y cada quien se fue por su lado. De esa relación quedó un hijo. También comentó que hubo otros amores que la lastimaron y los hizo a un lado. Me comentó que luchó por encontrarse a sí misma, hasta lograrlo. Dejó atrás el qué dirán; ahora tenía, gracias a su esfuerzo un patrimonio.-Sin embargo en el fondo viví siempre con la nostalgia mordiéndome el corazón- me dijo, y pude ver que sus ojos se llenaban de lagrimas- La vida fue muy dura conmigo.
Antes de llevarse el vaso de agua a la boca, me dijo Ahora estoy jubilada y regresé para arreglar papeles; dejo a mi hijo la casa que tengo muy cerca de aquí, después me regreso a Sinaloa, compré casa y tierras por el rumbo de Navolato, están sembradas de maíz; con lo que me da el gobierno por la jubilación no tendré problemas para vivir lo que me quede de vida, no quiero morir acá.
Después de un breve silencio, preguntó ¿Te acuerdas cómo me seguían los hombres creyéndome presa fácil?- sí, -le contesté.
-Es dura la vida para cualquier ser humano, pero más para una mujer, pero siempre he sido yo, quien decide con quien me acuesto-comentó mientras su mirada se perdía a través del cristal de la ventana del aquel café.
Me enterneció escucharla hablar(porque fue ella la qué habló); y en qué forma. Siempre he admirado a las mujeres que luchan por salir adelante; a quienes encabezan e impulsan la familia; lo mismo quien dirige una empresa o lidera una causa social; La Ubaldina no fue la excepción: era una mujer triunfadora.
Nos despedimos pasadas las diez de la noche, con la promesa de vernos en Sinaloa. Al día siguiente la luz del sol me sorprendió manejando rumbo a San Luis Obispo, en el condado del mismo nombre.
Diciembre de 2018 La Promesa, Eldorado, Sinaloa.
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