FRANCISCO PADILLA BELTRÁN
Ya se hizo una tradición que en los aniversarios de Culiacán quienes la queremos deseamos su sano desarrollo, que reflexionemos y valoremos:¿qué hacer con nuestro centro histórico y qué ciudad queremos? Son las mismas preguntas que Don Adrián García Cortés (q.e.p.d) hizo en el 2002 para inducir la participación de especialistas en un coloquio.
A 18 años de realizado este evento sería interesante ver si las conclusiones a las que se llegó (que se encuentran en un pequeño libro publicado en 2003) han tenido un impacto económico, social y cultural en nuestra ciudad. Creo que una asignatura pendiente es hacer una investigación sobre los diversos intentos de planeación estratégica y su impacto. Esto nos permitirá saber que se ha hecho, que es lo que se ha dejado de hacer y que haremos en el futuro con nuestra ciudad. Estoy convencido también que en esta terrible contingencia sanitaria es el momento preciso para que todos realicemos las transformaciones necesarias para sumarle a esta bella perla del Humaya.
Históricamente esta bella tierra de ensueño (como la llamaba el negrumo), comenzó a construirse a partir de su fundación el 31 de diciembre de 1531, nuestros antepasados trataron de hacer de la ciudad antigua, no obstante, su clima hostil, un espacio más agradable, en armonía con sus tres ríos. La imaginación de sus primeros pobladores buscó tener una base urbana, un centro citadino, una ciudad provinciana sólida, mestiza, que les permitiera sobrellevar los ritmos duraderos de la vida. Así poco a poco construyeron la plaza central, la iglesia, algunos edificios para las autoridades y las primeras familias. Durante la colonia, casi aislada, el rostro de la ciudad siguió sin grandes trasformaciones, no obstante ser la ciudad más poblada del noroeste, con una boyante economía agraria y minera y por ser cruce de caminos comerciales.
Fue a mitad del siglo XIX, que, en medio de la inestabilidad política, un desarrollo económico basado fundamentalmente en la minería y cuando la ciudad ya había adquirido el estatus de capital, que los destellos de una pretensión de ser algo distinto pareció ser uno de los sellos de sus habitantes. Fueron los clérigos y las elites los que aportaron lo que se considera una primera modernidad. De ese tiempo bisagra se modificaron algunas calles y se crearon algunos edificios, probablemente también se dio la primera destrucción de su patrimonio fundacional.
Fue a mitad del siglo XIX, que, en medio de la inestabilidad política, un desarrollo económico basado fundamentalmente en la minería y cuando la ciudad ya había adquirido el estatus de capital, que los destellos de una pretensión de ser algo distinto pareció ser uno de los sellos de sus habitantes. Fueron los clérigos y las elites los que aportaron lo que se considera una primera modernidad. De ese tiempo bisagra se modificaron algunas calles y se crearon algunos edificios, probablemente también se dio la primera destrucción de su patrimonio fundacional.
En 1861 el gobernador Placido Vega le pidió a la Comisión Científica de Geografía Deslinde Y Estadística del Estado de Sinaloa la elaboración de un plano, en el podemos ver el trazo antiguo de la ciudad, callejones angostos, casas obstruyendo algunas vialidades, se muestra todavía un casco urbano consolidado y heredado de la colonia.Sobre este escenario se darán las primeras trasformaciones urbanas y construcciones arquitectónicas en el siglo XIX.
En la década de los setentas de ese siglo sobresalen Los portales de la Plaza de Armas, la Casa de La Moneda, la Fabrica del Coloso, El Seminario, la vieja parroquia y se inicia la construcción de la nueva catedral. Aparecen también el Panteón San Juan, el edificio de la Tercena (AHGES), el Mesón San Carlos (Centro Centenario de las Artes), la antigua casa consistorial que se convirtió en casa de gobierno (MASIN).
En el porfiriato, la ideología del progreso impregnó las mentes de las elites políticas y económicas,el lema de la filosofía “orden y progreso” inspiró a todos los gobiernos modernizantes y a las elites. La nueva época le perfiló un nuevo rostro a la ciudad, se reconstruyó el espacio urbano y surgieron nuevos edificios y al ambiente humano le dio vitalidad.
Sobre todo fue apartir de 1890 cuando el arquitecto Luis F. Molina retomó las inquietudes que tenían las elites y las clases medias por cambiarle la imagen a la ciudad, una que tuviera acorde con la estabilidad, la paz, el progreso, el crecimiento de la población y su cultura. A partir de aquí la ciudad comenzó a adquirir una nueva personalidad industrial, comercial y agrícola y la puso en camino para conseguir su hegemonía regional y una mayor presencia política.
Los historiadores, cronistas, arquitectos y urbanistas que investigamos este periodo no hemos hecho un balance suficiente de lo que se destruyó para darle ese rostro de modernidad y de progreso a la ciudad, pero creemos que nuestros abuelos trataron al máximo de guardar un equilibrio entre lo antiguo y lo moderno, un conflicto latente siempre entre la tradición y la modernidad; orientada hacia esta, arraigada en aquella.
¿En que momento se rompió este equilibrio?
Hay consenso entre historiadores, cronistas, arquitectos, y urbanistas que a partir de los años cuarenta debido a una etapa de crecimiento económico sustentado en la construcción de la infraestructura hidráulica, al crecimiento de las mutaciones migratoria, al mercado inmobiliario especulativo, se inició la destrucción exagerada del antiguo casco de la ciudad y esta misma comenzó a crecer desordenadamente.
Pero de manera paralela comenzó un nuevo proceso de construir una ciudad moderna basada en una visión racional funcionalista por parte de Francisco Artigas, y Germán Benítez, de nuevos enfoques arquitectónicos como los de Constantino Haza, Fernando Best, Jaime Sevilla Poyastro y otros. En años recientes hemos visto también que muchas de estas construcciones y las de tipo excepcionalhan sido derribadas. Como podemos ver; no sólo lo antiguo ha sido afectado, sino lo moderno también.
Esta preocupación por la destrucción de nuestra riqueza edificada y el futuro de la ciudadllevó a especialistas, funcionarios y ciudadanos a hacer valoraciones históricas, técnicas y operativas para buscarsoluciones.A partir de los años noventa las políticas oficialesy las iniciativas ciudadanas de preservación, rescate, ordenamiento y dignificación del centro histórico empezaron a ser palpables: se iniciaron foros, coloquios, mesas redondas para revalorar el problema y se comenzaron a diseñar estrategias porel INAH, El Patronato Culiacán. A.C,El Programa de Cien Ciudades.el Plan Parcial de 1995, Los Planes Sectoriales, los Consejos de Desarrollo Urbano y otros tantos organismos que registra esta historia.
Qué tanto hemos avanzado en nuestros objetivos, cuántas propuestas se han archivado, a cuántos proyectos no se les ha dado continuidad y no han logrado ir más allá de una administración, que tantos rezagos e inercias tenemos, que consensos hemos logrado con la ciudadanía para que entienda el valor de lo que tiene, cómo conciliar la ciudad antigua con la moderna y un largo etc. En la medida que resolvamos estas preguntas nos iremos acercando a la ciudad que queremos y al destino usuario de su centro histórico.
Presidente de la Crónica de Sinaloa, cronista oficial
de la Ciudad de Culiacán, Sinaloa