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EL VERBO Y LA CARNE

Por martes 15 de septiembre de 2020 Sin Comentarios

VERÓNICA HERNÁNDEZ JACOBO

Pues bien, si dicha causa demuestra ser tan irreductible, es en la medida en que se superpone, es idéntica en su función a lo que aquí les enseño este año a circunscribir y a manejar como aquella parte de nosotros mismos, aquella parte de nuestra carne, que permanece necesariamente atrapada en la máquina formal, algo sin lo cual el formalismo lógico no sería para nosotros absolutamente nada. (Lacan, Seminario 10, 2007, p. 233).

Cuando la carne es mordida por el verbo se convierte en sujeto causado por un deseo, decimos que el verbo indica que no somos solo trozos de carne, el verbo nos desaliena del orden biológico que está en auge, y nos coloca más allá de la complacencia somática, pero igual alienado al lenguaje. El deseo desde la experiencia psicoanalítica se presenta enraizado en lo inconsciente, sabemos, lo escuchamos en nosotros mismos o en nuestros pacientes, muchos de esos deseos tienen un contenido ilusorio, o imposible, pero cumplen una función de empuje.

El deseo algunas veces apunta a una intencionalidad pero imposible de ser realizada, así como sabemos que no habrá medicamento, ni psicofármaco, que produzca el deseo por vivir, porque el deseo es una experiencia singular que puede o no aparecer, no tiene que ver con la obligación de tomar sus pastillas para que este deseo se produzca, estamos solos con la interpelación de nuestros goces, donde el propio goce entorpece el mapeo genético.

El deseo en sí produce realidades ficcionarias, donde lo atemporal es su escenario, pero sin deseos el sujeto perecería, sabemos que el deseo no es la energética, tampoco una reacción química metabolizada, en el deseo no hay vejez, tampoco juventud, ni hombre, ni mujer subvierte, la pobreza de los géneros nada se le acomoda aún así, insiste en hacerse desear.

Como al deseo se le invoca y pocas veces se hace presente, el capitalismo no pierde el tiempo en esa nimiedad psicoanalítica que es el deseo, y engaña al sujeto con el oropel brillante del juego de imágenes, luces que idiotizan fármacos, “llenos de plenitud”. Escapularios que se venden aún en universidades para ser exitosos, transformados en cursos de superación personal, una sociedad excedida en las creencias, en todos los sentidos. Pareciera entonces que el sujeto pasa por la encarnación del verbo, verbo en la carne, para que esta carne se anime, sea animada por ese verbo, que le da la palabra para existir, donde cada parletre es la encarnación viva del verbo, eso es lo que nos distingue del reduccionismo biológico que solo ve células y reacciones químicas en el sujeto.

Pasar por el verbo, es decir estar comandados por el significante dificulta la comunicación entre los sujetos, recordemos que los discursos psicologistas le apuestan al conversatorio, el significante impide que dos sujetos se comuniquen de manera transparente, ya que el malentendido que viene de los significantes hace incomprensible lo comunicado, y muchas veces se dice menos de lo que se escucha o se escucha más de lo que se dice, pero aún más radical, algunas veces el significante no quiere decir nada, o lo que es lo mismo, que el significante representa a un sujeto, para otro significante, no para otro sujeto. El sujeto surge a partir del significante pero surge como sujeto tachado, barrado, castrado, y no obstante, al mismo tiempo es representado por este significante, el sujeto es un efecto del lenguaje, y el lenguaje, es el que nos hace existir, no sin los malentendidos.

Hay por lo tanto también una política del cuerpo, donde el capitalismo ubica el cuerpo solo como una mercancía, donde las modelos en sus pasarelas, se prestan a la fantasía, la carne tiene precio, el cuerpo, aparece como un intersticio entre lo orgánico, y la carne, el cuerpo se formatea por el verbo, para que esa libra de carne se humanice, también en psicoanálisis se menciona que el psicoanalista paga con una libra de carne en análisis con estar ahí presentificado en acto.

Se espera que la palabra comunique algo(fuera de sí misma). Este es el verdadero pecado original del espíritu lingüístico. La palabra en tanto comunica con el exterior es de alguna manera una parodia del verbo expresamente inmediato mediante el verbo expresamente mediato”.
(Walter Benjamín, en Sobre el lenguaje en general y sobre el lenguaje de los humanos, en Para una crítica de la violencia y otros ensayos).

Doctora en Educación

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