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LA NOVELESCA HISTORIA DE LOS HUBBARD DE EL ROSARIO

Por lunes 31 de agosto de 2020 Sin Comentarios

ENRIQUE HUBBARD URREA

Espero que ese provocativo título haya despertado su curiosidad, porque en verdad se trata de algo similar a un libreto de película o por lo menos de una serie de TV. La narración la empezaré por el medio de la historia, continuaré con el final de la misma, para terminar por el principio. ¿Qué por qué, pregunta usted? Como dijera el español: “Nomás por fregar”.

Pero primero permítanme explicar ese enigmático encabezado. ¿Por qué habría que precisar que se trata de “los Hubbard de El Rosario? Pues porque en Sinaloa hay dos familias Hubbard y todo indica que no somos parientes. Dejen que les cuente, no que tengan mucha opción, ¿verdad?

Cuando llegué a Culiacán a estudiar en la UAS, por allá por 1965, en mi primera clase de la escuela de derecho sucedió algo del todo inesperado. Al pasar lista y anunciar a Hubbard, se escucharon dos “¡presentes!” al unísono. Ahí descubrí que había dos familias Hubbard en Sinaloa, una en Los Mochis y la otra en El Rosario. Mi “pariente” Héctor (a) “Tarián” Hubbard Gómez (+) y yo, nos pusimos a comparar notas, pero no encontramos que se tratara de la misma familia, por lo menos de lo que sabíamos ambos, a pesar de que incluso se daba la increíble coincidencia de tener dos Jaime Hubbard. El Tarián me contó cómo su abuelo había llegado al norte de Sinaloa como funcionario del Ferrocarril Sud-Pacifico, y se estableció en San Blas, El Fuerte, de donde se extendió la presencia de los “Hubbard de Los Mochis”, como acordamos llamarlos.

De mi lado, mi padre, a pesar de ser historiador y cronista, no sabía mucho de sus ancestros, salvo que él era hijo de Harry Hubbard, un americano nativo de Marfa, Texas, quien trabajó en Minas de El Tajo en EL Rosario a principios del siglo XX. Sabía también que mi abuelo murió en Mazatlán por 1914 y que sus restos estaban en Marfa, pero sin mayores detalles al respecto. Sáltese usted un siglo y entérese de que siendo yo Cónsul General de México en Dallas, Texas, otorgué una entrevista al diario Dallas Morning News, en la cual mencioné el origen de mi abuelo Harry, con tan buen tino que esa entrevista la leyó en Tucson un tal William Hubbard, quien me llamó a los pocos días.

Pues bien, William (él se presentó como Guillermo) resultó ser mi primo, hijo de un medio hermano de mi padre. Él me puso al tanto sobre el ramal desconocido de mi árbol genealógico, que trataré de resumir a continuación.

Para no empezar desde el siglo XVII en Inglaterra, lo cual sería demasiado largo, arranco con la figura del bisabuelo Albert Oscar Hubbard, padre de Harry. La familia vivía entonces en Dakota del Sur y allí nacieron Harry y Eda Hubbard. Luego la familia se mudó a Marfa, Texas y de ahí arrancan las aventuras del abuelo Harry, que anduvo de la seca a la meca. Primero fue alumno de ingeniería minera en la Universidad de Nuevo México, donde obtuvo el título de Ingeniero Minero. Más tarde, ya dedicado a esa profesión, deambuló por aquí y por allá y eso lo llevó a conocer muchos centros mineros de México y Centroamérica.

De hecho, se casó con Jessie Bogel (curiosamente nativa de Monterrey, N. L., pero de origen alemán) en El Salvador, donde nacieron sus hijos Harry Jr. y William (Papá de Guillermo). Luego agarró chamba en Minas de El Tajo, Rosario, Sinaloa, donde se radicó incluso con su familia. Vivió allí con ellos hasta 1911, luego se quedó solo (más sobre esto adelante) y de esa soledad resultó el nacimiento de mi papá en diciembre de 1912; sin comentarios, por favor.

Vale la pena conocer la legendaria historia de la muerte de Harry.

La versión que conocía mi padre y que me contó, era que Harry venía de regreso de un viaje a Texas, vía San Francisco, y que había fallecido en el barco que lo traía de California. El navío llegó a Mazatlán, pero no pudo desembarcar a sus pasajeros porque el puerto estaba sitiado por los revolucionarios. Estando ahí anclado en espera, al parecer se declaró a bordo un brote de viruela y por tanto las posibilidades de desembarcar se diluyeron. No sabía mi papá si Harry había muerto de viruela o si las causas fueron otras, pero lo cierto es que se llevaron sus restos de regreso a Estados Unidos.

La verdad difiere un poco pero no es menos fascinante.

El estallido de la revolución obligó a Harry a mandar a su (otra) familia a Texas, y luego, cuando el conflicto se agravó, Estados Unidos ordenó evacuar a sus compatriotas, entre ellos los empleados americanos de la mina. El gobierno americano había resuelto enviar un navío de guerra a Mazatlán para ese efecto.

Mi abuelo y sus compañeros de trabajo partieron del viejo mineral rumbo al puerto, en una travesía que era toda una odisea, pues era el mes de julio, plena temporada de lluvia, no había puentes y los caminos eran muy deficientes. En el largo camino, Harry se enfermó de apendicitis y aunque al llegar al puerto lo llevaron de inmediato al barco aquel, poco se pudo hacer por él y falleció a bordo el 31 de julio de 1914. El comandante del navío se enfrentó a un dilema: no podían sepultarlo en el puerto pues Mazatlán estaba sitiado por las fuerzas revolucionarias; tampoco podían llevárselo pues carecían de medios para embalsamarlo o para refrigerar sus restos. La decisión tomada fue sorprendente:

Lo enterraron en la Isla de Venados, marcaron bien el sitio de la tumba, dibujaron un mapa similar al de los tesoros de los piratas (tantos pasos al norte, tantos al oeste, etc) y al notificar a la familia sobre su muerte, enviaron anexo el dichoso mapa. El padre de Harry, Albert Oscar, vino por sus restos dos años más tarde y, guiado por el mentado mapa ese, pudo rescatarlo para llevarlo a descansar a Marfa, donde reposa desde entonces.

Tengo copia de la carta que el capitán del navío le envió a “la viuda de allá”, donde da cuenta del incidente y describe el sitio de la tumba. Lo dicho, el plano se asemeja mucho al mapa de un tesoro de algún pirata.

Cuenta mi primo Guillermo que cuando se casó (1964) fue de luna de miel a Mazatlán, donde le dijeron en el hotel que había parientes suyos allí, obviamente nosotros, pero me confesó que no se atrevió a investigar, porque sabía que su padre no veía con buenos ojos que se hablara de esa otra familia. Incluso dice que cuando regresó del viaje le contó a su padre lo que le habían dicho en Mazatlán, pero, fiel a su costumbre, el viejo se levantó en silencio y se alejó súbitamente, del todo renuente a siquiera reconocer la existencia de ese ramal de la familia.

Hay que señalar que la actitud de primos es radicalmente distinta a la del tío William, no muestran reticencia alguna en reconocer y aceptar a sus parientes mexicanos. Tanto Guillermo como el otro primo, Bruce, vecino de El Paso, me interrogaron amablemente acerca de los familiares de El Rosario, incluso Guillermo rescató un ejemplar de uno de los libros de mi papá en una universidad de Arizona y me consta que presumen a su tío el escritor, historiador y periodista.

A Bruce me tocó conocerlo durante un viaje a Ciudad Juárez, cuando conversamos ampliamente e hicimos planes para celebrar una reunión en diciembre de aquel año. Lamentablemente nunca se dieron las condiciones para ello. En cambio, con Guillermo sí logramos profundizar la relación, nos conocimos muy de cerca y soy yo el que presume a su primo el astrónomo, profesor de la Universidad de Arizona.

Y colorín colorado, esa es la extraordinaria saga de “Los Hubbard de El Rosario”, ya del todo ligada a la de los Hubbard de Marfa, Texas, así como a la familia del primo William (Guillermo) de Tucson y la del otro primo Bruce, de El Paso.

¿Quieren que se los cuente otra vez?

Embajador de México en retiro

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