GILBERTO J. LÓPEZ ALANÍS
¿Que extraña relación se establece entre los inestables genios de la literatura y las mujeres que los acompañan? Los ejemplos que se han podido documentar muestran situaciones muy complejas y engañosas. Por circunstancias propias de cada escritor, estos se extravían en su mismidad y tienden a poner su obra en peligro, con el riesgo de no ser publicada, ahí es cuando interviene la ayuda proverbial de las mujeres-compañeras que están al tanto del drama y evitan el desastre. Ellas sabedoras del tesoro que tienen en sus manos, hacen todo lo que pueden por rescatar el barco que tiende a zozobrar. Desde fuera parecen heroínas, pero en verdad se están salvando a si mismas, no quieren navegar en las tormentosas aguas del fracaso.
Tal es el caso de Tabitha King esposa, consejera y crítica de Stephen King, que lo ha inducido a reelaborar sus novelas ante su crítica demoledora, incluso ha hurgado entre la basura del escritor, para rescatar versiones que después fueron exitosas. Es como cuando olvidas billetes en los pantalones y tu mujer los encuentra, antes de colocarlos en la lavadora, para ellas son un botín; ya no son tuyos, son como un tesoro encontrado en el lúgubre espacio del lavadero.
También existe la impresión de que ellas hicieron el trabajo sucio, eso pareció en el caso de Zenobia Camprubí, que sacó a flote al después premio nobel Juan Ramón Jiménez y Cajal, de sus ciclos de depresión; fue su psicóloga, traductora, agente, madre y consejera.
Vera Nabokov, esposa de Vladimir Nabokov, cargó con algunas infidelidades, sin embargo, todo le perdonó; le sirvió como mecanógrafa, chofer, editora y secretaria. Para acabarla de amolar fue su asistente mientras impartió clases en la universidad de Cornell. Ella salvó de las llamas, el manuscrito de la novela Lolita, que el escritor trató de quemar.
Sofía Behrs, de 18 años se casó con León Tolstoi cuando este ya era figura literaria. Entre sus sacrificios, estuvo el de haber copiado a mano, siete veces el manuscrito de la novela “La Guerra y la Paz”. Organizó las finanzas del hogar y tuvo 13 hijos. Se decepcionó cuando el escritor heredó sus bienes a la humanidad, en vez de su familia.
Anna Snítkina fue la taquígrafa personal de Fiodor Dostoievski, lo admiró siempre, ella lloraba en pleno dictado, impresionada por las palabras y los textos del autor. Publicó los libros de este escritor cuando este murió.
Rita Macedo, actriz, casada dos veces, con hijos antes de conocer a Carlos Fuentes, del que quedó prendada por su personalidad y pensamiento; ella lo ayudó a salir de su medianía social y sucumbió finalmente por suicidio, ante la tristeza de perderlo en la vorágine que envolvió al hijo de la mazatleca Bertha Alejandrina Macías Gutiérrez, en sus avatares de escritor. La ganona fue Silvia Lemus, segunda esposa de Fuentes que heredó todo el patrimonio del escritor.
Elena Garro, no pudo ser el lazarillo de Octavio Paz, ella fue genial y no tuvo quien la cuidara. En cambio, Paz encontró el apoyo de Mary José, que lo acompañó en sus últimos años, ayudándolo en todo.
Que no hizo Cristina Pacheco por su adorado José Emilio, aparte de oírlo pacientemente en cada lectura. Quien es hoy Pilar del Río, esposa de José Saramago a la que no le gusta que le digan que es la viuda del singular Premio Nobel portugués; Pilar hoy brilla en sus interesantes disertaciones sobre la obra que ayudó a elaborar y defiende el legado moral de un escritor que no se doblegó al poder. Y que no hace en su hábil acompañamiento y protección, Leonor Quijada por proyectar la figura de Elmer Mendoza, escritor culiacanense atrapado entre los personajes ficticios de detectives, narcotraficantes y asesinos.
Traigo a colación estos referentes de parejas de escritores, porque acaba de fallecer Mercedes Barcha Pardo, esposa de Gabriel García Márquez, escritor de Cien años de Soledad. Son varias las anécdotas de como Mercedes, la Gaba, sostuvo la casa para que el escritor terminara esa novela, que a la postre lo instaló en el escenario literario mundial. De recia personalidad, Mercedes, siempre supo que Gabo sería algo más que un periodista. Administró su inicial infortunio, con una paciencia y cariño que tuvo la recompensa de grandes frutos. El mismo premio nobel, reconoció que sin ella no lo hubiera logrado.
Resumiendo, ellas expresan la brillante grisura de quienes sabían lo que traían entre manos. Sorprende tanto aguante y sufrimiento, ellas se sostuvieron con una aguda visión, y nos dejan lecciones de vida, para muchos difíciles de entender.
Director del Archivo Histórico de Sinaloa