CARLOS LAVÍN FIGUEROA
México independiente
El Plan de Iguala y los Tratados de Córdoba de 1821, antecedentes inmediatos del Acta de Independencia, establecieron un país monárquico, porque esa era la alineación del realista; insurgente; consumador de la independencia y 1er emperador de México Agustín de Iturbide, injustamente declarado traidor y fusilado. En esos tratados, se invitaba al rey Fernando VII a venir a México para ser proclamado nuestro emperador tras haber sido derrocado, encarcelado, liberado, restituido, y obligado -en marzo de 1820- a jurar la Constitución Española de 1812 que le quitaba el poder absoluto y que imponía el liberalismo. Si Fernando VII no aceptaba, México invitaba a cualquier otro miembro de la casa de Borbón, empezando por los numerosos hermanos del rey. Ningún Borbón aceptó porque el Imperio Español se negaba a reconocer la separación de la Nueva España, por lo que el Congreso Constituyente eligió a Iturbide como emperador de México, el Plan de Iguala y los Tratados de Córdoba daban esta tercera opción.
Debido a intrigas, falta de dinero, envidias y la inestabilidad política que plaga a las grandes naciones nacientes, Iturbide decidió abdicar del trono el 19 de marzo en 1823 y abandonó este país al que le dio independencia por medio de esos acuerdos políticos que él mismo logró y un sinfín de cartas y negociaciones diplomáticas que emitió desde Iguala a los jefes militares y gobernantes regionales de todo el país.
Se autoexilió de México junto con su esposa, sus nueve hijos, su padre, un sobrino, su confesor y capellán José -Joseph- A. López y unos empleados. Zarparon a Italia; después de un tiempo, fueron a Londres. En Londres se enteró que la Santa Alianza pensaba invadir México y retomar el país para España. En 1824 llegó a México, buscando advertir que España planeaba invadir, pero fue detenido en Tamaulipas y ejecutado como traidor, sin juicio y sin razón. Fue la primera víctima de la impartición de justicia selectiva y aplicación de las normas por intereses políticos. Una ley antijurídica que lo declaraba traidor si llegaba a pisar el suelo de la patria que él hizo posible. Así nacía la República Mexicana.
Ana María Huarte de Iturbide, esposa de Agustín de Iturbide, se encontraba en un barco en la costa de Soto de la Marina, Tamaulipas. Estaba embarazada de su décimo hijo y así se enteró que la nueva República Mexicana había declarado a su esposo, el libertador de México, un traidor; y fusilado sin juicio y sin justificación moral alguna. Iturbide dejó a su viuda con diez hijos. La ex emperatriz de México se autoexilió en Washington, donde sus demás hijos que se encontraban en Europa la alcanzaron, Don Joaquín, padre de Agustín, murió al poco tiempo en esa ciudad.
Así es como los documentos personales de Agustín de Iturbide llegaron a Washington y fueron heredados a su nieto Agustín de Iturbide y Green, hijo de Ángel de Iturbide y Huarte, y la norteamericana Alice Green.
En 1865, Maximiliano emperador de México, viendo que no tenía descendencia, apoyado por los mexicanos conservadores y por el gobierno de Francia negoció el tutelaje de los dos únicos nietos de Iturbide: Salvador de Iturbide y Marzán y el pequeño Agustín de Iturbide y Green con la intención de heredarle el Imperio. Mientras que su primo Salvador fue enviado a estudiar a Europa, Agustín permaneció al lado de Maximiliano y Carlota, quienes desde entonces y hasta el fin del Segundo Imperio Mexicano, se encargaron junto con su tía, la princesa Josefa, de la educación del pequeño.
Don Agustín de Iturbide y Green -Agustín III- fue profesor de español y francés en Georgetown, falleció en 1925, dejándole a su viuda Louise Kearney de Iturbide una enorme colección de documentos de los Iturbide. Entre ellos, el Plan de Iguala escrito a mano por el mismo Agustín de Iturbide, el confesor y capellán de Iturbide, José -Joseph- A. López ya convertido en jesuita, fue presidente de la Universidad de Georgetown en 1839-40.
Madame Louise donó este impresionante archivo a la Universidad Católica de América en 1968, 43 años después de la muerte del último Iturbide. Lo donó con una explícita condición: de que nunca se regresara el documento a México.
Después de la Independencia, México perdió más de la mitad de su territorio, los siguientes, no resultaron buenos gobernantes con excepción del último independentista Don Juan Álvarez -bisabuelo de este autor -quien desconoció a Santa Ana en un manifiesto emitido aquí en Cuernavaca donde fue presidente de México en 1855, y esta ciudad capital del país; fue el artífice de la Reforma que culminó Benito Juárez, desde Cuernavaca tomó medidas, que cambiarían el destino de México como la convocatoria al Congreso que elaboraría la Constitución de 1857 y la abolición del fuero militar y eclesiástico.
Con Iturbide fue el primero de un sinfín de abusos cometidos por gobiernos mexicanos. Hasta 1921 el Congreso de México lo declaró “traidor” y quitó del Himno Nacional la estrofa que lo mencionaba; además, removió su nombre del Muro de Honor de la Cámara de Diputados.
Otra víctima estigmatizada, es el modernizador de México Don Porfirio Díaz, cuando zarpó al autoexilio, arrojó una moneda al mar, declarando que México conocería el orden y la paz el día que esa moneda fuese hallada.
Destruir nuestra historia ha sido una práctica oficialista para erigirse en nuevos transformadores.
Fuente; Archivo de Iturbide, Universidad Católica de América, Washington D.C., y otras.
Historiador y cronista de Cuernavaca