JUAN RAMÓN MANJARREZ PEÑUELAS
Hace algunos días, mi amigo, el cronista Luis Antonio García Sepúlveda, me lanzó la pregunta vía WhatsApp: ¿Juan Ramón, qué sabes sobre la lluvia de azogue ocurrida en San Ignacio en 1872? Semejante provocación, en tiempos de confinamiento por la pandemia, no podía dejarla pasar. Admito que el tema me ha perseguido por un buen tiempo, pues cuando me he ocupado en escribir el relato de este extraño y por demás curioso acontecimiento pluvial, siempre termino distraído con la historia de la Roma de Tito Livio (está de moda ver en Netflix las series sobre Roma, ¿verdad profesor Castañeda?). Y usted se preguntará, ¿qué tiene que ver Tito Livio con la lluvia de azogue de San Ignacio? Ahora me explico:
Como he dicho, este inusual y extraño acontecimiento ocurrió en San Ignacio, el día 29 de enero de 1872 (en las efemérides oficiales lo marcan equivocadamente como sucedido el 12 de mayo). Algunas publicaciones locales y los periódicos de la ciudad de México reseñaron y dieron cuenta ampliamente de lo ocurrido en esta región del Piaxtla. Pero quien dedicó tiempo a estudiarlo y difundirlo ante el mundo de la ciencia (incluso en su biografía se consigna que escribió un libro con este tema), fue nada más ni nada menos que Ignacio Ramírez, el Nigromante, uno de los más connotados liberales mexicanos de la Reforma que dieron luz al siglo XIX;este ilustre guanajuatense fue declarado Benemérito del Estado, en febrero de 1957, por el Congreso del Estado de Sinaloa.
El mismo Nigromante, en un famoso discurso pronunciado ante la Sociedad de Geografía y Estadística de México, en abril de 1873, refirió: “No me preocupa lo insólito del fenómeno. El mercurio parece comparativamente escaso en el universo; su naturaleza lo hace fácilmente invisible; en muy pocos puntos sobre la faz del globo se encontrarán observadores capaces para estimar un acontecimiento de esa clase y publicarlo; por eso, en fin, no es de extrañarse que sólo Obsequens refiera un prodigio como el que nos atestiguan las personas más respetables de San Ignacio.
Al citar a Julius Obsequens, el Nigromante se refiere al Liber Prodigiorum (El libro de los prodigios) donde se recopilan eventos considerados como prodigios en la Roma Republicana, extraídos de la obra de Tito Livio. En este documento se relatan 389 eventos, de los cuales 48 se refieren a “lluvias anómalas”, entre ellas la lluvia de azogue. Es decir que en la Roma de Tito Livio ya había ocurrido un fenómeno raro como el de San Ignacio. Y es precisamente aquí, donde me distraigo o mejor dicho me dejo seducir por la historia de la Roma antigua y lo emocionante que me resulta el tema de los prodigios romanos en referencia a lo ocurrido en San Ignacio.
Pero volvamos a Ignacio Ramírez cuyo verdadero nombre era Ignacio Paulino Ramírez Calzada y quien, como he dicho estudió, analizó y presentó ante la Sociedad de Geografía y Estadística, una serie de hipótesis y observaciones, que bien vale la pena retomar, quizá como curiosidad a la luz de los avances del mundo de la ciencia o bien, como una efeméride que nos permita citarla con el pomposo nombre con que, conscientemente he titulado esta nota para la Crónica de San Ignacio: Del día que llovió azogue en San Ignacio a las historias del Liber Prodigiorum.
Para complementar este apunte y haciendo honor, por lo menos, al interés que manifestó sobre el tema Ignacio Ramírez, les presentaré a continuación las preguntas y las observaciones que este hombre ilustre enunció y defendió ante los colegiados de la Sociedad de Geografía y Estadística de México:
“¿El vapor de mercurio es capaz de sostenerse en la atmósfera?
¿El mercurio líquido se presta a ser llevado por los vientos?
¿El mercurio sólido y en sus combinaciones naturales es susceptible de descomponerse por una causa atmosférica?
¿El mismo mercurio sólido y el líquido pueden descomponerse bajo las influencias volcánicas?
¿El mercurio tiene un origen exclusivamente terrestre?
¿El fenómeno que nos ocupa es único en la historia de la ciencia?
Tal es la serie de preguntas cuya contestación espero de nuestros sabios especiales, anticipándome, entretanto, menos a responder a ellas, que a robustecerlas con mis ligeras observaciones.
1°. La atmósfera tiene densidad suficiente para sostener los vapores mercuriales. Estos vapores son muy sensibles a la temperatura de 20°. Es verdad que cuando la temperatura es muy baja se forma una atmósfera mercurial de pocos centímetros, pero un aumento de calor enrareciendo los vapores puede levantarlos indefinidamente; y en este caso, aun enfriándose en las capas superiores, tal vez, como el agua, podrán flotar en cristales tenuísimos. De cualquier modo que sea, ello es innegable que el azogue se volatilizará.
2°. Un huracán y un fuerte remolino pueden sostener y conducir a lo lejos el mercurio líquido y aun el sólido en sus combinaciones comunes. Muchas de las lluvias llamadas prodigiosas se explican hoy por la acción violenta de esas corrientes atmosféricas; y ni el polvo de cinabrio, ni el mismo hidrargirium líquido ofrecería mayor resistencia que los árboles desarraigados por el viento y llevados a grandes distancias.
3°. El mercurio sólido y combinado, como se encuentra en los minerales, y el mercurio líquido más o menos oxidado, una vez en las regiones atmosféricas por una causa cualquiera, quedan sometidos a los fenómenos químicos que en la misma atmósfera pueden verificarse. El ácido azotico se encuentra en el estado libre o en el estado de azotato de amoniaco en la mayor parte de las lluvias tempestuosas; se cree que el oxígeno y el azoto se combinan entonces por la fuerza eléctrica. Pues bien, el mercurio se descompone fácilmente por medio del ácido azotico. Esto basta para nuestro objeto sin detenernos en la acción del azufre, ni en las influencias directas de la electricidad, tan desarrollada en todos esos casos. Las tempestades llevan sobre las nubes un laboratorio químico.
4°. El Sr. Castillo nos ha dado recientemente una idea de los llamados criaderos de azogue que existen en la República. Sus vetas son como las de todos los metales; se han formado generalmente por vaporización plutónica. Siendo esto así, no es inverosímil que el fuego interior salga todavía por algunos de sus antiguos respiraderos, aun cuando ya no traiga consigo vapores de mercurio, y en tal supuesto, el fuego terrestre con su prodigiosa actividad, bien puede volatilizar las capas de mineral que encuentre a su paso; una erupción común bastará para producir esos vapores, y esta hipótesis tiene la ventaja de que no nos aleja de la tierra.
5°. Pero, ¿por qué no buscar el origen del azogue meteórico en la región suprema donde los aerolitos tienen su eterno y abundante criadero? Importantes y oportunas revoluciones debemos al análisis espectral de los cuerpos celestes; la tierra no es el único depósito de azogue, ese metal aparece en varios de los soles que adornan el firmamento. Nuestros cuerpos, llamados simples, probablemente se agrupan de diverso modo en el espacio, y se combinan también con nuevos elementos, pero en todo caso, puede afirmarse que ninguno de esos cuerpos camina aislado; y aun los mismos aerolitos, antes de bajar a la tierra deben haber perdido en la atmósfera aquellos componentes de la masa común, que no hayan podido resistir a las acciones químicas de nuestra envoltura gaseosa. De los bólidos no levantamos sino el esqueleto. Y si como no es irracional suponer, en esos cuerpos existió el mercurio, no es verdad que el ácido azotico, que el calor desarrollado en la caída, y que otras causas igualmente poderosas, deben haber separado el mercurio de la masa ferruginosa, con la cual presenta, como es sabido, la más leve afinidad. El fierro, el nickel, el cobalto y otras sustancias nos suelen venir del receptáculo etéreo ¿a esa lista podrá agregarse el azogue?
6°. No me preocupa lo insólito del fenómeno. El mercurio parece comparativamente escaso en el universo; su naturaleza lo hace fácilmente invisible; en muy pocos puntos sobre la faz del globo se encontrarán observadores capaces para estimar un acontecimiento de esa clase y publicarlo; por eso, en fin, no es de extrañarse que sólo Obsequens refiera un prodigio como el que nos atestiguan las personas más respetables de San Ignacio. ¿No es mayor prodigio todavía descubrir el mercurio en una estrella?”
Ignacio Ramírez (abogado, político, ilustrador, periodista, literato, maestro, antropólogo, economista, traductor y poeta), nació el 22 de junio de 1818, en el pueblo de San Miguel el Grande Guanajuato, hoy San Miguel de Allende y murió el 15 de junio de 1879. Sus restos descansan en la Rotonda de las Personas Ilustres, de la Ciudad de México.
Ignacio Manuel Altamirano, al referirse al Nigromante escribió: “Fue un hombre de bien en toda la extensión de la palabra. Podía decirse de él, lo que Tito Livio decía del viejo Catón. «Su honradez no fue atacada nunca; desdeñaba el favor y las riquezas; frugal, infatigable, sereno en el peligro, abríase dicho que su cuerpo y su alma eran de hierro».
Escritor y cronista de San Ignacio, Sin.
Lic. en Lengua y Literatura Hispánicas por la UAS
manjarrez58@yahoo.com.mx