FRANCISCO TOMÁS GONZÁLEZ CABAÑAS
S upongámoslo por un breve instante. Nada de lo que te han dicho, incluso de lo que yo te esté comunicando en este momento, tiene asidero alguno o mojón certero emplazado en lo conocido como realidad palpable. No podemos salir de nuestras cárceles, las corporales, las del hogar y las mentales, porque afuera, ya no hay nada, en verdad nunca hubo, pero la ficción en la que nos hicieron creer y que afanosamente creímos, se está evaporando, difuminando y consumiendo, lenta y definitivamente, tal como muere un alveolo pulmonar ante una afección grave.
De buenas a primeras, el colapso del sistema, necesita que creamos que todo se debe a la anomalía del virus y por más que las muertes sean crecientes y tales, el efecto contagio no sólo es de la enfermedad propiamente dicha, sino de la agonía general de quiénes nos habían prometido, que educándonos para trabajar, tendríamos, el dinero suficiente para comer, para sanar y para distraernos, viajando, conociendo o disfrutando de un almuerzo o cena afuera, compartiendo con los otros, además del abrazo y del beso, comentando un show, espectáculo, una competencia o partido deportivo. Por más que los otros, como nosotros en distintos instantes, padecieran la injusticia y el hambre.
La derrota más grande, el ataque más artero y certero, es que no podamos reunirnos, ni fundirnos, solidariamente, el uno con el otro, para forjar una reacción, que ponga a donde tienen que estar los responsables. Nos aíslan de ellos, el distanciamiento preventivo es para que no les achaquemos en sus rostros y narices, que cómo siguieron sosteniendo el cadáver agonizante de este sistema, que de buenas a primeras se esfuma, se cae como un castillo de naipes, y que desnudo, gripe mediante, nos indica que seremos cada vez menos los que tengamos el sagrado derecho de seguir comiendo, como razón de ser de la humanidad sustentable. Los que no caigan gravemente enf
Los que no caigan gravemente enfermos, los que escapen de la precariedad de los sistemas sanitarios, de los castillos de arena de sanatorios y hospitales para todos, de los estados garantizando salud, tendrán que contar con la entereza corporal y mental, para no derrapar en la debacle, que propondrá la caída abrupta de un mundo tan rígido y formal, hasta hace nada, y las ruinas actuales, que precisará, de la adaptabilidad, del cambio y de la supervivencia de los más aptos, para de tal escenario y sin las herramientas, que el sistema garantizaba, de educación y trabajo, tendrá que vérselas en ese mañana, del que no tenemos dato, brújula, vacuna o certeza alguna de cómo será en caso de que podamos y nos animemos a vivenciarlo, sin nada de lo dado, de lo contado y de lo establecido.
La confusión será cada vez más grande, ni los que azarosamente, administran algún poder, tendrán en claro, sí fue generado, negado, aumentado o no esperado, el virus que además de cuerpos, se lleva las ruinas, la mortaja del sistema mismo del que éramos, tanto, víctimas cómo culpables.
No sabemos, por suerte vamos dejando de creer que lo podríamos hacer, con que nos encontraremos dentro de poco, lo que sí es que tras el dolor que nos producirá el caer en cuenta que finalmente no era como nos la estaban contando, y para lo que nos prepararon durante tanto tiempo, tendremos en claro, el desafío de superarnos en cuánto a organizarnos en una humanidad mejor, que incluya más de lo que excluyó, que sea más justa y ecuánime y que dote de un sentido, más altruista y digno, para todos y cada uno de los que seamos parte.
Afuera ya no hay nada más que la carroña descompuesta y fétida, el cadáver en la calle, debemos permanecer dentro, incluso para no acelerar el proceso, que seguirá su cauce. Un capítulo final que ya lo escribimos hace tiempo, que nos genera miedo, ansiedad y pánico, dado que de tan fuerte e intenso, no lo recordamos cabalmente ni con lujo de detalles.
Sí el encierro, nos da la posibilidad de discernir en aquello en lo que estemos dispuesto a creer y en lo que no, tendremos dentro un buen comienzo o punto de partida, de lo contrario, el infierno como lo es la calle y que antes para no pocos se presentaba como lo agradable del espacio público, lo viviremos en cada uno de nuestros espacios, desde donde estamos replegados, agazapados, temblorosos y con espeluznante temor y miedo.
Hemos salido, afuera de la caverna, para regresarnos sin duda y a prisa. Estamos confinados dentro. Debemos construirnos las mentiras y las verdades, para que la mayoría creamos cuando nos digamos que estamos bajo techo, a resguardo. Esto sería cuidarnos, sanarnos y generar un sistema más amplio y saludable.
En casa nos quedamos, porque el afuera sólo exhibe tierra arrasada, habrá que ver que construimos, cuando sobrevivamos a las ruinas de la mentira que cayó en desgracia y que tiene el nombre que vos quieras y le pongas, pero que para todos significa lo mismo, la próxima verdad en que creamos desde nuestras entrañas.
* Filósofo argentino