CARLOS VARELA NÁJERA
Teme usted, seguramente, que el hombre no pueda resistir tan dura prueba. Déjenos esperar que sí. La consciencia de que sólo habremos de contar con nuestras propias fuerzas nos enseña, por lo menos, a emplearlas con acierto. Pero, además, el hombre no está ya tan desamparado. Su ciencia le ha enseñado muchas cosas desde los tiempos del Diluvio y ha de ampliar aún más su poderío. Y por lo que respecta a lo inevitable, al destino inexorable, contra el cual nada puede ayudarle, aprenderá́ a aceptarlo y soportarlo sin rebeldía. ¿De qué puede servirle el espejismo de vastas propiedades en la Luna, cuyas rentas nadie ha recibido jamás?… Retirando sus esperanzas del más allá́ y concentrando en la vida terrena todas las energías así́ liberadas, conseguirá́, probablemente, que la vida se haga más llevadera a todos y que la civilización no abrume ya a ninguno, y entonces podrá́ decir, con uno de nuestros irreligiosos:El cielo lo abandonamos, a los gorriones y a los ángeles.”(Freud, El porvenir de una ilusión”, 1927)
Desde que el animismo se institucionalizó en religiones y se filtró como el agua en los cursos de superación personal, y mucho antes, el mal ha sido parte de lo humano, siempre se ha querido exorcizar dejando al bien solo como único principio que rige lo existente, pero este deseo imposible, como todos los otros deseos, no evita ni elimina el mal en el sujeto, sino que circula en los diferentes discursos y hasta en las mejores familias. En la crianza se intenta por lo regular que los hijos tomen la senda del bien y que se alejen del mal, de eso que daña, que perturba, que amenaza o mata. Se habla de gente mala, niño malo, mala familia, etc, todo para estigmatizar esta palabra como lo indeseable para todos los sujetos. El maligno se refiere al diablo, incluso se habla de mal de ojo. A nivel psíquico, alguien refiere el mal a un estado simbólico al enunciar, discutí con ella y me siento mal, es decir que el mal aparece en cualquier contexto como indeseable, incluso cuando se mencionan los males de nuestro tiempo, en este sentido acostumbrémonos a nombrar el mal como lo más éxtimo del sujeto.
El mal es esa verdad que encarna al sujeto, y que intenta ocultar por todos los medios, incluso en lo personal por medio de las buenas costumbres y la susodicha educación, pero solo hurgas un poco en su miserable humanidad y el mal se despliega implacable a los ojos del instigador que también hace mal al instigar. El mal se despliega de múltiples maneras, la más obscena es la que se instala en la crueldad de cuerpos decapitados por la guerra siempre fallida entre los grupos delincuenciales, ellos utilizan el mal de manera exponencial con grandes dosis de crueldad para dar mensajes que nunca inhiben a los cárteles rivales, tal pareciera qué hay una satisfacción en el mal por parte de todos los sujetos, y que la crueldad en lugar de inhibir hace que los otros respondan de manera más rápida ante el mal expuesto, o ante la proximidad del mal hacia ellos y se responde inmediatamente antes de que el mal les llegue, es decir, tienen una reacción inmediata.
En este sentido, existen actos calificados de malignos en todos lados, actores políticos, docentes, familia, vecinos, periodistas nadie escapa al mal, incluso se habla de genio maligno o algunas veces se llegó a asociar el genio con el mal, luego el genioso ese a quien ningún chile le embona, como lo afirmara un pleclaro venido a menos, que se ostentó de presidente, otros le llaman malnacido, para descargar el odio, que es otra manera de encarnar el mal en fin, nadie escapa de este calificativo. En la sociedad, hablar mal del otro es algo tan natural, es deporte nacional, como se escucha decir, sobre todo en los medios que siempre tienen línea, colocan al oponente como un mal descomunal, profieren opiniones y sentencias diversas que lo único que dejan ver es también el mal que a ellos les aqueja, si les (a-queja) ahí está el mal, pero es un malestar politizado, los aqueja, frente al mal nadie escapa y claro el mal impide que alguien tire la piedra y esconda la mano en su moralidad, pues tirar la piedra en el nombre de su bien es de entrada ya su mal, porque ataca al otro, al malo desde su condición psíquica de enemigo.
Al mal se le ha intentado desaparecer, pero eso lo hace más visible e invencible, no desaparece se fortalece, es parte de la condición humana, en psicoanálisis el mal, tiene un dispositivo que es la pulsión de muerte, también el mal encarna los goces, ese, mal pues, un principio activo en la vida humana. Andar de malas también es un mal presagio, ya que las cosas acaban mal, o como dice el dicho lo que mal comienza mal acaba, parece ser una ley de orden cultural, sobre el mal incluso se hace una ley, qué actos tienen tanta impronta de mal para ver el castigo o la sanción de tal o cual acto, ya que para nosotros, la maldad que tenemos nos habita desde lo pulsional, esta gramática real-iza al sujeto hacia su propia defenestración, el mal es pues la sal de la vida.
* Doctor en educación, Lic. en psicología