RIGOBERTO SÁNCHEZ LEDESMA
Necesito solo un espacio para existir, el cuerpo que habito me circunscribe de todo lo demás y después de la piel todo se vuelve el otro, queda el espacio dónde resido de manera conjunta con los demás cuerpos vivos e inertes, y que a su vez tienen parte en la otredad un concepto de Buber (1982) que explica la relación interactiva entre cuerpos. La interfaz que me permite sentir, mover y transformar el mundo; es decir, la otredad conjunta. Todas mis acciones y pensamientos afectan la otredad, entre más cerca esté mi cuerpo del otro, la influencia que tengo sobre éste y su ambiente será mayor que la que puedo ejercer sobre los más lejanos; del mismo modo, el conjunto de acciones de todos los cuerpos (vivos o inertes) hacemos mover el espacio, nos movemos en él y éste se mueve con nosotros tanto que de pronto lo habitamos. Ahora, la acción de colocar una roca de manera intencionada sobre el espacio vacío es ya un habitar, es ese construir por el cual deviene el lugar dice Heidegger (1994) y es resultado de la apropiación del espacio que ha sido elegido por el hombre para habitar o de pensar el lugar como morada insertando allí las cosas del tipo construcciones y otras que soportan la cosmovisión del hombre respecto del acto de vivir; así, con el lugar y el habitar emerge también “la comunidad” (conjunto de iguales) cargada de valores sociales y culturales propios que otorga significado a toda la producción material e inmaterial del grupo. De tal modo que el lugar, las cosas y el pensamiento colectivo están fuertemente ligados y mantienen un equilibrio dentro de la vida cotidiana.
Mocorito es un pueblo que guarda en sus construcciones gran cantidad de acontecimientos históricos que han quedado grabados en la memoria colectiva y en una basta cantidad de documentos narrativos producidos tanto por historiadores como cronistas; cada historia se ubica en algún sitio o paraje del poblado contándonos un suceso vivido por alguno o varios de sus habitantes revelando en todos ellos una rica fusión de características culturales y metafísicas (sobre el ser, el pensamiento y espiritualidad) de la sociedad mocoritense a lo largo del tiempo quedando plasmadas como imágenes mentales (memorias vivenciales e imaginarias) que al recorrer estos sitios o parajes logran remitirnos a quienes somos “de casa” o bien los que “pertenecemos a la comunidad” a ese acontecimiento; de manera que somos capaces de relatar nuevamente los hechos acontecidos formando un discurso colectivo acerca de nuestro lugar-hogar. Entonces, podemos decir que esas imágenes son una especie de “metáfora corporeizada” que según Pallasmaa (2014) nos permite entablar un diálogo con lo construido que articula y da significado a nuestras situaciones existenciales.
En un lugar donde apenas se aprende a vivir de la industria turística, las construcciones (arquitectónicas y objetuales) además de ser un atractivo visual, son también parte importante del diálogo que entablamos (los de la comunidad) con los otros (los turistas); es decir, la arquitectura es un mensaje codificado a través del cual el pueblo relata su historia de manera abstraída. En ese sentido, podríamos decir que Mocorito relata en su centro urbano una historia muy distinta a la que contaba en décadas pasadas, ya que en su contemporaneidad ha sufrido algunas transformaciones donde han tenido lugar nuevas construcciones del tipo escenografía, montadas para satisfacer al turista y sus necesidades globalizadas, es decir, son construcciones escenográficas para el consumo de lo efímero; es un fenómeno que tiene que ver sugiere Pallasmaa con una “obsesión actual por la novedad y la singularidad como único criterio de calidad arquitectónica que está separando a la arquitectura de su base mental y experiencial y transformándola en la producción de imaginarios arquitectónicos inventados”. Diremos que son a manera de paráfrasis en relación al mismo autor “construcciones agresivas o dominantes” que muestran al otro una imagen idealizada suprimiendo el valor emocional y cultural de las “construcciones dóciles” definidas como aquellas que aún nos permiten realizar una operación del tipo metafórica (reminiscencia). Es un asunto preocupante indica Cardoso (2014), ya que los significados pueden desvanecerse a medida que estos espacios se alejan del uso cotidiano comunitario, pues se corre el riesgo de “deshabitar”; es decir, perder el lazo de identidad entre comunidad y lugar.
Consecuentemente estas ficciones han venido a alterar los valores sociales y culturales del poblado en cuestión, así como los significados y convenciones que se habían forjado con el paso del tiempo (en el lugar y con el lugar) por la comunidad.
Estas alteraciones por llamarlas de alguna manera sufridas por la urbe, sobre todo en su centro (tengamos en cuenta que es el centro donde se concentran la mayor cantidad de producciones de un grupo) se pueden ver reflejadas en el comportamiento de sus habitantes, que han modificado en grados distintos su forma de actuar en la vida diaria; tan es así, que se hace evidente al observar a sus pobladores, que rara vez hacen uso de esos espacios engalanados, más bien parece que les son ajenos, da la impresión que la comunidad se escapa y que busca alojarse en la periferia donde han buscado nuevos espacios para sus actividades cotidianas culturales y comerciales. Desde otro punto de vista, este fenómeno puede ser entendido como un acto de resistencia, donde la comunidad se desplaza a las orillas pero no abandona el lugar sino que “lo abraza” e intermitentemente embiste el núcleo urbano, esto es, irrumpe en su centro realizando allí a los ojos de todos los actos que tienen por costumbre, tal es el caso de la fiesta patronal a la Inmaculada Concepción, donde el pueblo toma las calles para andar con la imagen de la deidad entonando cantos al recorrerlas infundiendo un sentimiento de autenticidad y creando un fuerte sentido de territorialidad; es un acto performativo, una intervención corporal que llena el espacio y rescata por un momento lo propio.
De esta manera, las acciones del cuerpo comunitario ponen de manifiesto la necesidad de repensar el programa bajo el cual se intenta volver al sitio un centro turístico, explorando la posibilidad de trabajar de manera colaborativa con la comunidad y para la comunidad; esto es, concebir el desarrollo político y económico como un mecanismo de bienestar comunitario, donde los planes respondan a las necesidades y demandas del grupo, preservando los valores y significados existentes. De modo que; los rescates, nuevas construcciones arquitectónicas o intervenciones, deben pensarse como espacios para el uso (aprovechamiento) y expresión del poblador, donde éste es poseedor y anfitrión; aquél que invita a pasar, a comer o reír con sus historias; y donde todo esto le significa.
Un ejemplo conveniente es el “campo de girasoles” que se ha promovido como atractivo turístico en los últimos años causado gran apogeo y sorpresa entre propios y extraños cuando un agricultor local pensó en sembrar girasoles con fines comerciales, sin embargo, en el momento en que los brotes comenzaron a florecer ocurrió una transformación en el espacio, una especie de intervención que tendió una alfombra amarilla en un campo localizado a la entrada del pueblo, la postal era tan buena que las personas comenzaron adentrarse en el campo y capturar infinidad de momentos en fotografías al punto en que se volvió un atractivo que se repite año con año, pero lo realmente importante es que, aunque es algo relativamente nuevo tiene su origen en una actividad local, Mocorito ha sido campo agrícola por muchos años, además la vista que ofrece el campo lleno de flores está enmarcada por los árboles nativos y las montañas que han sido el panorama que todo visitante recuerda de su llegada al lugar, y de manera muy especial buscando el ángulo correcto en medio del campo y las montañas aparece a lo lejos el campanario de la parroquia del pueblo construida hace más de 400 años, capturar esa imagen en la memoria con todos esos elementos es realmente poder realizar una operación de tipo metafórica, podríamos decir que la verdadera experiencia es aquella que conecta al individuo al tipo de cosas que tienen valor y significado para los habitantes.
En esa perspectiva, la impresión del turista respecto del lugar se vuelve auténtica, esa interacción hace que el foráneo disfrute del espacio desde un punto de vista local con su propio cuerpo; de modo que, sea un lugar que transforma al turista, en vez de ser aquel que se transforma con su llegada. La verdadera experiencia de un pueblo mágico debiera ser el simple hecho de estar ahí, caminar por sus calles y ver el horizonte a través de ellas, sentir el viento que se encamina por la ladera que enmarcan las fachadas, imaginar una vida ahí, comer del locatario, comprar en un abarrote y ver el paisaje a través de una ventana. Por ello es necesario, por un lado, cambiar la perspectiva de lo que se está ofreciendo como producto turístico; y por otro, procurar “en medio del cambio” la continuidad e integridad del acto de habitar.
* Arquitecto y Maestro en Diseño Industrial (UNAM)
Referencias:
Heidegger, Martín (1994). Habitar, Construir y Pensar [Conferencias y Artículos]. Traducción de Eustaquio Barjau. Barcelona: Serbal. España. pp. 139-142.
Pallasmaa, Juhani (2014). La imagen corpórea, imaginación e imaginario en la arquitectura. Barcelona: Gustavo Gili. España.
Cardoso, Rafael (2014). Diseño para un mundo complejo. Traducción de Paula Abramo. México: ArsOptika. Ciudad de México.
Buber M. (1982). Yo y Tu. Traducción de Horacio Crespo. Buenos Aires, Argentina: Ediciones Nueva Visión.
* Fotografías Marisol Gómez Sosa