GILBERTO J. LÓPEZ ALANÍS
Un jueves del año que empieza, en la ciudad de Culiacán, Sinaloa, se reunieron en una sala del Archivo General del Estado de Sinaloa (AHGS), amigos y compañeros del profesor Roberto Hernández Rodríguez, con el propósito de conversar sus recuerdos sobre este promotor cultural, que en ese tamiz,mostró varias facetas.
Al desgranarse las remembranzas ante un público sabedor del tema, noté que seguían una a una las palabras y se solazaban en las emotivas imágenes que se estaban generando, entonces caí en cuenta que estábamos ejerciendo la libertad de la memoria y armando la comprensión de un tiempo de Culiacán y de Sinaloa.
Algunos le llaman el arte de la memoria, esa antigua tradición vinculada a los clásicos y detectada como elemento sustancial de la cultura de los pueblos sin escritura que brillantemente Claude Levy Strauss, detectó en “El Pensamiento Salvaje”; donde la hegemonía de los grupos se ejercía por ese arte de memorizar la historia del conjunto humano en cuestión. Este arte de la memoria tiene en Fray Bernardino de Sahagún un referente valioso, en la empresa de recuperar por medio de testimonios de los ancianos indígenas nahuas y en su propia lengua, lo que después de muchas vicisitudes fue su “Historia general de las cosas de la Nueva España”.
Este recordar para unir o disentir, sobre un actor sustantivo de un acontecimiento o proceso de corto o largo alcance, aún en nuestro tiempo es de gran importancia; memorizar y compartir es un recurso de carácter patrimonial que tiene otros parámetros ante los mensajes electrónicos de efímera permanencia. Así la historia y memoria son una dualidad en interacción que representan con más solvencia el acontecer popular.
En esa sesión del jueves 16 de enero, sin más acuerdo que el orden de participación,vertimos en la resonancia de las paredes de un edificio emblemático de la historia sinaloense, nuestros recuerdos, para volver a sentir la presencia de un promotor cultural que tanto aportó a nuestra formación humana. La jornada memoriosa fue eslabonando los goznes de una visión del personaje, ponderando sus virtudes culturales; hicimos una remembranza optimista, con tintes de ejemplar ante una audiencia integrada por familiares, conocidos, compañeros y amigos.
Teatro, docencia, escritura, conferencias, luchas sindicales, controversias grupales, publicaciones y proyectos editoriales, quedaron plasmados en esa reunión que también ya es memoria.
Enfrente como argos, de faros vigilantes estaban los que prontos a la controversia esperaban algún resquicio para defender otras fortalezas del indiciado. Roberto se presentó ante el juicio de la historia cultural de Culiacán y salió avante, gracias a la valoración realista de hechos consumados; de todo lo ahí expresado existe evidencia; como las publicaciones de la Academia Cultural Alejandro Hernández Tyler que Roberto promovió. No hubo fabulación y si una veraz relatoría, agradecida por una relación que mostró el alcance de los hervores culturales, cuando se logran moderar vapores de una caldera atizada por el tiempo.
Cien años de su nacimiento, fue el pretexto para someter inquisitoriamente a un Roberto Hernández Rodríguez,que conocimos en sus victorias, derrotas y sufrimientos. También, al son de estos recuerdos, estábamos inventando un personaje, le dimos un lugar en ese broncíneo estatus tan vilipendiado últimamente, pero tan necesario, para la crítica que viene.
Este centenario, que no tiene ronda cívica, que no es efeméride, y que sin embargo contribuyó al proyecto cultural derivado de la Revolución Mexicana ya institucionalizada, es un expediente del AHGS, para el servicio de los interesados en la investigación y las autoridades culturales del Ayuntamiento de Culiacán, cuando decidan colocar la Estela de las Estrellas Culturales de una ciudad que no puede permitirse olvidar a sus verdaderos memoriosos.
* Director del Archivo Histórico de Sinaloa