JAIME IRÍZAR LÓPEZ
Llegó diciembre de nuevo y con él de la mano acudieron puntuales a su cita con mi historia personal, el frío, y las nostalgias de afecto que desencadenan en mí los que ya se fueron. Este mes, también viene acarreando con una serie de tradiciones familiares y culinarias que me invitan a vivir con intensidad el último tramo del año, el cual sólo Dios sabe, si no será el último de mi vida.
Desde que mi madre partió al cielo, a celebrar sola con mi papá, y mis hermanos, Saúl, Jorge y Paco, y mis hermanas Laura y Elma las fiestas decembrinas, nunca han vuelto a ser igual en mi familia.
Mi madre, las necesidades y limitaciones con que lidió, durante los 98 años que vivió, fueron el cemento eficaz que mantuvo firmemente unidos todos los bloques familiares, personificados éstos, por el gran número de hermanos y hermanas con sus esposas, esposos y el montón de nietos que despedazaban el orden y el silencio en las tertulias decembrinas. Siempre fue ella en virtud de su carácter templado y su gran fe, el troncón del medio y el mejor ejemplo de optimismo y de una fortaleza inquebrantable ante la adversidad. No había nochebuena que no tuviera la convocatoria suficiente para reunir en torno a ella a los 19 hermanos con sus respectivas familias, para recordar y honrar a los ausentes, comentar invariablemente, frente a una serie de platillos típicos de la fecha, las difíciles épocas de vacas flacas que durante buen tiempo la familia tuvo que sortear para salir adelante, auxiliados sólo con la fuerza que da la unidad y las ansias de superación. Esas reuniones, eran en realidad, más bien un festejo de cariño y un homenaje del triunfo sobre lo adverso.
En la sobremesa, frente a unos buñuelos enmielados y una rica taza de atole de pinole, todos celebrábamos la compañía de mi madre y la gracia de Dios por habernos permitido comerlos una vez más a su lado, pues ellos son para nosotros,un simbólico alimento que grita gustoso que llegamos una vez más con vida al último mes del año.
Entre bromas, risas, abrazos, modestos regalos, y aportaciones gastronómicas, hacían su aparición fielmente, todos y cada uno de los hermanos acompañados de sus familias, para hacer de ésa reunión, todo un mitin de afecto y honor en torno a quien supo sacar adelante a todo un ejército de hijos con personalidades diferentes. Complacida al extremo con la presencia de todos los miembros de su clan, mi madre se atrevía, sentada en su poltrona preferida, a esbozar una tímida sonrisa, muy similar a la de la Gioconda de Da Vinci, que en el caso de ella en lo particular, pretendía gritarle al mundo su orgullo, su gran cariño maternal y la sensación clara del deber cumplido.
Desde su partida ya nada es igual, se acabaron las romerías a la casa materna, pues ya se fue el pilar del medio, y sólo nos queda el compromiso de replicar su ejemplo tan lleno de fe, esperanza, optimismo y de una confianza férrea en un mañana mejor. Nos quedan como tradición y gratos recuerdos, los buñuelos, el atole pinole, las torrejas, la cena con pollo o pavo con relleno navideño y el recuerdo de su linda e enigmática sonrisa, para hacer con ella un grato recuento de una vida llena de amor, de sacrificio, sin envidias ni rencores.
Una vida, que pese a las adversidades que sufrió, supo ser feliz, en virtud de haber sabido llenar sus necesidades y vacíos materiales, con una ejemplar y grandiosa fe en Dios.
Vivimos otro diciembre, de nuevo es tiempo de nostalgias, de reencuentros, análisis, reflexiones, balances y perdones.
Es propio este mes, para hacer el recuento de logros y metas no alcanzadas, de alegrías y tristezas, de conmemorar el gran nacimiento, de evocar a nuestras grandes como queridas ausencias, de aceptar con humildad y sinceridad los errores cometidos y es además este otro diciembre, el tiempo ideal, para trazarnos nuevas rutas más exitosas, apoyadas estas en las experiencias ya vividas.
Es una fecha ideal para construir nuevos propósitos, de fortalecer y valorar nuestros afectos y amores, pero también lo es, para externar con fe y gran convicción, los mejores deseos para ti, los tuyos y tu patria.
Nadie sabe en realidad la fecha de su partida. Nadie de verdad, tiene la vida comprada. La diferencia en el vivir se hace en función de la intensidad con que gozas lo que hay en tu entorno y la calidad del cariño y el amor que regalas a los que te rodean.
Les platico a manera de ejemplo para que los invite a reflexionar sobre la vida y la muerte, una anécdota muy ilustrativa que mi madre, quien también la hacía de psicóloga y consejera espiritual de toda la familia en sus fases de depresiones o problemas inherentes al vivir. A una cuñada que por todo renegaba y se enojaba hasta por que el hielo estaba muy helado, amenazaba seguido con quitarse la vida ya sea tras la sospecha de una infidelidad del marido o tan solo de ver a uno de sus hijos con gripe, le dijo que un día su abuelo, parecido en mucho a su recio carácter y temperamento inestable, curiosamente solo doblegado por el convivio con los nietos, se levantó de su tarima de mecates donde solía dormir, con mucho entusiasmo y bríos renovados. Contrario a su costumbre huraña, tuvo esa mañana una visión completamente diferente de la vida. Tan sólo por el hecho de despertar, sintió un regocijo interior que lo llenó de una alegría especial, inexplicable, que nunca antes había experimentado.
El moderado frio de diciembre que era usual en su pueblo, y que otrora le molestaba hasta la exasperación porque según él le afectaban sus articulaciones, le parecía como el abrazo cariñoso y cálido de un hijo que acababa de jugar un partido de fútbol bajo el severo raso del sol.
Todo brillaba a su alrededor y adquiría un especial realce, pese a que sus cataratas le limitaban considerablemente su visión. Veía las flores que antes pasaban desapercibidas a sus ojos, con intensos y vívidos colores, además,percibía las gratas fragancias que de ellas emanaban. Oía también, con inusitado agrado, la gracia del canto de los cientos de pájaros que anidaban en el gran árbol del patio trasero, mismos que le hicieron renegar no hace mucho tiempo atrás, por perturbar sus siestas vespertinas.
Y cosa curiosa, de manera particular, degustó con especial placer durante ese día, todas las comidas caseras y antojitos tradicionales de la época que con agrado le acarreaban sus hijas; alimentos que por mucho tiempo rechazó con cierto enfado, porque le parecían sosos y desabridos o porque creía que le afectaban su salud. Se regocijó con la compañía de amigos y familiares que lo visitaron, con quienes compartió muchos pasajes de su historia personal frente a una taza de café.
Las horas largas de sus días, por un extraño fenómeno mental, se acortaron considerablemente, y sin sentirlo siquiera, lo invadió la noche, despertando por ende en él,la necesidad de descanso. Minutos previos a la conciliación del sueño, hizo un repaso fugaz de su vida y de manera muy especial en el día que concluía lo abordó una gran paz interior que le invitó a elevar una plegaria, para agradecer a Dios el tiempo vivido, tras lo cual una sonrisa apareció en sus labios y con ella tatuada en su rostro se quedó dormido.
«Levántate tata», le dijo Toñito, su nieto consentido al día siguiente, sacudiéndole con fuerza sus hombros y dándole palmaditas cariñosas en las mejillas. «Quiero que me lleves al estanquillo de la esquina a comprarme un cortadillo y un refresco», costumbre que como abuelo consentidor desde tiempo atrás tenía. «Mira, agregó burlón el chiquillo, ya te hiciste pipí en la pijama como yo».
Minutos después, al fracasar en sus intentos de despertar al abuelo, el pequeño corrió asustado a buscar a su madre para decirle: «mi tata ya no quiere jugar conmigo, está muy frio y se hace el dormido el muy bribón».
La madre, presintiendo la situación, acudió al lecho de su padre y al ver la paz y la sonrisa que iluminaban su rostro, le dijo con tranquilidad y sabiduría al pequeño: él, tu tata, ya dejó este cielo, para irse al otro. Celebremos su partida recordando sus gestos y costumbres, y así siempre estará con nosotros. No lo condenemos nunca al olvido. El pequeño no entendió nada de lo que le dijo su madre, él sólo seguía pensando en su pan y su refresco.
La madre recordó con los ojos llorosos, la actitud pesimista y negativa siempre mostrada por su padre durante la mayor parte de sus años cumplidos, y se dijo finalmente para sus adentros a modo de consuelo: «aunque sólo en un día se pueda ser feliz, vale la pena vivir».
Mira, terminó el relato mi madre, la vida es lucha pero también logros, de nada vale “apincharse” ante los problemas del tipo que sean, nunca pensar que es muy miserable y que por ello deseas terminar con ella. Para que apurar lo que por fuerza del tiempo a todos nos va a llegar la hora. Con esa idea en mente levántate y acuéstate, y veras que ello te ayudara a ser feliz, puesto que esto es realmente la razón fundamental del vivir.
Trata de nunca quedarte sola, porque aunque ahorita no lo creas, siempre hay a tu alrededor a quien querer y ayudar. Nada duele, hace infeliz y asusta más que la soledad. Recuerda como de niños era muy común vivir la desesperación y el llanto al ver salir de casa a nuestra madre y percibir que no nos incluía en su viaje por breve e intrascendente que éste fuera, ya sea a la tienda, el mercado, una visita familiar o cualesquier otro asunto en el que no fuéramos bien recibidos o incluidos como compañía.
De siempre por naturaleza o por formación intrafamiliar le hemos temido a la soledad, y hemos visto desde todos los tiempos en ella, un atentado latente contra nuestra felicidad.
El hombre es un ente social dicen los expertos, y dicen también, que en las agrupaciones casi todos encontramos nuestra área de confort y que por tal razón a algunos les aterra la marginación o exclusión de dichos grupos. Intégrate a uno de ellos, comparte lo bueno que tienes.
Si no lo hacemos el miedo natural a la soledad nos acompañará toda la vida.
En los tiempos que nos tocó vivir, raro es el hombre o la mujer que tolera o busca la soledad, ni siquiera por un tiempo breve, aún en la seguridad de su propia casa.
Le tememos a la soledad porque por lo regular en ella obligadamente nos ponemos a pensar y/o a enfrentar nuestros demonios internos disfrazados de culpas, vergüenzas y frustraciones, mismos que nos llevarán a un estado depresivo difícil de manejar por las mayorías.
Porque al pensar en soledad, también acude a nuestra mente la conciencia de la muerte, que es otro factor generador de angustia y ansiedad.
La soledad sólo es bien tolerada por los locos, los ermitaños, o cualquier otro tipo de desadaptado social describen con mucha seguridad los conductistas, para calificar como algo malo el vivir en soledad y reforzar de esta manera tan añeja creencia.
Pero no todo en la soledad es malo. Ella te permite enseñarte a pensar y a conocerte, por más traumático que sea este proceso para muchos, además, te ayuda a superar tus miedos. También el estar sólo te puede inducir a la creación, la inventiva y la productividad, pues es bien conocido que solo en la paz interior y sin influencias externas negativas o destructoras, se desarrollan las buenas ideas y el arte.
Es una verdad para muchos, que la soledad significa también la pausa obligada que necesitamos a veces para evaluarnos objetivamente y para que después de este análisis tratemos de superarnos o corregir rumbos. Es la soledad la que nos regala las oportunidades de gozar a plenitud lo logrado y la que nos brinda el espacio para proponernos nuevas metas.
La soledad para muchos, es sinónimo de reflexión y de un alto en el camino para abrevar energías y actitudes positivas, para seguir recorriendo con renovados bríos la ruta a veces muy difícil de la vida.
Para el que tiene fe y confianza en sí mismo, no hay soledad que lo pueda espantar .
Muchos le temen a la soledad por que no toleran, por múltiples y variados motivos, su propia compañía.
El mejor remedio para aminorar el miedo a la soledad es el trabajo y aprender a mirar siempre hacia afuera, hasta que se genere un férreo sentimiento de solidaridad. No temas dar. Solo da quien tiene. Dar o darte a los demás, genera estados de ánimo favorables para el vivir feliz. Porque bien lo dice el libro más leído y antiguo que existe: “manos que dan, nunca vacías estarán”.
En este diciembre voltea a ver a los que menos tienen y sabrás en automático que tienes muchas cosas que agradecer a Dios y que en realidad no es tan poco lo que crees tener.
No voltees la cara a quien te pide ayuda, si está en ti sé generoso, recuerda siempre que la necesidad es la madre de todas las ideas, obras y acciones, además de que nadie es tan pobre que no pueda regalar sonrisas, saludos, abrazos, cariño, amor o unas palabras de consuelo.
Nada puede compararse al placer que brinda el servir y el amar.
Por último te digo que entre más diciembres vivas, menos tiempo y posibilidades tendrás de gozar a plenitud la gran oportunidad de estar en este mundo.
¡Para intentar ser feliz, no desperdicies ningún día!
* Médico y escritor