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EL ALTAR DE LA IRREALIDAD

Por domingo 15 de diciembre de 2019 Sin Comentarios

ENRIQUE HUBBARD URREA

¡Va a venir! Anunciaba con silencioso estruendo la manta colocada al frente del Cine Crespo en El Rosario. La curiosidad cundió entre la sociedad “chupapiedra” que intentaba adivinar qué esplendoroso lucero del Olimpo artístico los deleitaría con su presencia. Con maestría los autores del aviso dejaron pasar unos días para después agitar todavía más el cotarro con un nuevo anuncio: “¡Ya viene!” El entusiasmo se tornó casi frenesí y el tema se volvió de obligada discusión en tertulias, encuentros y reuniones. Unos días más tarde culminó la expectativa al leer el público que “¡Ya está aquí, taquillas abiertas!” La noche del debut de aquel misterioso personaje el teatro estaba a reventar, cuando se corrió el telón ya se habían roído las uñas los espectadores, quienes leyeron con asombro un letrero que decía: “¡Ya se fue con los centavos!”

Lo anterior no es real, es una de esas leyendas urbanas que adquieren tinte de veracidad a base de repetición, pero sirve como preámbulo al tema que ocupará los siguientes renglones, que es el de las salas de cine de mi añorado mineral de El Rosario. Ese Cine Crespo (en realidad era teatro) fue toda una leyenda por sí mismo. Originalmente plaza de toros, se convirtió el teatro y luego en cine a base de remiendos, de tal suerte que para cuando me tocó conocerlo ya era el único cine del pueblo. Había un vestíbulo que seguramente sirvió en tiempos pasados para reunir entre actos a la concurrencia, pero que yo sólo conocí como el sitio donde estaba la taquilla y el recinto de los anuncios de películas a exhibir. Luego pasaba uno un espacio abierto que obligaba al absurdo de llevar paraguas al cine en tiempo de lluvias y antes de acceder a la sala de proyección había unas pesadas cortinas que aseguraban la necesaria penumbra interior. El recinto era casi circular, con luneta en medio, un balcón que tenía bancas y bordeaba las butacas de un solo lado y arriba la galería, de similar conformación al balcón, es decir, a lo largo del perímetro exterior y con bancas, no butacas.

Por alguna razón los programadores siempre prefirieron exhibir películas importadas de Hollywood, así que los nombres de los astros fílmicos norteamericanos eran muy familiares a los cinéfilos, aunque la pronunciación no fuese precisamente atinada. Muchos jóvenes seguramente se sorprenderán al leer que eran programas dobles, sujetos a una curiosa secuencia que repetía al final de la jornada la primera película exhibida. Por ello expresiones como “aquí llegamos” es del todo incomprensible para algunos hoy, pero describía lo que muchas veces hicimos todos, es decir, llegar tarde a la primera película y esperar la segunda exhibición para ver la parte que se nos había escapado en la primera vuelta. Para mí la experiencia fílmica se inició con las “tardeadas” de domingo, durante las cuales se favorecían las películas de episodios, que interrumpían la narración justo en el momento más álgido y había que esperar al siguiente domingo para conocer el desenlace. Por supuesto eran en blanco y negro.

Un día cerró sus puertas el Cine Crespo y cundió el desaliento entre los cinéfilos, que eran sin duda la mayoría. Pero poco después vino al rescate mi propio padre, quien abrió el nuevo altar de las fantasías: el cine Pedro Infante. Me perdonarán si caigo en la hipérbole al describir aquel cine, pero nunca he sabido de otro en el que al entrar se topara uno de frente con el auditorio mientras que la pantalla quedaba ubicada detrás. Además, aunque estaba techado quedó un espacio abierto arriba entre la pared y el techo con propósitos de ventilación, lo cual permitía a algunos vecinos tener cine en casa. Eso sí, el estruendo de la lluvia sobre el techado de lámina era de tales proporciones que no era posible escuchar los diálogos, pero como eran películas en inglés con subtítulos, nada impedía seguir la trama. Mis hermanos y yo disfrutamos del inmenso privilegio de acudir a Mazatlán a seleccionar las cintas que se exhibirían y todos quedamos contagiados del virus de la cinefilia hasta la fecha. Los menores además participaron en esa deliciosa aventura consistente en sacar “el convite”, entendido como el recorrido por las chuecas calles del pueblo en un vehículo con amplificador de sonido mientras se anunciaba la programación del día.

De ambas salas hay anécdotas, recuerdos y mentiras cómicas, como que eran democrático lugar de reunión obligada para todo mundo: chicos y grandes, pobres y ricos. Muchos noviazgos empezaron allí, con la complicidad de las sombras. Ahora que en el cine Pedro Infante no era tan denso el manto de la oscuridad, más bien al contrario, era relativamente fácil observar todo lo que pasaba. Por ello surgieron leyendas como aquella del atrevido joven que intentó tomar de la mano a una chica, quien no estuvo de acuerdo en permitirlo y dicen que resultante de aquel lance se escuchó sonora una cachetada. Pero el muchacho salió airoso pues casi al unísono exclamó “¡por favor no me vuelvas a tocar!” Y se retiró muy digno, ante el desconcierto de la muchacha que no supo cómo reaccionar y optó por retirarse también. Todo eso a la vista de múltiples testigos.

El Pedro Infante también sirvió como teatro sin tener las características físicas apropiadas, pero hizo las delicias de los espectadores cuando cobijó a las caravanas artísticas y de vez en cuando fue refugio de los cada vez menos numerosos actores aficionados del pueblo. En el Teatro Crespo se presentaron verdaderas obras de teatro actuadas por talento local, mientras que en el Pedro Infante sólo fueron representaciones de historias domésticas convertidas en comedia por la pluma de unos cuantos, Don Carlos, mi padre, destacado entre ellos.

Ya no existe ni uno ni otro; tal vez sea el destino inevitable de la multiplicidad moderna de opciones, o tal vez sea simplemente la falta de interés por el cine, sea como sea la pérdida para muchos de nosotros es sentida, aunque entendamos que la nostalgia no sostiene negocios por sí sola. Seguramente este tipo de narraciones cabrían perfectamente en muchas otras comunidades no solamente de nuestro estado, sino a lo largo y ancho del país, si traje a usted reminiscencias gratas me doy por bien servido.

* Embajador de México en retiro

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