SERGIO UZÁRRAGA ACOSTA
Uno de los españoles educados que habitó en el pueblo de Culiacán desde 1531, fue Pedro de Tovar. Otro fue el bachiller Álvaro Gutiérrez, que ejerció su ministerio ante los españoles fundadores de esta población, y posteriormente ante los indígenas. Para que esta práctica se extendiera a los nativos fue importante la presencia de Álvar Núñez Cabeza de Vaca en 1536, que ayudó a que los conflictos entre españoles e indígenas de los alrededores disminuyeran. En este año estuvieron en el pueblo de Culiacán fray Pablo y fray Juan de Olmedo, y al iniciar la década de los cuarenta del siglo XVI destaca la presencia de fray Marcos de Niza, que introdujo las ideas humanistas de fray Bartolomé de las Casas. Este humanismo fue importante para que otros religiosos, como fray Juan de Padilla, fray Juan de la Cruz y fray Luis de Úbeda difundieran las ideas cristianas más extensamente, pero la llegada de los jesuitas en julio de 1590 fue lo que las consolidó en la mentalidad de los habitantes de la villa de Culiacán. Gonzalo de Tapia y Martín Pérez llegaron cambiando la forma de pensar y despertando admiración en los pobladores, y aunque su destino fue catequizar principalmente la provincia de Sinaloa y su residencia la tuvieron en la villa de San Felipe y Santiago (actual Sinaloa de Leyva), ejercieron influencia en los habitantes de la villa de Culiacán por las misas que oficiaban ahí y por la convivencia constante que tuvieron con ellos.
Uno de los habitantes de la villa de Culiacán a quien los primeros jesuitas sirvieron de modelo fue el niño Hernando de Tovar, hijo de Isabel de Tovar, que aproximadamente en septiembre de 1594, dos meses después de la muerte del padre Gonzalo de Tapia, vio que su madre quiso acomodar la parte parietal del cráneo del mártir que Martín Pérez le llevó, en un cofrecito que ella tenía para sus joyas. Al ver que no cupo le dijo a su madre: “Este cofrecito es muy pequeño, para la cabeza de un tan grande Santo como el Padre Tapia; guardádmele para la mía, que tengo de morir mártir.” Con estas palabras que pronunció, producto de la admiración que le tuvo a Gonzalo de Tapia en solo cuatro años de tratarlo, el adolescente Hernando de Tovar, de aproximadamente 15 años de edad, profetizó que se iba a convertir en un filósofo jesuita y que, al igual que Gonzalo de Tapia, iba a morir mártir. Le alcanzó la muerte cuando, procedente de la villa de Culiacán y después de haber hecho escala en San Andrés y en Topia, llegó a Santa Catalina. Ahí los tepeguanes lo asesinaron a flechazos y lanzadas que le propinaron el 16 de noviembre de 1616.
Los jesuitas Florean de Ayerve y Hernando de Santarén fueron también modelo a seguir por la juventud de la villa de Culiacán a partir de los primeros años del siglo XVII, y así como ellos quienes los sucedieron se ganaron la admiración y ejercieron también influencia en los jóvenes de la época. A pesar de sus esfuerzos, sin embargo, todavía avanzada la década de los sesenta de este siglo el analfabetismo en la villa de Culiacán era casi generalizado. El 5 de enero de 1767 Juan de Niebla fue encarcelado por no cumplir la palabra de casamiento a Juana María de Niebla, e hizo el esfuerzo de defenderse. Su padre le estaba ayudando porque consideraba injusto el castigo que se le había impuesto y, como moverse de un lugar a otro sin justificación estaba prohibido, el padre de Juan de Niebla solicitó diligencias para salir fuera de la jurisdicción de la villa de Culiacán a buscar a una persona que le hiciera un escrito porque no había cerca quién lo pudiera hacer. El problema del analfabetismo se agudizó con la expulsión de los jesuitas en 1767, pero con la llegada de ciertos aires de libertad, en la villa de Culiacán un día no precisado aún se fundó una escuela. Uno de sus maestros fue Dionisio Chavarría, quien murió en esta villa y fue sepultado el 17 de octubre de 1778. Se sabe que en 1793 vivía en la villa de Culiacán una maestra de niñas, y debido a eso se supone que también existía una escuela para el sexo femenino. También se sabe que en este mismo año habitaba en la villa de Culiacán un organista y maestro de música con muchos discípulos, y ambos preceptores se encargaban de transmitir el saber a las nuevas generaciones.
El 19 de julio de 1796, antes de ser consagrado como obispo, comenzó a gobernar la diócesis de Culiacán Francisco de Jesús Rousset. La encontró muy bien. Esta institución manejaba una gran riqueza en tierras, joyas y dinero en efectivo, y esto le permitió promover la educación. Una de sus primeras acciones fue crear en la villa de Culiacán una cátedra de latinidad.
El capital de la iglesia no estaba paralizado. Parte de los recursos de esta institución se ponía a disposición de las principales familias de la villa, quienes solicitaban préstamos y pagaban un rédito del 5% anual. Estas ganancias dieron la posibilidad al obispo de seguir en su labor educativa, y aunque generalmente los pudientes pedían prestado para invertirlo en el comercio y los religiosos prestaban para aumentar su riqueza, el 8 de marzo de 1797 la Iglesia hizo un préstamo de 500 pesos a Jacinto Gaxiola, y se convino que el 5% de rédito que se le iba a cobrar se destinara para el mantenimiento de la escuela de la villa.
Como la responsabilidad de la enseñanza estaba a cargo de los párrocos, en este año de 1797 el vicario recibió del obispo un Semanario de agricultura, artes y oficios, remitido por el rey para que se diera a conocer a los feligreses y se suscribieran. Se buscaba, de esta manera, que adquirieran un “acopio de luses y provechosas instrucciones” para lograr el progreso y felicidad de sus vasallos, y como la mayoría era analfabeta, los párrocos iban a enseñar los adelantos, mejoras, industrias e invenciones que se publicaran en dicha obra.
En 1798, ya consagrado como obispo, Francisco de Jesús Rousset se propuso erigir en la plaza pública de la villa de Culiacán una catedral y un seminario. Inició el acopio de material, pero como en el año de 1800 las limosnas voluntarias de los fieles, que eran una fuente de ingresos muy importante para la iglesia, comenzaron a disminuir, su proyecto quedó trunco. Murió el 14 de abril de 1814, y después ya no se avanzó en educación porque la villa de Culiacán enfrentó problemas políticos y sociales.
En 1810, al estallar la revolución de independencia, en la villa de Culiacán había intranquilidad. No se podía pensar en mejorar la educación. Ya instaurado el gobierno federal, las condiciones de la villa cambiaron, pero afloraron disgustos al instaurarse el orden constitucional y los enfrentamientos ideológicos de los habitantes pronto se manifestaron. No había condiciones para que la educación mejorara, y siguió igual. Era anticuada, y fue hasta 1838 cuando, después de varios años sin prelado, arribó a la ciudad de Culiacán Lázaro de la Garza y Ballesteros y abrió, el 8 de octubre, el Seminario Tridentino de Sonora. Las clases dieron principio en una propiedad de don Rafael de la Vega y Rábago, y el primer grupo estuvo integrado por tres alumnos internos y uno externo.
BIBLIOGRAFÍA
García Icazbalceta, Joaquín: Colección de documentos para la historia de México, tomo I, 3ª edición facsimilar, México, Editorial Porrúa, 2004.
Núñez Cabeza de Vaca, Álvar: Naufragios, México, Editorial Origen, S. A.-Editorial OMGSA, S. A., 1984
Pérez de Rivas, Andrés: Historia de los trivmphos de nvestra santa fee entre gentes las mas barbaras, y fieras del nuevo Orbe, México, Siglo XXI editores, s. a. de c. v., 1992.
Ruiz Martínez, Esteban: La villa de Culiacán en el siglo XVIII: demografía, economía y sociedad, Culiacán, Sinaloa, México, Instituto La Crónica de Culiacán, 2006.
* Maestro en Historia del Arte por la UNAM