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DOLLUS

By sábado 30 de noviembre de 2019 No Comments

CARLOS VARELA NÁJERA

“Cada uno de nosotros tiene su cementerio privado donde no todas las tumbas tienen inscripta su lápida correspondiente”(Margaret Little).

Saber que moriremos genera angustia; es por ello que las culturas crearon rituales para hacerle frente a lo muerto, esto muerto con lo cual nos identificamos nos interroga, de hecho cada muerto nos manda un mensaje, qué de mí se fue con el difunto, esta pregunta sin respuesta nos interpela y nos angustia. Luego lo perdido me interroga a nivel de ideal, esos ideales sufrientes hacen más grave lo perdido y el sufrimiento es indecible e intramitable, siempre se paga con el cuerpo.

Qué cosas pueden ser una pérdida para los sujetos, eso tiene que ver con el monto de afecto libidinal que le adjudicamos al objeto amado, de ahí que al perderlo, algo de nuestra libido como monto se viene abajo, en su lugar opera un goce siniestro enloquecedor. El duelo intratado lleva a depresión, melancolía y a pasajes de locura como restitutivos, pues lo perdido había creado un lazo singular con el sufriente. Sin embargo, el sistema capitalista instala el capital y lo que toca lo devalúa, no deja lugar para el duelo, ya que todo es una fiesta, por lo tanto lo muerto estorba para que se pueda consumir a placer, lo muerto, la mortaja y los velorios son una suerte de indeseado para este sistema. El duelo es lo más singular, siempre se detiene en el dollus de uno por uno, no hay una universalización, ni una receta como lo intentan los manuales de tanatología, el duelo duele en lo mas propio, en lo más singular y cada uno debe dejar un espacio para vivir ese duelo.

El capitalismo es un sistema seductor, hace a un lado la castración y nos manda un mensaje que todo se puede, el discurso capitalista impide los procesos del duelo, no acepta la castración,impide por otro lado tramitar lo perdido de nuestro ser querido como falta, ya que el discurso capitalista tiene todo para ofrecer, desde un medicamento para que no sufras, así como próximamente lobotomías para que ya no recuerdes lo perdido y seas una especie de zombie que vive como los gestales en el “hoy”. Desde Lacan sabemos que la muerte es el único límite al goce, es donde se suspenden todos los ideales y proyectos de vida, por eso la muerte siempre se inscribe en una tragedia, no para el muerto sino para el doliente, decíamos que el discurso capitalista cada día impide más los procesos de duelo, esto lo observamos por los esfuerzos desmedidos de la industria farmacológica por descubrir y patentar una droga tan precisa que impida sufrir al sufriente, de hecho ya existen, pero sabemos desde el psicoanálisis que es mejor pasar por ese infierno de los pensamientos para que los circuitos infernales de nuestro goce discurran en ese goteo que no cesa.

Frente a lo trágico del duelo, nuestra modernidad quiere pasar esos procesos sin duelo, sin rezos, sin velorios, estos rituales son necesarios culturalmente ya que permiten tramitar el dolor no evitarlo, lo que amamos nos dejará un dolor incesante. En algunos momentos no recordamos, pero otras veces el dolor aflora, es necesario escucharlo, aunque el discurso universitario pretenda soluciones rápidas, el duelo es una constante, y como bien dijera nuestro querido Freud si quieres vivir la vida prepárate para la muerte.

En el duelo sabemos lo que perdimos, eso duele, en cambio en la melancolía no se sabe qué se perdió, de ahí que aparezca una hemorragia trastornante libidinalmente hablando. Frente a lo no sabido del melancólico, es difícil tramitar eso perdido, ni las terapias ayudan, la melancolía abre vías al goce real que se preservan como un sinthome que no cae como el síntoma. Así como el mismo hecho de crecer por parte del adolescente implica una pérdida de lo infantil, un duelo eternizable, es un duelo como parte del sujeto que junto con el lenguaje es lo que humaniza lo civilizado a medias que es el sujeto.

* Doctor en Educación, Lic. en Psicología

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