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TODO EMPEZÓ CON UNA TÚNICA

By viernes 15 de noviembre de 2019 No Comments

PRIMAVERA ENCINAS

Cuando tenía ocho años visité una exposición sobre Pompeya en un museo de la capital, cuyo nombre no recuerdo. Eran piezas originales que viajaron a nuestro país y abrieron mis ojos no sólo a una nueva cultura, sino a la historia, pues me apasioné por los mundos antiguos.

Todo el día lo comenté, y más, cuando a los pocos días, vi la película ochentera: Furia de Titanes, sobre los dioses griegos, y ya sabrán, mi imaginación se desbordó. Sólo quería saber de la mitología y la cultura helénica.

Supe que los romanos eran unos y los griegos otros, porque mi madre me prestó libros repletos de fotografías. Leía y discutía sobre esas civilizaciones, llenándome de conocimientos que aceleraban mi mente. Por eso, cuando en segundo año de primaria fuimos disfrazados, insistí en vestirme de griega. Me hicieron una túnica amarilla y me peinaron a la usanza mediterránea.

Por años, fui leyendo y apasionándome más. Conocería sobre los aztecas, los mayas y otras culturas de nuestro país. Viajaría, visitaría pirámides en México, incrementando mi fascinación; pero en el 2013 pude llegar a Europa, y llenarme los ojos de esculturas griegas en el museo del Louvre, y al arribar a Italia, conocer los Foros Romanos.

Casi podía escuchar los gritos cuando Julio César o Augusto pasaban por el Arco del Triunfo. Por todos lados habría túnicas, gente descalza o con sandalias. Unos a pie, otros a caballo o en camastros hablando en latín, mientras se decidía el destino del imperio.

Mis manos tocaban los edificios tratando de visualizar sus dimensiones cuando aún no eran ultrajados. En Roma las épocas se sobreponen unas a otras. La ciudad imperial de los Césares, se levanta entre construcciones barrocas y renacentistas. El mismo Panteón que fue una magnífica construcción imperial repleta de mármol, ahora es una iglesia católica.

Al estar en el Foro Romano, debí hacer un gran esfuerzo para ignorar las demás construcciones y concentrarme. Pude conseguirlo al tocar el Arco de Constantino en la plaza del Coliseo.

Las iglesias barrocas dejaron de existir. Sólo observé carros y literas llevando a senadores, caballos con centuriones, mujeres con suaves túnicas seguidas de esclavas. A la derecha contemplé el Templo de Vesta, después me encontraría con el Mercado de Trajano, las estatuas de Augusto y César, el templo de Venus y Saturno, para desplazarme hasta el Mausoleo de Adriano y el Circo Máximo.

Estando en el Coliseo aparecieron gladiadores luchando en medio de vítores. Miles de ciudadanos se congregaban para descargar sus frustraciones, gozando con expulsiones corporales y miembros amputados. Recordé que los romanos disfrutaban con espectáculos sangrientos, representando los triunfos en África.

Los escuché exaltando al emperador o criticando a otro político. Conversé con las matronas, agradeciendo a Venus por el enlace nupcial de una joven patricia. Probé el aceite de oliva en un pan. Reí con las bromas que se hacían sobre Nerón y su cortejo. Me unté un perfume en el cuello proveniente de oriente y bailé al compás de tambores y flautas.

Frente a mí, dos jóvenes luchaban semidesnudos, mientras los esclavos los rodeaban ante la intromisión de diversos curiosos, quienes los insultaban para incrementar su ira y destreza. Recordé que los romanos fueron un pueblo guerrero y ambicioso. El dios Marte era uno de los principales, por lo que crearon un imperio rodeando el Mediterráneo.

Entre más aspiraba el aire invernal, más me sentía inmersa en ese flujo de imágenes. Ni cuenta me di que llovía y estaba empapada. Pensé que enfermaría, pero no ocurrió así. Estaba tan contenta, que metí los pies a un charco sin percatarme. Definitivamente, me sentí imbuida en la antigüedad, por lo que de regreso, imaginé a una matrona escribiéndole a otra:

A veces me abrumo con el ruido de la ciudad. El exceso de extranjeros y esclavos provocan que las calles sean un escándalo. Aún recuerdo las historias de los tiempos de Octavio que nos contaba la abuela. Espléndida época donde los valores familiares eran lo más importante. Ya no se puede disfrutar de la misma honradez. Los jóvenes sólo piensan en embriagarse, jugar y pelear en tabernas. Hijos de familias patricias se mezclan en constantes riñas. No falta quien deje a su esposa, para buscar nueva cónyuge, las mismas jóvenes demeritan la virginidad.

Sé que la culpa la tiene el emperador. Sí, te hablo de Tiberio, que después de gobernar con cierta prudencia, se autoexilió. ¡Qué bochornoso! Tenía que ser hijo de Livia, esa ramera, que logró conquistar con engaños al pobre de Augusto. Eso es lo que nos contaron, pero sé que tienen razón. Tiberio nos ha abandonado a nuestra suerte, ¿qué clase de emperador es? Qué diferente al gran César que conquistó con sus tropas a las Galias u Octavio Augusto que puso en orden a Egipto y Oriente. Sé que como general en su juventud tuvo que ver con la conquista germana, pero, ¿por qué no siguió conquistando? No lo entiendo. Mientras Tiberio está muy a gusto en su isla, los políticos corruptos hacen lo que les viene en gana. Mi marido dice que no debo quejarme. Vivimos cómodamente, tenemos una villa en las afueras, un buen número de esclavos, aun así, lo hago contigo.

Espero que cuando Tiberio fallezca, porque has de saber que está enfermo, lo suceda un buen hombre. No conozco a cada candidato, pero últimamente se habla de su nieto, Calígula. Tal vez con él llegue un poco de sensatez.

* Licenciada en Psicología

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