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EL DÍA DE MUERTOS EN MOCORITO

By viernes 15 de noviembre de 2019 No Comments

RIGOBERTO SÁNCHEZ LEDESMA

En el día de muertos mi familia acostumbra ir al cementerio a llevar flores a los familiares difuntos; haciendo memoria de algunos años atrás hacia mi infancia, cada 02 de noviembre las tumbas de nuestros familiares difuntos era el punto de reunión, me gustaba observar cómo las personas al rededor y en mi propio grupo nos envolvía un ambiente festivo y solemne a la vez, generando en mí un sentimiento dual por así decirlo entre alegría y nostalgia que tenía que ver con ciertos sucesos que presenciaba en el lugar. En aquel tiempo se podía escuchar la música de los alrededores donde no faltaba una banda huesera o los populares chirrines, recuerdo el gran bullicio de la gente al tiempo que iban y venían llenando cubetas de agua para lavar las tumbas o hidratar las flores ofrendadas; en la tumba de mi bisabuelo, todos los primos nos sentábamos alrededor y colocamos velas sobre ella, para nosotros era algo divertido, el objetivo era llenar la tumba de luz mientras los adultos rezaban oraciones, unos de pie y otros sentados; al terminar la letanía y una vez que la tumba era iluminada y puestas las coronas florales hechas de papel con gran esmero por mi bisabuela, nos dedicamos a vagar por el panteón, así, mientras los niños jugábamos toda clase de juego que el lugar nos permitía, los adultos visitaban otras tumbas de familiares lejanos y se convidaba compañía entre familias, caída la tarde eran grandes borracheras, la gente bailaba en donde hubiese un chico campo, la música sonaba y la verbena que se instalaba a las afueras del recinto ofrecía comidas de pueblo y bebidas de todo tipo, por la noche el ambiente de fiesta se hacía realmente presente. A grandes rasgos es lo que recuerdo de esta memorable fecha, pero yendo más allá de esta anécdota personal, la tradición actual del Día de muertos dice Johansson (2003) tiene su origen en el México prehispánico con el culto a los difuntos y particularmente con los “rituales mortuorios” los cuales servían para encaminar el alma hacia el espaciotiempo de la muerte, ayudaban a asumir culturalmente la degradación orgánica del cadáver y terminar con la catarsis dolorosa de la pérdida.

Crecí en Mocorito, un pueblo situado a la orilla del río del mismo nombre que en la época prehispánica fue una zona fronteriza entre las tribus Cahita y Tahue según Nakayama (1982) las cuales guardaban una estrecha relación cultural y oral; y, además, fue el límite al norte de la comarca mesoamericana según Ortega (1993); es dependiendo la lengua de traducción el “lugar de muertos” o el “lugar donde canta el tecolote”. Poco se sabe de las costumbres de nuestros antepasados en relación a los rituales mortuorios y la forma en que concebían la muerte; sin embargo, los recientes hallazgos de entierros en urnas funerarias encontrados en la comunidad de La Estancia, Rosa Morada descrito por Santos, Núñez y Orduña (2013) nos habla de una cultura que no era del todo primitiva ya que ésta práctica también era realizada por algunas culturas centrales y simbolizaba según De la Garza (1998) una “nueva gestación” relacionada con la idea de un renacimiento en el lugar de los muertos; me gustaría pensar sin asegurarlo, que este ejercicio ritual también tenían para nuestros aborígenes una esencia mitológica fundada en la intensión de un resurgimiento al menos espiritual, una nueva forma de existencia en un lugar que no es el lugar de los vivos.

Por otro lado, el Jesuita Andrés Pérez de Rivas (1645) quien se estableció en estas tierras en la época de la conquista relata que los nativos tenían por costumbre decorar con pintura el rostro y cuerpo del difunto, luego disponían de él colocándolo en una cueva dentro de una sepultura, tendido pero libre de tierra por si quisiera caminar, y con el cuerpo algunas cosas de comida y bebida que le sirviese de viático para la jornada a donde iba. Esta descripción coincide con el hallazgo realizado por Ekholm (2008) al norte del río Mocorito, se trata de un entierro extendido y rodeado por dieciocho vasijas de cerámica dispuestas en un nivel por debajo del esqueleto como si este hubiese sido dispuesto en una especie de plataforma de tierra, sobre el cual pudo existir una estructura de madera tipo techo, también le rodeaban objetos como navajillas de obsidiana, gran cantidad de cuentas de concha, brazaletes de concha, placas de concha y trozos de ocre rojo; se observan también ochenta y siete cascabeles de cobre en el tobillo derecho, una daga de hueso en la mano derecha y dos cráneos trofeo, posiblemente perteneciente a un cacique; de tal forma que ambos relatos nos dan indicios de que el acto de enterrar en estas tierras incluía una serie de acciones cargadas de alto valor simbólico, que se asemeja mucho a las descripciones hechas por Johansson respecto a los rituales que se realizaban en el mundo náhuatl para encaminar el alma del difunto hacia el inframundo donde el cuerpo tenia una serie de preparaciones y luego era colocado en una especie de plataforma y se ponía junto a él una estatuilla de forma humana hecha de ramas de té; a continuación se colocaba la ofrenda de comida y libaciones con lo que le daban de comer al muerto, se efectuaban rezos, discursos, danzas y cantos.Claramente esta especie de funeral nos habla de una forma de reconocimiento, veneración y trato a los difuntos, es evidente una trama compleja de rituales como una especie de herramientas simbólicas empleadas para tramitar el bienestar del difunto o la comunidad, nos hace pensar que estas culturas tenían en mayor o menor grado su propia forma de interpretar el mundo y de situarse en él. Probablemente pudieran compartir la “noción de vida” como un binomio en continuum [existencia – muerte] del mundo náhuatl como lo expresa Johansson (2012).

No obstante, los rituales que hoy presenciamos o llevamos a cabo son distintos y tienen una distinguida esencia sincrética derivada de la conquista española y la imposición de nuevas formas de pensamiento, de tal manera que la “noción de vida” se transforma y con ello los mitos y ritos que se desprenden de ella, pues según Colombres (2013) el rito es un accionar en correspondencia al mito “parte más significativa de la realidad”, es decir, el rito es una recreación del mito que se lleva a cabo en la zona sagrada, espacio donde se concentran los mayores valores de un grupo o una cultura, esto quiere decir que un grupo pone de manifiesto sus valores y creencias a través del acto ritual para alcanzar diría el autor, la finalidad que el mito declara.

Así, con el ingrediente religioso surge entonces el modelo existencia – muerte – vida eterna, donde la muerte es el fin de la existencia,un momento de transición entre dos tipos de vida totalmente distintos; incluso gran parte de los rituales y elementos simbólicos de la fiesta de muertos tal como la conocemos tiene un respaldo profundamente católico. De tal manera que el relato al inicio de este texto es testimonio vivido de una serie de ritos de un grupo persuadido y usurpado; rituales que se han transformado de acuerdo a los términos definidos en su temporalidad, esto es, acontecimientos en el tiempo que fueron diluyendo la esencia mítica de los rituales en su forma, contexto y significado. Actualmente este fenómeno de transformación sigue sucediendo de manera silenciosa debido a las nuevas formas de comunicación que admite una especie de neocolonialismo; se suma también la costumbre a la desinformación de lo propio que desampara nuestros valores culturales en un mundo cada vez más globalizado; parece que la noción se diluye y la tradición se convierte en otra cosa, un nuevo tejido discursivo con distintos significados.

Este año tuve la oportunidad de vivir esta fecha en mi Mocorito y pude observar que la fiesta se vive en un nivel de Folklore, es decir, la forma ritual sin mito, una costumbre, un repetir de generación en generación, es un accionar sin reflexión que otorga porosidad al concepto y facilita la filtración de agentes externos; esto es perceptible de manera local en la colocación de globos de gas sobre las tumbas, que nos remite a una práctica anglosajona del país vecino, la puesta de lonas con la fotografía del finado y un pequeño mensaje en sustitución del recuerdo y la oración propia; hasta grandes distorsiones como reflejo de los fuertes problemas sociales que enfrentamos como sociedad, ejemplo de ello es la construcción de residencias – mausoleos, la ofrenda de equipos que incitan a la violencia o grandes ornatos florales que ostentan poderío y provocan la admiración de personas que no consiguen discernimiento entre lo esencial y lo circunstancial del momento.

Desde otro ángulo, hay sucesos que son defendibles por su generalización con las costumbres, preparativos y rituales que se llevan a cabo en todo el país; de este modo, en los días previos a la festividad, las personas realizan altares – ofrendas de manera pública, y de manera particular se disponen a confeccionar artesanalmente vistosas coronas de flores de papel, listón o recientemente de flor artificial, preparan veladoras, escobas y cubetas para alumbrar y limpiarlas tumbas, el día 02 de noviembre se ven desfilar desde temprano multitud de personas por la calle Morelos hacia el panteón Reforma, caída la noche la velada incluye el convite en comunidad entre platicas, risas, comida, bebida, bailes y rezos; la ofrenda a los muertos es, además de las cosas que le han dispuesto, la compañía y la música,que hacen los vivos para quienes se han ido, aquí tiene lugar el recuerdo, el clamor, el anhelo y el cariño; al girar la vista el panteón se ve iluminado con la cálida luz de las velas y la festividad dura hasta la madrugada del día siguiente.

Ante tal escenario pienso que hace falta diversas programas que actúen como fuente de información enfocados en mantener el sentido único de la tradición de día de muertos, que hagan reflexionar de forma individual y colectiva sobre los cambios graduales que se están generando o que se quieren generar y saber hacia dónde dirigirlos ya que es imposible mantenerse inertes en un mundo que se mueve; es valioso saber que es posible reproducir, reproducir o innovar expresiones siempre cimentadas en el conocimiento extraído de la trayectoria histórica de la comunidad y su tradición.

Convite y globos de gas
Ofrenda particular abierta al público
Ofrenda sobre tumba
Verbena a las afueras del panteón
Corona de flor de papel
Ofrenda floral ostentosa

Referencias:

Colombres, Adolfo (2013). Teoría transcultural del arte, hacia un pensamiento visual independiente. Ediciones del Sol, Buenos aires, Argentina.

De la Garza (1998). Rostros de lo sagrado en el mundo Maya. Paidos Mexicana Editorial. Ciudad de México.

Ekholm (2008).Excavaciones en Guasave Sinaloa. Siglo XXI Editores. Culiacán Sinaloa.

Johansson, Patrick (2003). Día de muertos en el mundo náhuatl prehispánico. Estudios de cultura Náhuatl No. 34. UNAM, Ciudad de México.

Johansson, Patrick. (2012). La muerte en la cosmovisión náhuatl prehispánica: Consideraciones heurísticas y epistemológicas. UNAM, Ciudad de México. Estudios de cultura náhuatl No.43. 47-93.

Nakayama, Antonio (1982). Sinaloa, un bosquejo de su historia. CAADES, Culiacán Sinaloa, México.

Ortega N. Sergio (1993). Un ensayo de historia regional. El noroeste de México 1530 – 1880. Instituto de Investigaciones Históricas UNAM. Ciudad de México.

Pérez de Ribas (1645). Historia de los triunfos de nuestra santa fe entre gentes las más bárbaras y fieras del nuevo orbe, conseguidos por los soldados de la milicia de la Compañía de Jesús en las misiones de la provincia de la Nueva España. Madrid, España.

Santos, Núñez y Orduña (2013). Excavaciones en Mocorito, Sinaloa. Las urnas funerarias de La Estancia, Rosa Morada. Ed. La flor del océano. Culiacán, Sinaloa.

* Arquitecto y Maestro en Diseño Industrial

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