FRANCISCO PADILLA BELTRÁN
Una noche, en que la luna estaba en todo su esplendor, me encontraba con algunos habitantes de Las Milpas, comisaría del Salado, nos solazábamos contando anécdotas sobre fantasmas y aparecidos, la luna fue el motivo para que se platicara un suceso que tuvo atemorizado a los habitantes de este pueblo y a los vecinos de La Bebelama. Fueron los viejos memoriosos los que comenzaron a contar que hacía ya muchos años, probablemente después de la revolución, que a mitad del camino de estas poblaciones en donde está el arroyo, en una de sus pendientes había un vetusto y grande mezquite y de una de sus ramas colgaba una mujer, parecía que la habían ahorcado.
Esto sucedía sólo en las noches de octubre cuando la luna estaba más grande y la figura recortada sobre su luminosidad era todo un espectáculo que horrorizaba a quien le tocaba pasar a pie o montado en algún animal. Coincidía que ese mes era la fiesta del ejido y para las familias, de la otra banda (así le decían al otro pueblo) resultaba una angustia y preocupación regresar a sus casas “ni disfrutábamos la fiesta”, decían. Tenían que ir hasta el camino real, que les quedaba a varios kilómetros, para poder llegar a sus casas.
Una noche, en que se celebraba la fiesta, ante la expectación de los pobladores, un grupo de vecinos ya borrachos, se envalentonaron y decidieron ir y desentrañar el misterio; empuñaron, palos, piedras, puñales y una que otra pistola vieja y ahí te van.
Esa noche la luna estaba más grande que de costumbre, parecía un gran foco que iluminaba todo el monte, a lo lejos se dibujaban las siluetas de las montañas, el camino parecía un rio de plata, a medida que caminaban sólo escuchaban además de los cascos de los caballos, el sonido de los animales nocturnos.
Cuando llegaron al arroyo, desmontaron y caminaron entre las piedras hacia el mezquite, a medida que avanzaban el valor menguó y se fueron alineando unos atrás de otros, así en fila estuvieron a unos metros de la figura que pendía de la rama; sí, era una mujer colgada por el cuello, sus ropas blancas resaltaban con la luz de la luna, sólo la cuerda de la que colgaba o lo que fuera se veía oscura. Se quedaron quietos, no salía ninguna palabra, nadie tomaba la iniciativa, alguien quiso hablar, sólo salió de su garganta algo parecido a un zumbido seco, lo intentó de nuevo, en eso la figura comenzó a balancearse y la rama crujió y dio la impresión de que la mujer se quejaba. Fue todo; la brigada valerosa corrió estrepitosamente, ni de los caballos que también estaban asustados, se acordaron, gritaban, se atropellaban unos a otros, y así jadeando llegaron al pueblo. Cuentan los testigos que estaban pálidos, a uno le dio un ataque cardiaco y tuvieron que llevarlo a Culiacán, otro se quedó mudo durante días y a otros les dio fiebre.
La noticia apareció en los periódicos de Culiacán, despertó el comentario de los esotéricos, de la iglesia, de los académicos y de las autoridades. Todos tenían las más disímbola explicación. Estos últimos decidieron, porque según les correspondía, investigar el caso.
Fueron al arroyo de día, analizaron la rama de donde supuestamente se miraba la mujer y efectivamente tenía marcas de que algo pesado había sido colgado, buscaron indicios alrededor, había huellas humanas y de bestias, pero eso no les decía nada, era un lugar muy transitado. Llegaron a la conclusión de que era algún bromista que se dedicaba a asustar a los pobladores de ambos pueblos. Y como suele suceder, ahí quedó la investigación.
Pero a los pobladores no los convencía esa laica explicación, para ellos era el alma en pena de alguna persona que había sido colgada en el lugar. Fueron apareciendo explicaciones fantásticas, había quién dijo que llegó a conocer a la mujer (hasta le puso nombre) y explicó por qué había sido colgada (de aquí sale otra narración), hubo quienes la relacionaron con la luna y que en un ritual de brujas la colgaron; Hija de la luna, le pusieron. Algunos la relacionaron con la revolución y dijeron que ahí la habían violado y ahorcado y por eso se aparecía, por lo tanto había que dedicarle un altar para que dejara de penar. Y así fue, como suele suceder en estos casos, bajo la rama acumularon piedras e improvisaron un altar, le prendieron veladoras y en el día le rezaban. Pero en las noches de luna, durante varios años, el camino seguía intransitable, nadie quería comprobar si la ofrenda había apaciguado al alma en pena.
Tuvo que ser la naturaleza la que pusiera fin a esta historia; resulta que unos días de julio llovió como hacía mucho tiempo no sucedía, la fuerza del agua fue arrastrando lo que encontraba a su paso, se llevó el altar y arrancó de cuajo el mezquite y con él se fue el misterio de la leyenda. La gente comenzó a transitar de noche, pero siempre mirando hacía ambos lados del arroyo con el temor de que la mujer hubiera cambiado de árbol. No fue así, el tiempo fue desdibujando el hecho y sólo quedó en el recuerdo de algunos de sus habitantes.
Esta fue lo que me contaron hace ya algún tiempo los viejos memoriosos de las Milpas, pero siempre me quedé insatisfecho con el final, como creo que quedarán los que lean esto. Un día platicando con mi madre que nació ahí, le conté la anécdota y fue ella la que narró la parte que faltaba, una narrativa más terrenal.
Mira, me dijo, lo que te voy a contar algo que también me contó mi madre, se guardó el secreto en la familia por proteger a la susodicha por temor a que el pueblo verdaderamente la colgara. Me quedé estupefacto, siguió; Había una tía con características muy especiales para ser de un rancho; se decía que tenía una inteligencia muy especial, y muy bromista, pero también se decía en el pueblo, por la forma en que vestía, que era “machorra” y por lo tanto sujeta a la maledicencia, seguido se liaba a golpes, no sólo con mujeres, sino con hombres.
Un día decidió vengarse de las murmuraciones y chismes del pueblo, le habían regalado un reboso, y cómo era una prenda que nunca se pondría, prefirió darle un uso diferente.
Una noche en que la fiesta del pueblo estaba en todo su apogeo y con una luna preciosa, agarró el reboso y se fue rumbo al arroyo, lo colgó de una rama y lo pasó por sus axilas, al final de la fiesta cuando la gente comenzó a pasar, se mecía como si fuera un columpio. Así fue como comenzó la leyenda de la colgada.
Le pregunte, si había dejado de colgarse a causa de la desaparición del mezquite, no, me dijo, la razón fue que comenzó a engordar demasiado, porque “era de buen diente” y cada vez más se le dificultaba colgarse.
* Presidente de la Crónica de Sinaloa y cronista oficial de la ciudad de Culiacán, Sinaloa