TEODOSO NAVIDAD SALAZAR
Pozole, Rosario, Sinaloa.- Con una amable sonrisa nos reciben en el pórtico de su casa. Esa, la que han construido con gran esfuerzo ella y su esposo, Manuel Betancourt, hombre de palabra franca, manos callosas y rostro curtido por el sol.
Un suave viento otoñal acaricia la tarde. Entre los aromas de tamales recién cocidos y mangos de la región, la maestra Panchita, como le llaman todos en Pozole, va al encuentro de sus recuerdos. No batalla mucho. Por momentos su mirada se pierde hacia en la lejanía. Observo los finos rasgos de su cara y sus manos bien cuidadas. Como si estuviera dirigiéndose a sus alumnos empieza la charla y poco a poco nos vamos enterando del cúmulo de experiencias obtenidas a lo largo de más de cuarenta años al servicio educativo. Escuchamos su bien timbrada voz, su dicción es perfecta. Su mirada es tranquila. La paz interior que reflejan sus ojos, sus ademanes y su expresión corporal contagia y emociona. Habla sobre el pasado y el presente, de su vida personal, laboral y de su familia.
Los vecinos pasan y dan las buenas tardes. En las casas contiguas se observan personas sentadas en sus sillas mecedoras (de Concordia). La comunidad se observa tranquila, con esa sensación de los viejos pueblos. Pozole es un asentamiento humano, que en un pasado no muy remoto fue celaduría de Chiametla. Por aquí pasaba el camino de la diligencia que salía del viejo mineral del Rosario, rumbo a Chiametla; ese antiguo pueblo indígena al que llegó el bárbaro español Nuño Beltrán de Guzmán, en la búsqueda de nuevas tierras de conquista y ciudades míticas; el mismo caserío que diera abrigo a Hernán Cortés y a sus huestes, en su tránsito a las Californias.
La comunidad es muy importante. Hoy es cabecera de la sindicatura del mismo nombre. En este lugar es donde la maestra Francisca Domínguez Hernández, pasa sus mejores días de manera muy activa, rebasando ya los cuarenta años de servicio educativo; esa noble tarea muchas veces incomprendida por algunos. Ella nació el 27 de mayo de 1945, en la comunidad de Ojitos, en este municipio. Sus padres fueron Ángel Domínguez Uribe y Martina Hernández Álvarez. Este matrimonio procreó “solamente 11 hijos”. Así eran las familias antiguas. Inició la primaria en su comunidad natal y junto con la secundaria (Profesor Julio Hernández), concluyó en la cabecera municipal.
“Yo tuve una infancia pobre pero feliz-señala la maestra – Fui educada en el seno de una familia humilde de sólidos principios y valores. Mi padre fue huérfano y mi abuela junto con mis tíos, los crió y formó como gente honrada, con buenos ejemplos. Siempre me he sentido orgullosa de ella Fue una gran señora”.
La maestra Panchita nos habla con mucho cariño de Flora Ibarra Mallorquín y Cuca Aréchiga maestras de sus primeras letras. De igual manera menciona con admiración a Guadalupe Sánchez y a las hermanas Margarita y Carmela Borrego. Comenta que se enteró de que en Sinaloa hacían falta maestros por lo que en Mazatlán se inscribió en el Instituto Federal de Capacitación del Magisterio, recibiendo las orientaciones de sus maestros. Al titularse no tuvo problema para colocarse.
“De inmediato recibí nombramiento de maestra rural, en Rincón de Higuera, municipio de Rosario. Tenía 20 años de edad. Tuve un magnífico recibimiento. Fue una mañana de septiembre de 1966. Qué experiencia tan maravillosa. Por la noche, tuve mi primera reunión con los habitantes del lugar. Desde ese momento fui maestra de tiempo completo. Llegué por un año y me quedé 9, desarrollando una labor, educativa y social, apoyada siempre por los padres de familia. Desde un principio me gané el respeto de chicos y grandes. La actividad de la gente era hacer carbón y venderlo. Pero había unidad y deseos de progresar. Participamos todos, hombres y mujeres; jóvenes y niños. La vieja escuela amenazaba con caerse. Por ello se localizó un terreno para construir una nueva. Recabamos fondos con bailes, rifas y quermeses. Así logramos tener una nueva escuela, misma que fue inaugurada por Isaac Quintero, presidente municipal de Rosario. Debido a eso, la gente se motivó y unidos de nuevo gestionamos la introducción del agua potable, energía eléctrica y teléfono; además se reparó la iglesia. Esos fueron satisfacciones que fortalecieron mi carácter social.
Siempre apoyé las tareas que el gobierno realizaba en beneficio de las comunidades. Alfabeticé adultos, auxilié en el levantamiento de censos, en las campañas para el paludismo que en ese entonces abundaba en la región; campañas de saneamiento ambiental y de higiene y salud en el hogar. Tomé un curso de auxiliar de enfermería para ayudar a las personas que necesitaran de la aplicación de suero o ampolletas o alguna curación. Acudían a mí, para ver qué les podía administrar en infecciones leves; tenía un buen botiquín que el gobierno municipal me surtía oportunamente Impartí educación artística y física a mis alumnos; actividades manuales a chicos y grandes, especialmente a las mujeres las enseñaba a coser ropa y “costuras”. Fue una etapa muy bonita que viví a plenitud. Se tenía un gran respeto por el maestro. Disfrutábamos y aprovechábamos mucho aquellos turnos discontinuos”.
Al escuchar hablar a nuestra entrevistada, con tanta pasión sobre su vida de tantos años, uno no puede más que contagiarse de esa emoción que la maestra Panchita siente al compartir sus experiencias.
Sonríe, cuando preguntamos cómo conoció a quien hoy es su esposo. Luego expresa:-“fue en un baile de octubre, pero no le dije que sí, de inmediato; pasó tiempo para que le diera el “Sí”. Dicho lo anterior, la maestra cruza miradas maliciosas con su esposo y su hijo Manuel Horacio, que están presentes en la entrevista. Luego todos nos contagiamos con la risa de la maestra.
“En 1974, después de trabajar en otros lugares, me casé y vine a Pozole; ya cumplí 33 años aquí.”
Al recordar los tiempos idos y las generaciones que educó, los ojos de la maestra Panchita se nublan ligeramente y las lágrimas corren libremente por sus mejillas –“imagínense-han sido muchas, a lo largo de 41 años. Al saludar a quienes fueron mis alumnos y verlos convertidos profesionistas, me emociona escuchar que tienen de mí los mejores recuerdos. ¡Qué maravilloso reconocimiento! Esas muestras de cariño que recibo de esos hombres y mujeres que ayer fueron niños, que se emocionaban al soñar que un día serían grandes profesionistas, me hacen sentir que aun estoy viva. ¡Es cuando siente uno, que ha cumplido!”
Al referirse a los valores humanos que se han dejado de inculcar en la escuela, señala que también los padres se han descuidado, y en muchos casos le han dejado la tarea solamente al maestro. Eso-recalca la maestra- es responsabilidad de padres y maestros. Alguien no está haciendo bien la tarea.Debemos ser tolerantes pero firmes en nuestras convicciones y principios. Un muchacho que no es educado en principios éticos y morales, es decir con los valores más elementales, crecerá sin encontrarle sentido a la vida. Debemos tener claro que tenemos una misión y compromisos: vivir para ser felices, trabajar con honradez y servir a la sociedad en la que vive y convive”.
Nuestra entrevistada ha vivido a plenitud; junto con su esposo (Manuel Betancourt), han formado una magnífica familia: Karina, la mayor, es doctora; Yasmín y Manuel Horacio siguieron su ejemplo en la docencia.
Francisca Domínguez Hernández ya fue condecorada con las medallas al Mérito Magisterial, “Rafael Ramírez” e “Ignacio Manuel Altamirano” y, La Voz del Norte, órgano de divulgación cultural, también se suma a ese merecido reconocimiento en vida, a tan querida maestra, por contribuir al engrandecimiento de esta patria nuestra, tan urgida de ciudadanos que destaquen en los campos de la ciencia, la cultura, las artes, la tecnología y la investigación.
* La Promesa, Eldorado, Sinaloa, Sugerencias y comentarios a teodosonavidad@hotmail.com